Podrían formularse muchas observaciones críticas sobre las fallas de Las
horas. Que es un producto dirigido a los premios, como espacio para
lucimiento de un elenco brillante y como film de época que permite una
elaborada reconstrucción y fotografía; que es una película demasiado
ambiciosa, con tres historias que resultan íntimamente entrelazadas, cada
una de ellas con varios personajes, ubicadas en tiempos y espacios
diferentes; que es demasiado "prolija": la recreación de
épocas, la cuidada ambientación y la paleta de color predominante en
cada una de las historias son impecables, la continuidad del montaje en la
obertura es un tour de force maestro que acentúa el paralelismo
entre ellas, la composición de cada cuadro busca la admiración del
espectador, etc. Y bien, sí. Debo agregar que la disfruté en cada
momento, con todas sus contradicciones.
La película de Stephen Daldry está
cargada de historia literaria: el guión de David Hare es una
trasposición de la novela de Michael Cunningham, ganadora del Pulitzer en
1998, que articula tres historias atravesadas por la literatura de
Virginia Woolf. En cada caso, se relata un día clave en la vida de cada
protagonista, un momento de alta presión psicológica. En 1923 Virginia
(Nicole Kidman) se encuentra escribiendo su novela "Mrs.
Dalloway", sobre un día en la vida de una señora de la alta
burguesía londinense. La mujer prepara una fiesta, y durante unas horas
se sumerge en una revisión nostálgica de su pasado, de las ilusiones
perdidas, de lo que pudo ser y no fue. La novela constituye una
meditación sobre el paso del tiempo y la complejidad de las relaciones
humanas. Virginia se aferra a la literatura como una tabla salvadora ante
la amenaza de locura y suicidio, siempre acechante. En 1951 Laura Brown
(Julianne Moore), madre de familia en una típica casa de los suburbios de
California, deprimida y embarazada de su segundo hijo, se prepara para
festejar el cumpleaños de su esposo mientras lee "Mrs.
Dalloway", y esa lectura la mueve a cuestionar toda su existencia
ante la mirada sensible de su hijito, quien adivina la crisis por la que
atraviesa su madre. En 2001 Clarissa Vaugham (Meryl Streep), una moderna
Mrs. Dalloway, organiza en Nueva York una fiesta para su amigo y tal vez
ex amante, un escritor premiado y enfermo de sida, al cual ella dedica sus
cuidados diarios. Clarissa lleva el nombre de Mrs. Dalloway, y como ella
–como Laura– siente que su mundo está fisurado y a punto de caer al
vacío.
No he leído la novela de Cunningham
pero sí "Mrs. Dalloway" hace años, cuando exploré el mundo de
Woolf. Estoy obligada a referirme al rasgo más sobresaliente de la
novelista: su elaboración del fluir de la conciencia, su expresión de la
interioridad de los personajes, preferentemente femeninos (como lo hiciera
Joyce, a veces Proust).
Ese es el espíritu de Virginia
presente en el film, logrado básicamente por el formidable trabajo de las
tres actrices, que no recurren a la voz en off para manifestar sus
sentimientos más íntimos. Mucho se ha dicho de la curiosa
caracterización de Nicole Kidman, quien lleva una máscara que la hace
casi irreconocible. Kidman no necesitaba de ese artificio para confirmar
que es una de las mejores actrices dramáticas del momento, aunque la
prefiero en Los otros o en Ojos bien cerrados. Aquí está
superada por Julianne Moore y sobre todo por Meryl Streep, en mi opinión.
Moore compone una maravillosa víctima del sistema paternalista:
casi sin decir palabra transmite la opresión y el ahogo de la vida
doméstica, su extravío, frustración e impotencia. Streep, en el otro
extremo de la verborragia, despliega con sutil variedad de registros toda
la inseguridad de la mujer emancipada contemporánea. Las actuaciones
secundarias no van a la zaga: Miranda Richardson es una excelente Vanesa
Bell –pintora y hermana de Virginia, un personaje riquísimo
lamentablemente poco desarrollado. (Paréntesis para cinéfilos: en la
versión cinematográfica de "Mrs. Dalloway" que dirigiera
Marleen Gorris, la protagonista fue interpretada por la gran Vanessa
Redgrave, y el guión era de Eileen Atkins, de breve
aparición es este film.) Y la extraordinaria Toni Collette roba cámara en
una única e impactante aparición de diez minutos. Entre los masculinos,
Jeff Daniels se destaca sobre Ed Harris, algo sobreactuado.
Virginia Woolf fue una riquísima
personalidad de matices diversos: entusiasta editora de escritores
noveles, líder intelectual del grupo Bloomsbury –que contaba entre sus
integrantes a la pintora Carrington, la escritora Vita Sackville West y el
economista Maynard Keynes–, Virginia elaboró una aguda crítica de la
sociedad de su época, fue una de las escritoras inglesas más notables
del siglo XX e ícono del feminismo. De este personaje polifacético, la
película sólo explora dos aspectos: su creatividad literaria y su
locura, que aparece como causa de su posterior suicidio, sin siquiera
mencionar que en 1941 Woolf estaba obsesivamente angustiada por las
victorias nazis en la guerra y perseguida por el origen judío de su
esposo. Este es el pobre recorte que hace el film de la escritora, cuya
lucidez sólo se revela en el diálogo final que sostiene con su marido.
El lesbianismo de Virginia está abordado por desplazamiento, transferido
a las tres protagonistas: Clarissa es una lesbiana socialmente asumida,
las otras dos tienen una sexualidad por lo menos confusa y el beso entre
mujeres que recuerda Mrs. Dalloway en la novela está actualizado en los
que las tres protagonistas dan a otra fémina.
Daldry se había revelado en Billy
Elliot como un realizador delicado; aquí demuestra que sabe explorar
y transmitir la naturaleza femenina, y quiere recorrer el camino que
hicieron Bergman, Allen y Almodóvar. Dejando en segundo plano el origen
literario, pone el lenguaje puramente cinematográfico al servicio de la
expresión de la interioridad femenina, de su ansia de liberación, sus
dudas, emociones, el agua en suma, presente desde el principio del film.
La escena inicial del suicidio de Virginia en el río Ouse instala la
muerte como una amenaza ominosa y elección posible. Todo el film –como
la novela de Virginia Woolf– resulta una reflexión sobre la muerte y el
paso del tiempo. "Las horas" era el título tentativo de la
escritora para su novela "Mrs. Dalloway". Cada historia del film
transcurre durante unas horas, pero el contrapunto que se establece en las
tres variaciones sobre el tema pone en claro la relatividad de las medidas
del tiempo, evita la linealidad tradicional (tan masculina) y apela a la
unicidad del tiempo, la posibilidad de que un momento del así llamado
pasado se reactualice en otro del presente o del futuro, y pone de relieve
también la identificación entre los personajes. Y todo eso gracias a un
estupendo trabajo de montaje que logra la continuidad espacio-temporal y
desarrolla el paralelismo con un excelente sentido del ritmo.
Este logro en el montaje –aunque a
veces resulte algo manierista– torna disfrutable la sobreabundancia de
acción, de personajes y sobre todo, de melodrama, tratado siempre de
manera seria y hasta solemne. En Hable con ella, el film de
Almodóvar, la cámara se posa brevemente sobre el libro de Cunningham. El
manchego declaró que le hubiera gustado llevarlo a la pantalla, pero
llegó tarde. Es interesante imaginar cuál habría sido su propia
elaboración de este melodrama. Pero esa ya es otra película.
Josefina Sartora
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