El informante está inspirada en un caso real: la indemnización de 246 billones
de dólares que desembolsaron hace pocos años las principales tabacaleras
norteamericanas, para evitar una condena aun más gravosa en concepto de daños y
perjuicios. El film de Michael Mann (cuya estupenda Fuego contra fuego aprovecho
para recomendarles... incluso a pesar de su paupérrimo desenlace) no hace foco en el
proceso en sí, sino en la cobertura y seguimiento de la noticia que le cupo al
prestigioso telenoticiero "60 Minutes", el más importante de la CBS.
El trámite de El informante
es de muy largo aliento. Casi tres horas, a las que la proverbial destreza de Mann para el
montaje y conducción de cámaras aligeran en parte. La sensación, empero, es que la
película abarcó demasiados detalles periodísticos; que el flujo de la acción se
resiente sin ganar por ello en relieve o profundidad. La película se vale de dos
personajes centrales. Uno es el productor del noticiero, Lowell Bergman, quien obtuvo de
Al Pacino uno de los pocos roles contenidos (aunque no del todo, ya que
sobreactúa y grita) que el protagonista de El padrino se permitió en los
últimos quince años. El otro es Jeffrey Wigand (muy intenso Russell Crowe), un
científico a sueldo de la tabacalera Brown & Williamson que entra en conflicto con
sus patrones y, en consecuencia, decide denunciarlos y demostrar lo perniciosa que es la
nicotina. La evolución de la trama está signada por la indecisión de Wigand, que
pendula entre su buena conciencia que lo impulsa a revelarlo todo y su
posición económica y la integridad de su familia, amenazadas por las garras y los
dientes de la B&W, una especie de grupo Yabrán elevado a la enésima potencia.
El rol del productor y periodista es el
que le fija su empresa: conseguir primicias exclusivas cueste lo que cueste. Eso hará,
aunque sus problemas, como los de Wigand, se ahondan cuando los directivos de la CBS,
temerosos de un supuesto pleito millonario de la tabacalera, vuelven sobre sus pasos. La
pelea, entonces, girará en torno de cómo y cuánto de lo que ya declaró Wigand
ante las cámaras será enviado al aire. Y Bergman, que además de ser un tipo íntegro
todavía no olvidó sus ideales izquierdistas, tenderá a alinearse junto al informante
en esta fase de la confrontación.
La primera mitad de El informante
no es para recomendar. Arranca con la exposición de una entrevista a un poderoso jeque de
Hezbollah que incluye todas las obviedades de la mirada yanqui sobre los
musulmanes... con la excusa de exponer la personalidad del productor (y de Mike Wallace,
el veterano entrevistador que recayó en el siempre efectivo Christopher Plummer).
Después sigue con altibajos. Me permito apuntar, en su desmedro, el hecho de que el affaire
del tabaco es lo suficientemente conocido incluso aquí, en Latinoamérica
como para sorprender a nadie. Y agrego el dato de que la CBS, cuyos fines últimos son
idénticos a los de los fabricantes de cigarrillos (esto es: hacer dinero), aparece
durante largo rato rodeada de un halo de santidad. Como si las buenas intenciones de
Lowell Bergman se le hubieran contagiado.
El asunto mejora luego, cuando el recule
de la CBS empieza a mostrar a esa empresa como lo que realmente es. De yapa, una veta
novedosa se apodera en este punto del relato, ya que las únicas ollas que los
"multimedios" nunca destapan... son las de sus propias miserias.
Hay algo más que desentona, o por lo
menos raspa, y tiene que ver con la particular significación que asume todo lo
relativo al hábito de fumar en los Estados Unidos. Me refiero a que el tabaquismo allí
se asemeja cada vez más a un delito. Fumar hoy, en Norteamérica, es algo así como ser
negro en Mississippi durante las peores épocas del Ku Klux Klan. En este sentido, la
malignidad de Brown & Williamson aparece recargada. Se la presenta poco menos
que como una representante de Satán. Y no es que no lo fuera (aún lo es), pero no más
ni menos que cualquier empresa de su porte. El informante se pone especialmente
solemne cada vez que se pronuncia la palabra nicotina...
Y nadie, absolutamente nadie se
permitió fumar frente a la cámara de Michael Mann.
Guillermo
Ravaschino |