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MONDOVINO

Francia-Estados Unidos-Argentina, 2004


Largometraje documental dirigido por Jonathan Nossiter
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Una película que trata sobre el vino sugeriría en primera instancia una oportunidad para relacionar el cine con el siempre postergado sentido del gusto. Error: esta película no tiene que ver tanto con el placer del paladar, sino con el bolsillo, con la antropología y la política. Jonathan Nossiter no es un improvisado en el tema: además de haber dirigido tres películas previas, su amor por el vino lo llevó a ser también sommelier diplomado en varios restaurantes y se involucró en el rescate de los vinos originales.

Su documental devela los mecanismos por los cuales el vino es otro de los elementos sujetos a las condiciones de la globalización, y el modo en que un limitado número de factores o intereses está modificando su esencia. Como ocurre en tantos otros rubros económicos, un puñado de empresas están apropiándose de las pequeñas bodegas de Europa y América, acción combinada con la aparición en los últimos años de dos figuras capitales: algún enólogo estrella determina cuál debe ser el sabor, oxigenación y color del vino, al tiempo que un periodista especializado de moda da su aprobación para que suba la demanda. Que la empresa, el enólogo y el periodista actúen mancomunadamente no es casualidad.

Esta incursión en el mundo de los vinos, viñedos y corporaciones investiga los cambios desarrollados en las bodegas de Estados Unidos –hasta hace pocos años producían un vino imbebible– que han impuesto la moda del vino, devenido incluso atracción turística, como vimos en Entre copas. Mientras la familia californiana Mondavi incorpora bodegas italianas y francesas, produciendo en todas ellas el mismo vino con el mismo color y sabor que prefieren los yanquis, enfrente vemos la actitud de familias bodegueras tradicionales europeas –los Antinori, los Frescobaldi– que no pudieron sustraerse a las tentadoras ofertas en dólares. El documental recorre así maravillosos viñedos y lujosas mansiones, donde los bodegueros se prestan a un diálogo cuyo lugar común no es sólo el vino, sino el amor por los perros, el lujo y cierta simpatía por los regímenes totalitarios en la línea de Mussolini, Reagan o Bush...

Pero en este diálogo interesantísimo, por momentos muy divertido, no falta la otra voz: la resistencia antiglobalización. En la Borgoña, el Laguedoc, Cerdeña y la Toscana persisten algunos pequeños bodegueros que sostienen que el hombre siempre ha tenido una relación casi religiosa con el vino y se mantienen creyentes del poder del terroir, es decir: saben que la tierra y el sol de su terruño dan un especial tipo de vino, con sabor y color característicos, y se oponen a vender sus vides a quienes buscan igualar su vino original a la media mundial. Y no sólo en Europa: el final de este detallado, didáctico film transcurre en Argentina, reserva –como sabemos– de alimentos, vinos y agua del mundo. En Cafayate también resiste algún pequeño bodeguero con su hectárea de torrontés frente al paternalismo racista de los Etchart, no casualmente asesorados por el mismo enólogo global.

Lo llamativo es la franqueza con la que unos y otros se prestan al diálogo con el documentalista. Con el film terminado, a algunos no les gustó la propia imagen que les devolvía un montaje inteligente y una hábil y eficaz selección del material. Tal vez esta sea la razón por la que el film ha despertado acerbas críticas que lo juzgan maniqueo, ya que el tema –sostienen– no es blanco y negro, sino que pasa por diversos matices.

Una de las premisas de Mondovino asevera que el vino es parte esencial de la civilización. Por lo tanto, se transforma en claro símbolo de los cambios que están produciéndose en el planeta.

Josefina Sartora      


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