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MUNDO GRUA

Argentina, 1999


Dirigida por Pablo Trapero, con Luis Margani, Adriana Aizemberg, Daniel Valenzuela, Roly Serrano, Federico Esquerro.



Mundo grúa es el primer largometraje del argentino Pablo Trapero. Sus premisas, en un comienzo, parecen las mismas de Negocios, un corto de 17 minutos que filmó en 1995. Contar una historia simple, de modo simple, con personajes creíbles. Nada más y nada menos. Al principio Mundo grúa es menos. Con el tiempo, se convertirá en algo más.

La historia es la de Rulo (Luis Margani, actor no profesional), un gordo buenazo, sin un peso, cincuentón, padre divorciado con un hijo adolescente a cuestas. Entre las changas y la desocupación, una puerta se le abre cuando Torres, viejo amigo, lo introduce en el oficio de la operación de grúas "T". La fotografía en 16 mm, granulosa, en blanco y negro, refleja el sugestivo emblema de esos altos monstruos de metal, que parecen trasladar la poética del legendario Avellaneda Blues de Manal ("... su lágrima de carga inclinan sobre el Dock...") a un paisaje más urbano. Pero las grúas no serán precisamente amigas de este hombre. Tras un entrenamiento de semanas, y en nombre de su obesidad, Rulo es rechazado y humillado por la ART. Antes había conocido a una mujer (Adriana Aizemberg) con la que había empezado a divertirse –y entenderse– como hacía mucho tiempo no lo hacía. Acaso desde que tuvo sus quince minutos de fama como bajista de una banda. Ahora, una nueva oferta laboral lo seduce... desde Comodoro Rivadavia. Dicen que otra máquina, no menos robusta, lo espera como operador. Deberá dejarlo todo y atravesar 2000 kilómetros tras esa ilusión. No ofrecen garantías, pero tampoco tiene opciones a la vista.

A Margani le sobra presencia para el rol. Muchas veces, sin embargo, desafina. Resulta paradójico: Trapero apostó fuerte por la naturalidad, básicamente planteando escenas flexibles, un poco a modo de documental-ficción, abriendo el juego a la improvisación de los intérpretes. Esto funcionó con los actores de carrera (Adriana Aizemberg; Daniel Valenzuela, que está estupendo como Torres) y con algunos no profesionales, pero a Margani lo llevó a recostarse en frases y gestos que arrastra como tics desde que fue protagonista de Negocios. Sus "y bue...", "qué vas a hacer...", "dejame de romper las bolas..." quiebran la fluidez, desvían la atencion en demasiadas ocasiones. Como si se hubiera quedado sin letra. Algo parecido ocurre con Claudio, su hijo en la ficción, y el problema se potencia en las secuencias jugadas entre ambos.

El tramo en Buenos Aires se hace largo, como si la letanía de las grúas se le fuera contagiando al film. Una vez en Comodoro, en cambio, las imágenes se impregnan de la fuerza –y la tragedia– de la propia situacion. Allí Margani hablará cada vez menos, pero dirá más. Acabará siendo otro fantasma, cercado en ese espacio vasto, calado por un frío inabarcable, oprimido por los engranajes que parecen apurar la muerte de su paciencia eterna.

Guillermo Ravaschino     


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