El film que nos ocupa reposa casi por entero en el ingenio. A veces para bien, otras no
tanto. Beeing John Malkovich ofrece numerosos rasgos insólitos, empezando por su
ocurrente urdimbre argumental. Pero en el film de Spike Jonze también puede verse la
acumulación desordenada, por momentos gratuita, de pequeños hallazgos sin mayores
consecuencias ni vasos comunicantes.
Craig Schwartz, un titiritero eximio
aunque desocupado (John Cusack, más natural que nunca), descubre por casualidad
un "portal" hacia la mente del famoso John Malkovich. En realidad es una puerta
que da a un túnel. Ese túnel chupa a la persona que franqueó la puerta para
situarla "en los ojos" del actor. Y hasta cierto punto (esto nunca está del
todo claro) le permite ser John Malkovich, vivir en él, o desde él, durante
quince minutos. Después, no me pregunten cómo, el agraciado es "escupido" a un
costado de la ruta en los alrededores de Manhattan.
La cuestión es que esta especie de
comedia fantástica se toma mucho tiempo para arribar al punto. Antes de ver por primera
vez a Malkovich hay que atravesar una larguísima primera etapa que no está mal ni
desprovista precisamente de ingenio, pero a la que le falta coherencia. Y
pertinencia. La nutren por un lado las desavenencias de Craig y su pareja, Lotte, animada
por una Cameron Diaz irreconocible (básicamente porque no abreva en el perfil sexy
que explotaron todas sus películas recientes). Lotte tiene la casa atiborrada de
animalitos que parecen atraerla más que su concubino. Otra veta está centrada en la
comprensible angustia de Craig: es endiabladamente bueno con los títeres (y lo es el film
a la hora de exhibir su talento) pero se ve forzado a conchabarse como empleado de
comercio. La empresa que lo ocupa es rara: tiene oficinas en un piso "séptimo y
medio", y los techos son tan bajos que hay que caminar agachado. Esta circunstancia y
las mascotas de Lotte (cuyo chimpancé, por caso, concurre al psicoanalista) están
sobradamente amortizadas por una abrumadora avalancha de chistes. Unos pocos son muy
buenos. Otra que está muy exprimida es la actriz-fetiche-independiente Catherine Keener,
aquí en el rol de Maxine, compañera de trabajo de Craig. El film le exige tantas
sonrisas sensuales que uno llega a temer que se le deforme la boca... y la sensualidad.
Tarde pero seguro aparece en pantalla
el celebérrimo intérprete nacido en Illinois. Craig, Maxine y Lotte, en este orden,
tendrán sus quince minutos de John Malkovich. Las consecuencias no se hacen esperar,
aunque tal vez sean demasiadas consecuencias como para que el film alcance a
barajarlas con la debida solidez. A saber: para Lotte, ser Malkovich se convertirá en un
vicio, casi como una droga; para Maxine y Craig será inicialmente un negocio (sí: se
puede cobrar entrada para cualquier cosa en esta vida). Para todos, acabará siendo la
ocasión irresistible de realizar aquel slogan que la promoción del film coloca en forma
de pregunta: "¿te gustaría ser otra persona?". Lo que incluye la posibilidad
de manipular a terceros, ya que ser Malkovich, por ejemplo, puede servir para acostarse
con alguien que jamás lo hubiera hecho con uno (o con una). La cosa se complica cuando el
propio Malkovich, otrora completamente ajeno a las experiencias, empieza a ser
objeto de la manipulación. Y se retuerce por lo menos cuando una
extraña cofradía de gerontes busca usurpar ese mismo cuerpo para sus propios fines.
¿Qué quieren que les diga? Como plato es abundante. Lo que le falta es algo de sabor.
Guillermo Ravaschino
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