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PRIMER PLANORECOMIENDA

ROUTE ONE

Estados Unidos, 1989



Documental dirigido por Robert Kramer.



"La nuestra es una guerra lenta: en Estados Unidos cada día muchas personas mueren de hambre o de SIDA y por muchas otras causas prevenibles o evitables. Cada día, cuando vuelvo a mi casa no soy la misma que al salir por la mañana", dice una joven afroamericana en una habitación iluminada por tubos fluorescentes. Ella y Doc (Paul Mc Isaac) se encuentran en una de las megaciudades que une la Ruta Uno estadounidense. "¿Cómo hiciste para sobrevivir tanto tiempo en un lugar como ese, sin las cosas que tenemos aquí, sin saber el idioma, con gente tan distinta?" pregunta a Doc otra muchacha, también de color. "No lo sé", responde ella. Mientras Kramer –que también se encuentra allí, pero detrás de cámara– estaba en París, Doc estaba en Africa, combinando su militancia revolucionaria con el ejercicio de la medicina. "La revolución me ayudó mucho –intenta explicar el médico–. Es algo que te da fuerzas, y que está por encima del quehacer cotidiano. Después me ayudaron las drogas y el alcohol."

Ambos (Kramer y Doc/Mc Isaac) se habían "exiliado" voluntariamente de Estados Unidos en 1980, y diez años después decidieron regresar para recorrer su país ("no digamos volver a casa sino simplemente volver", acordaron) a través de una de las principales arterias que lo atraviesan: la Ruta Uno, que une Fort Kent (en la frontera con Canadá) con Key West, Florida, cubriendo toda la costa Este. ¿Cuánto crédito debemos dar al pasado del protagonista del film (y alter ego de Kramer)? Mc Isaac ya había trabajado en dos películas de Kramer, Ice (1969) y Doc’s Kingdom (1987). En ambas interpretó a este tal Doc, primero como un ciudadano que elige la vía armada y luego como un viajero solitario por Africa y la capital portuguesa, Lisboa.

Route One cierra entonces esta curiosa trilogía en la que la ficción y el documental se combinan hasta desdibujarse, hasta desvanecerse como categorías. Doc comienza el camino bañándose desnudo en helados rápidos de frontera y leyendo a Whitman "que es la América que amo, para poder enfrentar a esa otra que odio". En su viaje bohemio con mirada militante, se cruzarán con predicadores devenidos influyentes políticos de derecha, cinturones industriales alucinantes en los que conviven la mayor de las pobrezas, la marginación, la alta tensión étnica, la lucha de los postergados por conservar la vida y la dignidad, la opulencia de unos pocos... con el peso de una historia de tres siglos, repleta de héroes, pensadores, artistas, víctimas y victimarios, cuyos rastros quedaron en museos y monumentos.

El documental de Kramer mete el bisturí bien por debajo del fresco del país del Norte que pincelan las ficciones hollywoodenses. Ahí, a la vuelta de la esquina en Boston, o en Miami, está ese gigantesco ejército de reserva que pesca sardinas, prepara los tableros del Monopoly o da forma a las baldosas de las veredas. Trabajan, sueñan, pelean, sufren, crecen, mueren. Frente a esa realidad múltiple e inagotable, Kramer y Mc Isaac eligieron el único camino posible: la contemplación, el dejar "que las voces hablen". La "objetividad" es basura burguesa así que, como siempre, vuelven a estar las voces de los realizadores, bajo cuya mirada todos esos hombres postergados también luchan una guerra lenta, ineludible.

Doc llega a dejar atrás a la cámara en uno de los tramos. Pero viajar es un deber y una necesidad, así que la cámara seguirá su epopeya solitaria, hasta reencontrar a su compañero. Más allá de estos malabares, quien en los ‘60 elaboraba inflamados panfletos audiovisuales ahora (el film es del '89) opta por hablarle al espectador a partir de encuadres más prolijos sobre lo cotidiano. Después de cuatro horas y media de metraje y tres mil kilómetros recorridos, no queda nada por decir: no hay discurso de cierre ni juego conceptual de imágenes; sólo el atardecer gris de una playa cruzada con cemento. Los bordes del imperio industrial.

Máximo Eseverri      


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