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Luis Buñuel: 1900-2000


Genio poético


El 22 de febrero del 1900 nacía don Luis Buñuel en Calanda. Con lo que hoy, a exactamente 100 años, los que amamos el cine deberíamos estar celebrando una suerte de fecha patria. No es para menos, ya que estamos hablando del director de habla castellana más importante de todos los tiempos. Y uno de los más personales que hayan pisado el planeta.

Claro que en realidad no es ninguna fecha patria. Y si lo fuera, el genio de Calanda sería el último interesado en que se la recordase, ya que en su lista de prioridades la patria y sus fechas siempre ocuparon un lugar relegado, mucho más abajo de otros, muy otros rituales, como pitar un cigarro o libar un Dry Martini de esos que preparaba mejor que nadie.

Lo que haremos –o más honestamente, intentaremos– es un homenaje buñuelesco, que incluye la que tal vez sea su mejor foto (la que preside estas líneas), la receta de aquel Martini –ya vastamente ensayada por el suscripto, y con mucho éxito– y esencialmente un compacto, anche sustancioso seleccionado de frases que el viejo, poco antes de morir, dictó a Jean-Claude Carrière para que este las convirtiera en Mi último suspiro, el libro que compila sus memorias.

El suplemento Radar que acompañó a la edición del domingo último de Página/12 publicó un extenso repaso de la vida y obra de don Luis, en el que Homero Alsina Thevenet disecciona al aragonés con el rigor informativo y la buena pluma a que nos tiene acostumbrados. En un momento, sin embargo, desliza que en Mi último suspiro Buñuel "... volcó sus memorias después de haber dicho, tantas veces, que no le gustaba hablar de sí mismo ni de su cine". Como si Buñuel se hubiera contradicho, o traicionado, con la publicación de Mi último suspiro. Pero una de las cosas que más sorprenden al leer el libro –y se nota en las citas que más abajo comparto con ustedes– es la sensación de que el cine, en la vida de Buñuel, fue poco más que un accidente. No digo un mal menor, ya que no se queja, pero sí una ocupación entre otras, muchas otras, como la de embajador cultural, militante fugaz (stalinista y casi, casi... ¡trotskista!), provocador vocacional, espía, etc. Mi último suspiro es la confirmación de que al hombre de Calanda no le gustaba demasiado hablar de su cine. Ni de "sí mismo" sino en todo caso de sus circunstancias, ya que se entrega a recordar y revivir anécdotas.

La otra sensación que deja el libro es que estamos en presencia de un aventurero, al que las vueltas de la vida, y de una época, llevaron a adoptar de tanto en tanto el oficio de dirigir películas. Lo que destaca, en cualquier caso, es su genialidad artística, que es la misma –en otro rubro, of course– que ostentaba el jazzman Johnny Carter de Julio Cortázar ("El perseguidor") cuando paría sin esfuerzo esos fraseos increíbles, aparentemente por azar, como quien no quiere la cosa. No hay ningún azar, por cierto, pero sí mucho misterio. Y vuelvo a Buñuel, aunque sospecho que lo mismo vale para aquel saxofonista de ficción inspirado en la figura de Charlie Parker y para cualquiera que merezca ser tenido por artista: hay una enorme inspiración, un envidiable instinto. Un importantísimo componente poético.

Claro que la poesía de Buñuel es cinematográfica, y en este sentido invierte, o casi, la ecuación de su prima hermana literaria. Si la esencia de ésta –como alguien dijo– consiste en poner la palabra a la altura de la imagen, la poesía de Buñuel logró llevar a imagen conceptos que nadie, nunca antes, había logrado barajar fuera del ámbito de lo verbal. Si para muestra basta un botón ahí está esa memorable escena de Viridiana: un paisano pasa delante de una finca con un perrito escuálido atado al carro, obligado a apurar el paso por el trote del caballo. El burgués, sensibilizado por semejante espectáculo, le compra el perro para liberarlo. Y tranquiliza su conciencia. Pero cuando vuelve a la casa vemos (no lo ve el burgués) a un nuevo carro que pasa frente a la tranquera... con otro perro atado y penando. No existe monografía que haya sustentado una crítica más profunda de la beneficencia que este breve, simple –y por tanto genial– momento buñueliano. Pero Viridiana no se limita a obsequiarnos decenas de momentos como este. Cada trazo, cada gesto es un fragmento de una crítica más general, de una obra que los engloba y multiplica.

Viridiana (ver link al pie) es la más grande, pero no está sola. Expresa más redondamente que ninguna esos apuntes filosos a los que, por si fuera poco, don Luis casi siempre se dio el lujo de acomodar, con exquisito tino y admirable libertad, junto a certeros toques humorísticos. Si de gracia e ironía se trata, la lista sigue con Subida al cielo y La ilusión viaja en tranvía, ambas de su "etapa mexicana" y generalmente subestimadas. Si hablamos de metáforas sutiles, pero al mismo tiempo descarnadas, tenemos que citar a Nazarín, la trágica odisea de un cándido curita de provincias (Francisco Rabal), que es algo así como el preámbulo de Viridiana; a El ángel exterminador, en la que rancios aristócratas resultan fatal y misteriosamente atrapados por sus miserias; a El discreto encanto de la burguesía, en la que otro grupo de burgueses no encuentra la manera de terminar en paz su cena. De las viejas gemas buñuelianas me permito rescatar Las Hurdes (también conocida como Tierra sin pan), un documental de 1932 sobre un pueblito español signado por una miseria y un atraso espeluznantes, a los que sólo este Maestro de mirada cruda podía convertir en los materiales de un film bello, justo y provocador (tanto que se prohibió su exhibición en la España... ¡republicana!). Belle de Jour cierra este apretado ejercicio de la memoria, aunque más no fuere por la inolvidable estampa, más lánguida y sensual que nunca, que le permitió lucir a Catherine Deneuve.

Ahora los dejo con él.

Guillermo Ravaschino, 22 de febrero del 2000     

 

De puño y letra

* "Por razones que se me escapan, he encontrado siempre en el acto sexual una cierta similitud con la muerte, una relación secreta pero constante. Incluso he intentado traducir este sentimiento inexplicable a imágenes, en Un perro andaluz, cuando el hombre acaricia los senos desnudos de la mujer y, de pronto, se le pone cara de muerto. ¿Será porque durante mi infancia y mi juventud fui víctima de la opresión sexual más feroz que haya conocido la Historia?"

* "Descubrí a Spencer, a Rousseau e incluso a Marx. La lectura de El origen de las especies, de Darwin, me hizo acabar de perder la fe. Mi virginidad acababa de irse a pique en un pequeño burdel de Zaragoza. Al mismo tiempo, desde que había empezado la Primera Guerra, todo cambiaba, todo se cuarteaba y dividía alrededor nuestro. Durante aquella guerra, España se escindió en dos tendencias irreductibles que, veinte años después, se matarían entre sí. Toda la derecha, todos los elementos conservadores del país, se declaraban germanófilos convencidos. Toda la izquierda, los que se decían liberales y modernos, abogaban por Francia y los aliados. Se acabó la calma provinciana, el ritmo lento y monótono, la jerarquía social indiscutible. Acababa de terminar el siglo XIX.
Yo tenía diecisiete años."

El Dry Martini del Maestro

"En un bar, para inducir y mantener el ensueño, hay que tomar gin inglés. Mi bebida preferida es el Dry Martini. Dado el papel primordial que ha desempeñado el Dry Martini en esta vida que estoy contando, debo consagrarle una o dos páginas (...)
Básicamente se compone de gin y unas gotas de vermouth, preferentemente 'Noilly-Prat' (N. de la R.: digamos, 'Martini Seco').
Permítaseme dar mi fórmula personal, fruto de larga experiencia, con la que siempre obtengo un éxito bastante halagüeño. Pongo en la heladera todo lo necesario, copas, ginebra y coctelera, la víspera del día en que espero invitados. Tengo un termómetro que me permite comprobar que el hielo está a unos veinte grados bajo cero. Al día siguiente, cuando llegan los amigos saco todo lo que necesito. Primeramente, sobre el hielo bien duro echo unas gotas de vermouth y media cucharadita de Angostura, lo agito bien y tiro el líquido, conservando únicamente el hielo que ha quedado, levemente perfumado por los dos ingredientes. Sobre ese hielo vierto el gin puro, agito y sirvo. Esto es todo, y resulta insuperable.
" (N. de G.R.: ¡doy fe!)


* "El Museo de Historia Natural se levantaba a unas decenas de metros de la Residencia de Estudiantes. Trabajé allí durante un año con gran interés, a las órdenes del eminente Ignacio Bolívar, el más célebre ortopterólogo del mundo por aquella época. Aún hoy puedo reconocer a primera vista muchos insectos y dar su nombre en latín."

* "Lo único que puedo decir es que el Guernica no me gusta nada, a pesar de que ayudé a colgarlo. De él me desagrada todo, tanto la factura grandilocuente de la obra como la politización a toda costa de la pintura."

* "De las películas que más me impresionaron, imposible olvidar El acorazado Potemkin. A la salida, incluso queríamos poner barricadas y tuvo que intervenir la Policía. Durante mucho tiempo sostuve que aquella película era para mí la mejor de toda la historia del cine. Ahora ya no sé."

* "Una mañana, a eso de las ocho, recibo una carta por correo neumático en la que (el poeta) Louis Aragon me pide que vaya a verlo cuanto antes. Media hora después, llego a su casa de la Rue Campagne-Première. En pocas palabras, me dice que Elsa Triolet le ha dejado para siempre, que los surrealistas han publicado un folleto injurioso contra él y que el Partido Comunista al que estaba afiliado ha decidido expulsarlo. Por una increíble acumulación de circunstancias, toda su vida se desmorona y en un momento ha perdido todo lo que le importa. Sin embargo, en su desgracia, pasea por el estudio como un león, ofreciendo una de las más admirables estampas de valor que yo recuerde."

* "Para llegar a toda belleza, tres condiciones me parecen siempre necesarias: esperanza, lucha y conquista."

* "Me gusta el ruido de la lluvia. Lo recuerdo como uno de los ruidos más bellos del mundo. Ahora lo escucho con un aparato, pero no es el mismo ruido. La lluvia hace a las grandes naciones."

* "No me gustan mucho los ciegos, como a la mayoría de los sordos."

* "Detesto el pedantismo y la jerga. A veces, he llorado de risa al leer ciertos artículos de los Cahiers Du Cinéma. En México, soy invitado un día a visitar las instalaciones del Centro de Capacitación Cinematográfica, del que había sido nombrado presidente honorario. Me presentan a cuatro o cinco profesores. Entre ellos, un joven correctamente vestido y que enrojece de timidez. Le pregunto qué enseña. Me responde: 'La semiología de la imagen clónica'. Lo hubiera asesinado."

* "El disfraz es una experiencia apasionante que recomiendo vivamente, pues permite ver otra vida. Cuando va uno de obrero, por ejemplo, se le ofrecen automáticamente las cerillas más baratas. Todo el mundo pasa delante de uno. Las chicas no te miran nunca. Este mundo no está hecho para uno."

* "La primera vez que vio Viridiana, Gustavo Alatriste (N. de la R.: su productor) quedó un poco desconcertado y no hizo ningún comentario. La volvió a ver en París, luego dos veces en Cannes y, finalmente, en México. Al término de esta última proyección, la quinta o sexta, se lanzó hacia mí, lleno de alegría, y me dijo: ¡Ya está, Luis, es formidable, lo he entendido todo!"

* "En París, cerca de mi hotel, vi un día el cartel de una de mis películas con el siguiente slogan: 'El director cinematográfico más cruel del mundo'. Estupidez que me entristeció mucho."

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