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21º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata
Sección Competencia Oficial


¿Hay equipo?


The Wild Blue Yonder (La salvaje y azul lejanía. Alemania-Inglaterra-Francia, 2005. Dirigida por Werner Herzog). Una rareza. Otra rareza de esas a las que el gran Werner Herzog, paradójicamente, ya nos tiene acostumbrados. Suerte de fantasía científico-poética, su argumento, libre si los hay, enlaza la historia de unos astronautas que naufragan en el espacio con la de unos extraterrestres que, hace muchísimo tiempo, emprendieron la conquista de la Tierra para establecer en ella su nuevo hábitat... pero fracasaron desastrosamente. Para que se den más idea: el único alienígena que se ve tiene aspecto humano y está interpretado por Brad Dourif (un actor yanqui que parece eslavo, y en cuyos ojos reverbera cierto brillo, cierta chispa de Klaus Kinski, el intérprete más amado –y odiado– por Herzog), quien relata a cámara los avatares de la conquista fallida con el paisaje de un pueblo devastado, abandonado, a sus espaldas. Y las imágenes de los astronautas son reales (es decir, de archivo) y corresponden a una misión de la sonda Galileo de la NASA. Hay mucho más (y eso que dura apenas 81 minutos): un par de científicos que se meten con la teoría de las cuerdas, la relatividad y los "agujeros de gusano"; referencias al Caso Roswell (la supuesta nave extraterrestre descubierta y silenciada por la CIA en 1947); imágenes del planeta del que provienen los alienígenas, con su cielo congelado (una lejanía azul) y su atmósfera de helio líquido. Todo un collage, en suma. ¿Pero qué pasa con este collage?

Pasa que su poesía a veces llega, y entonces nos perdemos, o nos encontramos, en este nuevo espacio que propone Herzog. La materia prima daba, y la manipulación que sobre ella opera el cineasta ejerce por momentos un efecto similar al de ciertas noches estrelladas en el medio del campo: el de sumergirnos en una serie de especulaciones fascinantes sobre el origen del cosmos (y de la vida), sobre el espacio que es tiempo (y viceversa), sobre las distancias no franqueables (¿lo serán un día?), sobre la soledad universal. También pasa que todas estas líneas de pensamiento ya han sido transitadas por la ciencia ficción, por la ciencia de academia y por la ciencia de divulgación (de Carl Sagan a Timothy Ferris, pasando por Stephen Hawking, la lista es larga). Por cierto que hay aportes propios, se diría artísticos, en los parlamentos de Dourif, en los paisajes de su planeta lejano, en la música –una cadencia poderosamente litúrgica y, desde ya, en el trabajo que lo ensambla todo (hemos hablado de un collage, no de una ensalada).

Pero algo falta, y debe ser algo emotivo: el espacio-tiempo y sus distancias parecían reclamar un contrapunto íntimo, emocional, más de persona a persona. Y ese contrapunto no aparece claramente por ningún lado. Por momentos, pues, uno también tiene la sensación de estar contemplando un envío más o menos surrealista del National Geographic Channel. Lo que no es poco (respeto al National Geographic Channel), pero está a unos cuantos años-luz de la genial intensidad de Aguirre, de la genial audacia (que es locura) de Grito de piedra, de la genial poesía de El enigma de Kaspar Hauser. Guillermo Ravaschino

Alice (Portugal, 2005. Dirigida por Marco Martins). Una de las películas que mejor recibimiento tuvo por parte de la crítica. La historia es la de un matrimonio que perdió a su hija varios meses atrás, y no han podido encontrarla. El padre, para hallarla, se encarga de colocar cámaras de video por toda la ciudad, al tiempo que recorre todas las mañanas el mismo camino que hizo la pequeña Alice. Apoyado en la estupenda fotografía de Carlos Lopes, Alice resulta un asfixiante drama sobre el significado de la pérdida y el desgarro que genera la ausencia, más aun cuando se trata de una ausencia en eterno suspenso. La actuación protagónica de Nuno Lopes, pese a sus desbordes, es magnífica. Alice también es un estudio sobre la mirada, su utilidad o no, y la veracidad de las imágenes. Sobre el final, cierta tendencia conformista y el viraje hacia una visión más política que metafísica y metafórica le restan fuerza a un relato que venía siendo compacto, melancólicamente urbano, ejecutado con rigor extremo. Mauricio Faliero

Be With Me (Quédate conmigo. Singapur, 2005. Dirigida por Eric Khoo). Este film ofrece en un principio tres historias sensibles y melancólicas: un hombre mayor que no puede asumir la muerte de su esposa, un empleado obeso que está enamorado de una ejecutiva de la empresa donde trabaja, y dos adolescentes lesbianas que viven un amor rodeado de "brillos pop". Hasta allí todo muy bien. Con un manejo de los silencios y los tiempos encomiable, Khoo regala una postal del urbanismo más moderno, amparado en la soledad y la tristeza de sus personajes. La belleza de los planos y la sapiencia para dosificar la información van transformando a Quédate conmigo en un film apasionante. Hasta que nos venimos a enterar de que estas historias pertenecen a Theresa Chan, una escritora sorda y ciega, admirada por el director... quien le dedica una extensa entrevista en medio de las ficciones. La vida de Chan es súper atractiva, pero la redundancia discursiva, más un catolicismo algo fanático, nos distancian de esta mujer. De semejante bache narrativo el film ya no se recupera, y cuando Khoo intenta retomar las historias que había dejado a la deriva, no puede sino resolverlas de un plumazo, con decisiones –que se convierten en momentos para nada sutiles. La cursilería habitual en el cine asiático hace ruido, y la mezcla final entre ficción y realidad, con la escritora consolando a uno de sus personajes, termina por distanciarnos del todo. Queda el sabor amargo de la promesa de una gran película; de una gran oportunidad... totalmente desaprovechada. Javier Luzi

Café Transit (Border Cafe. Irán-Francia, 2005. Dirigida por Kambozia Partovi). Más allá de sus valores cinematográficos, las películas en las que la comida ocupa un lugar de relevancia suelen tener éxito de público. Sirven como ejemplos La fiesta de Babette, Big Night, Comer, beber y amar, y así sucedió en este festival con Gourmet Club y Café Transit. Esta última parece una suerte de reelaboración iraní de la alemana Bagdad Café, con la cual presenta numerosos puntos de contacto. Una mujer joven con dos hijas, que acaba de enviudar, queda bajo la protección y tutela de la familia conservadora de su marido, cuyo hermano va a tomarla por segunda esposa. Proveniente de otra zona del país donde esas tradiciones ancestrales ya han sido abandonadas, la viuda se niega a aceptar su sojuzgamiento en la sociedad patriarcal, y decide hacerse cargo del café-restaurant que le ha dejado su marido. Semejante conducta es considerada en esa región como ultrajante para el honor familiar, de manera que sus cuñados inician una campaña para desposeerla. Sucede además que el restaurant ha quedado atractivamente decorado y sus comidas son exquisitas, por lo que el lugar pasa a ponerse de moda, y todos los camioneros se detienen a almorzar en ese café de frontera, quitándole clientela al restaurant de los cuñados.

Muy apoyado en el pintoresquismo de los detalles costumbristas, el film sufre de planteos simplistas, con personajes estereotipados y resoluciones previsibles. Su montajista es Jafar Panahi, quien había dirigido la notable El círculo, otro film emblemático en favor de la reivindicación de la mujer, que contó con el guión de Partovi, director de Café Transit. En este caso, se habla también de la solidaridad femenina, en una subtrama que plantea el cruce cultural entre la protagonista y una joven rusa que cae por azar, o por destino, en el restaurant. El peso de la tradición está vivido como una red de difícil escapatoria, visto que además la ley islámica falla en contra de los derechos de la mujer y se resiste a aceptar sus derechos como individuo. Y los hombres, por su lado, están convencidos de que los asiste la razón. Un film que está lejos de las elaboraciones de Panahi, o de la sutileza y la inteligencia de los planteos de Abbas Kiarostami. Las comidas, ellas sí, lucen todas muy apetitosas. Josefina Sartora

Chicha tu madre (Perú-Argentina, 2006. Dirigida por Gianfranco Quattrini). Un taxista y aprendiz de tarotista, ante una tirada de cartas, decide variar el rumbo de su vida. Se separa de su esposa, procura acercarse a su hija adolescente embarazada, pretende que su maestro lo nombre su heredero, busca limpiar su nombre en el club donde lo consideran yeta, inicia una amistad con un enfermero argentino que lucra con internaciones y operaciones "al 50%" en Argentina... se enamora de una puta de buen corazón. Ni falta hace decir que los lugares comunes abundan, que los estereotipos son moneda corriente. Y las actuaciones abruman, el guión abusa de lo previsible, las puestas en escena apenas están allí como soporte de lo que los diálogos dicen. No se llega a saber si los mensajes que las cartas anuncian son premonitorios o sirven para explicar lo que acabamos de ver en la secuencia anterior. Una sociedad machista, misógina, conservadora retratada con trazos gruesos; unos planos de referencia que no tienen sentido, un humor que carece de timing; diálogos que remiten a nombres y lugares que son puro color local, completamente afuncionales. Cierto giro del protagonista, que podría haber desembocado en una propuesta interesante, se ve venir de lejos y queda sumido en el olvido en virtud de ciertos desafortunados toques sentimentaloides. Lo único no previsible es el desenlace, pero sólo porque uno siente que el realizador se ha metido en un atolladero del que resulta imposible salir. Y de algún modo sale, creando un final que es en sí mismo aceptable... pero que desentona con el planteo inicial. Javier Luzi

Cine, aspirinas y buitres (Cinema, Aspirinas E Urubus. Brasil, 2005. Dirigida por Marcelo Gomes). El cine brasileño, ya decíamos en la cobertura de 2005, se exporta luego de hacerse popular como un supertanque con pretensiones de profundidad y sensibilidad para con las buenas causas. Este film no es la excepción. Una fábula de época, con los disfraces propios de las superproducciones telenovelísticas. Un alemán escapado de la guerra (el film transcurre en la década del 40) pasea su camión por el sertao nordestino exhibiendo publicidades cinematográficas y vendiendo aspirinas. En el viaje conoce a un brasileño que no hace más que despotricar contra su país, sus coterráneos y su idiosincrasia. Esta especie de road-movie-histórica-con-mensaje-redentor (y cambios de actitud en los protagonistas) peca de un virtuosismo artificial, prefabricado, que impone la idea moral por sobre el derrotero de unos personajes que, encima, de tan buenos acaban fastidiando. Políticamente correcto en sus dichos (hasta, y especialmente, en los parlamentos cínicos y calculados del sudamericano), con una fotografía quemadamente artística, hinchado de buenas intenciones, este film made for festivales es de una superficialidad que abruma. Miserabilista, simplón, estéticamente publicitario (¡el comienzo con el protagonista mojándose el torso desnudo!), pretencioso y facilista. Mauricio Faliero

Derecho de familia (Argentina, 2005. Dirigida por Daniel Burman). Ariel Perelman es abogado, como su padre. Sólo que ha elegido la justicia por sobre la ley. Pequeña pero no menor diferencia, que se suma a las que todo hijo suele tener con su progenitor. La vida de Ariel transcurre entre el dictado de clases en la universidad y su trabajo de defensor público. Cuando forme su familia propia con Sandra una ex alumna, profesora de Pilates y tengan un hijo, muchas verdades absolutas deberán ser revisadas. La relación con su padre, que no es mala (acertada decisión del guión) sino apenas poco afecta a las demostraciones de cariño o de atención (Perelman no recordaba que su hijo era zurdo; Ariel olvida el cumpleaños de su padre), entra en una etapa que lo desconcierta. Será el momento de enfrentar el espejo tan temido y reconocer que uno también padece rasgos que desprecia en el Otro y debe hacer algo con ese descubrimiento ya innegable. Sutil, inteligente, descriptivo y crítico (pero no desde un lugar de superioridad impostada) con cierta idiosincrasia argenta, con un asombroso manejo de los tiempos, el film permite que mediante la sonrisa (cuando no la risa) conozcamos y nos reconozcamos en las tribulaciones, fobias, faltas, miedos, carencias pero también en las alegrías, amores, esperanzas y deseos de cada personaje. Hasta adentrarnos en un texto que a primera vista podía parecer liviano y superficial, pero que plantea cuestiones sumamente profundas sin bajadas de línea ni respuestas certeras. Los diálogos suenan naturales y creíbles; el cinismo tan característico de nuestro tiempo (y cine) no tiene lugar. Verse en este film es un derecho inalienable. Burman, mientras tanto, encuentra su lugar en la cinematografía nacional y demuestra una vez más su talento. Mauricio Faliero

Edmond (Estados Unidos, 2005. Dirigida por Stuart Gordon). Esta película del director de Re-animator, con guión de David Mamet, narra la historia de un hombre común que por cuestiones del destino decide consultar a una adivina, quien le dice que no está donde debe estar. Esta revelación opera un clic en la cabeza del bueno de Edmond, invadiéndolo de ganas de salir a la calle a confrontar sus demonios internos. Un film que se vuelve previsible hasta en las supuestamente inesperadas vueltas de tuerca, y maneja un cinismo que tiñe de profundidad superficiales pensamientos sobre la libertad, el cumplimiento de los deseos, la vida y el paso del tiempo. Y que recurre a una violencia que alternativamente da asco y genera risa, pero parece abandonar todo sentido crítico o reflexivo. Igual, se deja ver gracias a la recurrencia a un humor negrísimo. El comportamiento autómata de Edmond se justifica por su propia construcción como ser humano; lo que no se justifica es que, de una escena a otra, el protagonista pase de ser un imbécil total (en el prostíbulo) a convertirse en un asesino brutal, o que llegue –ya sobre el final– a conclusiones a las que nunca debería haber arribado. Un film que funciona como un Psicópata americano de outlet, y cuenta con una notable (aunque por momentos demasiado exacerbada) actuación de William H. Macy. Javier Luzi

El método (Argentina-España, 2005. Dirigida por Marcelo Piñeyro). Marcelo Piñeyro regresa con una propuesta basada en la obra de teatro "El método Grönholm", sobre la que operó una serie de cambios (agregado de personajes y escenas, modificación de la nacionalidad de las criaturas, etc.) entre los cuales apenas destaca el uso de un espacio funcionalmente cerrado. Siete aspirantes a un puesto de importancia en una multinacional harán cualquier cosa con tal de quedarse con el empleo. Apoyada fundamentalmente en los diálogos cínicos, irónicos, inteligentes, teñidos de profundidad, la película se desliza sobria pero fatalmente hacia la aceptación más facilista del espectador medio (en el estilo de La corporación, por ejemplo), construyendo personajes que entablan relaciones salvajes empujados por un sistema más salvaje aun... pero que jamás se corporiza. El afuera, un exterior en descomposición social, asoma a través de unos elementos reflejantes (televisores, cámaras, ventanales) y apenas como gritos o espacios vaciados. Entretanto, en el interior se continúa librando esa batalla sin cuartel. Hasta el segundo "expulsado" (esto no deja de ser una especie de "Gran Hermano" sui generis) todo fluye más o menos aceptablemente, pero a partir de ese momento las vueltas de tuerca empiezan a revelar las costuras del guión... y la "sorpresa" (más entre comillas que nunca) se ve venir. Ciertas trampas biologicistas que padecen los personajes femeninos abren las puertas a un discurso bastante conservador, mientras que una escena masturbatoria con primer plano incluido resulta de un mal gusto llamativo, innecesario y gratuito. Lo que evita que el film se desbarranque por completo son las actuaciones de Najwa Nimri, Carmelo Gómez y Ernesto Alterio. La de Natalia Verbeke está bien, pero su función de comic relief se agota rápidamente. Y Pablo Echarri sólo está bien cuando hace lo que sabe: a un chanta argentino. Javier Luzi

El arco (Hwal. Corea, 2005. Dirigida por Kim Ki-duk). Que las películas de Kim Ki-duk sean machistas es una cosa... y este despropósito, otra. Aquí tenemos la historia de un viejo dueño de un barco que tiene bajo su protección a una menor que, cuando cumpla los 17 años, se convertirá en su esposa. El anciano defiende a su chica como si fuera una mercancía, a puro flechazo con su arco que tiene la dualidad de transformarse en instrumento musical. Más allá de la mutación festivalera (con el consecuente lastre de una corrección formal insustancial) que operó el cineasta surcoreano a partir de Primavera, verano, otoño..., y que ha hecho que gran parte de sus seguidores lo estén dejando a un lado, lo que aquí molesta es el sesgo contemplativo de su acercamiento al punto del vista del viejo, y a sus actitudes misóginas y conservadoras. La virtualmente nula mirada crítica sobre ciertas "costumbres", que castigan a la mujer y la condenan al rol mínimo de acompañante del hombre, impide disfrutar de la belleza de los planos y de su excelsa fotografía, a la vez que genera desconfianza sobre todo lo que se escucha. Los personajes honestos, o nobles, son castigados en pos de ya ni se sabe bien qué tradiciones milenarias. La escena en la que la joven tiene un orgasmo y es desvirgada provoca vergüenza ajena. Y volviendo a la dualidad arco-instrumento musical: sigo esperando su conexión con la historia. Mauricio Faliero

Kamataki (Canadá, 2005. Dirigida por Claude Gagnon). Ken, un joven canadiense que ha intentado suicidarse luego de la muerte de su padre, a instancias de su madre viaja a Japón para visitar a su tío (un famoso alfarero que practica la técnica milenaria kamataki) y pasar una temporada en su casa. El joven aprende el arte de la cerámica, y todo lo que lo rodea que mucho tiene de ritual oficiará de camino de aprendizaje para la vida. El choque cultural Oriente/Occidente y los pares en pugna joven/viejo, arte/vida, tradición/modernidad trazan el eje sobre el que se fundará una trama que podría haber sido la base de un producto redondo si no se hubiera occidentalizado el estilo, subrayando cada gesto, explicando cada metáfora, resolviendo los traumas a partir de explicaciones superficialmente freudianas que confluyen en el sexo. El "cambio superador" se adivina desde el principio y, si bien durante un tiempo el film logra atrapar con sus silencios, sus enigmas, su puesta en escena (que permiten sospechar algún mínimo trabajo sobre los estereotipos y lugares comunes), rápidamente, en el momento en que desanuda la tensión sexual, se desbarranca en una insoportable historia de vida llena de buenas intenciones, imágenes de postal, filosofía new age y esperanza boba. Algo así como el Springtime del año pasado, pero encima menor. Mauricio Faliero

Look Both Ways (Mirar a ambos lados. Australia, 2005. Dirigida por Sarah Watt). Deudora de todo el cine indie estadounidense que circula (pero especialmente del malo), esta película australiana, si uno no se la toma en serio, puede llegar a funcionar. Lástima que está hecha para tomársela en serio, porque es sentenciosa, sermoneadora e irritante. Hay una mujer que ve la muerte en todas partes (sus pensamientos se representan con dibujos, el mayor hallazgo de la cinta... aunque la recurrencia lo acaba agotando); un fotógrafo con cáncer de testículos; un periodista que embarazó a su novia mientras no puede criar a los dos hijos de su matrimonio anterior; un editor de un diario que no sabe cuándo cumple años su hija. Todos estos personajes (pero hay más) se relacionan a través de un accidente con olor a suicidio. Típica película coral en la que algunos cruces cierran y otros son consecuencia de la más pura arbitrariedad. Cierto es que el film plantea la apuesta de enfrentar la muerte, y todo lo que la rodea, con humor. Pero luego de coquetear con ella, el guión no permite que nadie se muera. Y todos los problemas se resuelven en uno de los finales redentores más imbéciles que se hayan filmado. No faltan obvias referencias a Magnolia, aunque se nota que la directora no entendió nada de aquella obra maestra de Paul Thomas Anderson. La inclusión de ¡cinco! videoclips (con canciones bien bonitas) es otra prueba de una notable carencia de ideas. Javier Luzi

Lost And Found (Perdido y encontrado. Bulgaria-Estonia-Alemania-Hungria-Rumania-Bosnia-Serbia-Montenegro, 2005. Dirigida por Stefan Arsenijevic, Nadejda Koseva, Mait Laas, Kornél Mundruczó, Cristian Mungiu y Jasmila Zbanic). Esta película se compone de seis cortos de jóvenes procedentes de países de la Europa Central poscomunista. El primero uno de los que mejor cierra trata de una boda en ausencia de sus protagonistas, distancia salvada por el teléfono y los ritos inquebrantables. El segundo da cuenta de una joven campesina que debe viajar a la ciudad ante la operación de su madre, para lo que debe aprender otras maneras de actuar. Sigue una especie de documental sobre las diferencias que sobrevinieron a dos niñas nacidas el mismo día y que viven separadas en los dos sectores de una ciudad partida por la caída de un puente. Continúa con una sórdida y extraña historia de dos hermanos que se reencuentran en la vieja casa familiar ante la muerte de la madre y retoman una relación incestuosa. Luego viene la narración de los cambios de una mujer que trabaja de boletera en un tranvía y debe asimilar el hecho de que su hija quiera probar suerte fuera de su país. El sexto cortometraje funciona como división o conjunción entre los otros y está realizado con la técnica de la animación. Si bien hay diferencias entre los segmentos, podría decirse que Lost And Found es un film de productor. Cada uno de los directores debió cumplir con tres premisas: la originalidad del guión, la contemporaneidad de los hechos narrados y el reflejo de la situación actual de sus respectivos países. Ese tinte uniforme que, a pesar de las diferencias de tono, matiza logrando la unidad de estilo quizá disminuye a la distancia la apreciación favorable que se tuvo ni bien acabada la proyección del film. De cualquier manera, y a pesar de ciertas alegorías, algunas más felices, otras más forzadas, y de algunos ejes temáticos algo transitados, hay cierta frescura que va más allá de la buena voluntad en estos relatos de pérdidas y de tradiciones, de exilios y de esperanzas, de generaciones que faltan o se han ido, de padres reales y simbólicos, de luchas y de cambios dolorosos pero necesarios. Sin recargar las tintas, sin trazos gruesos y sin esquivar lo político y lo social, pero examinándolo indirectamente, a partir de las vidas privadas. Mauricio Faliero

Molly's Way (A la manera de Molly. Alemania, 2005. Dirigida por Emily Atef). Este es un claro modelo de film con un punto de arranque atractivo... malogrado por un final desparejo e irrisorio. La Molly del título es una irlandesa que recorre Polonia en busca de un hombre al que conoció una noche, y del que sólo sabe que trabaja en la industria del carbón. Así las cosas, la mujer vivirá diversas experiencias que la sumergirán en un contexto sórdido. La directora Emily Atef parece querer explorar nuevos territorios a partir de la interesante utilización de las elipsis (en las que un plano nos dice mucho más que un diálogo), de la generación de climas puramente melancólicos, del buen manejo de la incertidumbre y la ambigüedad. Pero a la hora de las resoluciones, los conflictos se le atragantan y termina recurriendo a lugares comunes y estereotipados para: 1) sermonear a Molly y castigarla innecesariamente; 2) revertir la imagen de los personajes secundarios, en favor de cierto tufillo redentor recargado; 3) colar la esperanza a caballo de un amor que se presenta traído de los pelos. Lo que queda es la sensación de que tanto la directora como Molly se embarcaron en una búsqueda... para perderse en el camino. Javier Luzi

Noticias lejanas (México, 2005. Dirigida por Ricardo Benet). El film que ganó el premio al mejor de la Competencia Oficial no pasa de un correcto melodrama rural, acerca de una familia desamparada y sus escasas posibilidades de expansión social. El hijo mayor, que es quien intenta zafar viajando a la gran ciudad, encontrará allí más problemas que soluciones. Aunque se perciba o se sospeche una tendencia a enmarcarlo todo en el esquema ciudad vs. campo, no es así. Porque el realizador se encarga de exponer que para esta gente no hay posibilidades más allá del terreno donde se encuentran. Dicha falta de posibilidades está narrada con la fuerza del folletín, a tono con la añeja tradición mexicana, pero en una cuerda menos altisonante que la que vibra en tantas otras producciones del mismo origen. Por otra parte, la utilización de la voz en off es sumamente arbitraria. Si Noticias lejanas pasa la prueba es porque tiene la habilidad de hablar de temas universales desde un punto de vista reconocible geográficamente, sin caer en lo excesivamente dramático ni en el miserabilismo de exportación (aunque, por momentos, lo que se ve resulta una pesadilla). Mauricio Faliero

Remake (España, 2006. Dirigida por Roger Gual). Algunos vieron un remedo de Las invasiones bárbaras. Pero lo que en el film canadiense era miserable y misantrópico, en esta producción española llega a la superficie merced a un bien construido humor que hace tolerable incluso ciertos discursos reaccionarios. Se trata del encuentro durante un fin de semana de padres e hijos. Los primeros, ex hippies y símbolos de una generación fracasada; los segundos, renegados y ejemplo de una generación que no sabe hacia dónde va. Las culpas que se echan en cara de uno y de otro lado se refuerzan a partir de unos diálogos afiladísimos, y de unas interpretaciones perfectas, que juegan con la improvisación constantemente. Lo que hace que la obra despegue de la medianía es, precisamente, ese tono juguetón que maneja Gual, que no le permite caer en sermones o en bajadas de línea, sin por eso empujarlo a redenciones facilistas ni a consensos incoherentes. Remake se vale del diálogo tanto como de las imágenes, y ese es otro acierto del realizador. Mauricio Faliero

The New World (El nuevo mundo. Estados Unidos, 2005. Dirigida por Terrence Malick). El nuevo film de Terrence Malick (quien cierra un ciclo de 6 años sin estrenar largometrajes) dividió a la crítica en el Festival. Yo estuve en el bando de los decepcionados. Si sus anteriores Badlands y La delgada línea roja me habían parecido personales, originales, dignos de figurar en cualquier selección del nuevo cine norteamericano, este último me resultó ambicioso, grandilocuente, y diría que está lejos de agregar algo a lo ya visto.

Malick es un director interesado en la problemática de su país, en las causas profundas de su idiosincrasia. En El nuevo mundo se interna en la conquista del suelo americano, en la llegada de los colonos ingleses y su encuentro con los nativos en Virginia, a principios del siglo XVII. Con una fotografía magnífica y música wagneriana –imposible no acordarse de 1492 pone en escena el encuentro de los europeos con ese mundo desconocido, que abre toda clase de interrogantes. Elige hacerlo contando una historia de amor, la leyenda romántica de la princesa indígena Pocahontas (aunque en el film nunca se la menta con su nombre original) con el capitán John Smith, quienes vivieron un amor prohibido que al principio sirvió para salvar la vida de los colonos, y posteriormente para incorporar a la india a la vida colonizada. El problema radica en que para contarlo Malick recurre a la fórmula que le dio tan buenos resultados en La delgada línea roja: un retrato ingenuo, bastante simplista, sobre las dos culturas que se enfrentan: los indios son limpios, puros y confiados; los ingleses, sucios, incultos y traicioneros. El conflicto de ambos protagonistas también está estereotipado, y hay una voz en off que no cesa de transmitir los pensamientos de cada personaje: sus dudas, sus búsquedas, sus elecciones. Francamente, este fluir de la conciencia que en aquel film antibélico era poético y casi metafísico, aquí suena sumamente pobre y trivial. Todo el argumento se ve permanentemente en peligro de ser absorbido por la fotografía que de la naturaleza virgen realiza Emmanuel Lubezki, quien no sin justicia ganó el correspondiente premio. Muchos espectadores quedaron subyugados por la seducción de las imágenes que crean una atmósfera de ensueño; pero esto no oculta un guión pobre y maniqueo.

Otra dificultad fue la actuación de Colin Farrell, de registro muy limitado, salvado en parte por la debutante Q'Orianka Kilcher (de origen quechua), como emanación de la Madre Tierra que acoge benévolamente al invasor, y que funciona más tarde como vestigio del paraíso perdido. Josefina Sartora

Viva Cuba (Cuba-Francia, 2005). Una road-movie cubana en la que un chico y una chica de diez años emprenden largo viaje hacia un extremo de la isla, donde trabaja y vive el padre de ella. ¿El motivo? Convencerlo de que no firme el poder que autorizaría a la madre de la niña a abandonar la nación junto a su hija (para establecerse en un país "como la gente"). Casi todos odiaron esta película, y con cierta razón: incluye propaganda sutil (y por sutil, funesta) del régimen castrista, su argumento es nada original, está filmada y montada del modo más convencional del mundo. Yo, que no la odié, creo que la ternura de los protagonistas la salva del desastre. Porque los pibes están casi todo el tiempo en pantalla y, aunque al principio les cuesta arrancar, una vez que lo hacen van ganando consistencia. Y Malú Tarrau Broche, que es la nena, llega a estar muy pero muy bien. A partir de ellos, y en especial de ella, todo lo demás se resignifica parcialmente: sin dejar de ser nada original, el argumento empieza a lucir universal; sin dejar de ser convencionales, la realización y el montaje empiezan a lucir correctos, o adecuados. De resultas, una pizca de emoción se abre paso hacia la platea (que sólo me haya alcanzado a mí puede indicar que ando blando de corazón... pero voto al Che: "hay que endurecerse sin perder la ternura jamás"). Guillermo Ravaschino


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