Durante la segunda mitad de 1998, Al filo de la
muerte desembarcó en Buenos Aires con bombos y platillos. Campañas de afiches en
las calles, publicitadas avant-premieres, enormes avisos en los diarios. Todo indicaba que
era otro de esos grandes bodrios que monopolizan, casi sin excepción, los lanzamientos
con todas las de la ley. Pero no. Es un thriller brioso, con razonables dosis de suspenso
e innumerables vueltas de tuerca, las más de las veces imprevisibles.
El "juego" al que alude el
título original es lo que le regala Conrad Van Orton (Sean Penn) a su hermano Nicholas
(Michael Douglas) en su cumpleaños número 48. A esa misma edad se suicidó el padre de
ambos, y el enigmático obsequio parece destinado a empujar a Nicholas, un millonario
triste y solitario, a tomar esa misma decisión. Explicar ese juego no es fácil ni
conveniente. Dígase que su principal atractivo consiste precisamente en descubrir el
objeto del juego. Lo que recibe Nicholas es una enorme caja de sorpresas, muchas de ellas
truculentas, que aplastarán su rutina gris e irán apropiándose de sus días.
La clave del film está en esa alucinante catarata de calamidades que se
cierne sobre el pobre Van Orton. El director David Fincher (quien supo hacerse notar aun
en películas deleznables, como Pecados capitales) sabe pilotear como pocos este
tipo de progresiones. Sean Penn no está nada mal. Y Michael Douglas vuelve a confirmarse
como una de las máscaras más potentes del cine de gran presupuesto contemporáneo.
Encarna mejor que nadie a esos tipos a los que se les viene el mundo abajo de la noche a
la mañana. Y de eso se trata este film.
Guillermo Ravaschino
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