| Durante los primeros 20 minutos me
      dominó la intriga. Una película de ciencia ficción que, en vez de
      asomarse a los avances del futuro, se empeñaba en mostrar hombres
      primitivos, escapados del Planeta de los Simios pero viviendo en el año
      3000. Después me aletargó el aburrimiento. Y cuando faltaban pocos
      minutos para el desenlace, llegué a preguntarme si realmente me gustaba
      el cine.
 La trillada historia de  Batalla final: Tierra es la de Verde (el
      Héroe), uno de los últimos sobrevivientes humanos en la Tierra, que
      decide violar las leyes ancestrales de su comunidad para salir en busca de
      un mundo más feliz para todos. Verde parte de su aldea y se dirige hacia
      un lugar adonde sólo existen las ruinas de la que fuera una importante
      ciudad. Allí es capturado y trasladado a otro lugar de la Tierra: una
      especie de fábrica adonde Terl (John Travolta), nativo de Psychlo (un
      planeta de seres horribles y deformes que aniquiló al nuestro), es la
      máxima autoridad. Los descendientes de los pocos humanos que
      sobrevivieron a ese ataque ahora son esclavos. En ese marco, el Héroe
      toma conciencia de la situación de opresión de los terrícolas y
      contagia su ansia de libertad a los demás. La película entera es una metáfora burda y soporífera, poblada de
      términos como dominación,  ecología y hasta imperialismo. Los efectos
      especiales están al servicio de un guión endeble, lleno de
      contradicciones, que ni siquiera consigue que creamos en las virtudes del
      Héroe o en la toma de "conciencia de clase" de los esclavizados habitantes
      de la Tierra. Mucho menos en la maldad caricaturesca de Travolta. Eugenia Guevara        |