Es este un western singular. Y me apuro a traducir:
puede ser perfectamente disfrutado por aquellos que no aman este tipo de
películas. Sucede que su director, Walter Hill (48 Horas, Encrucijada), le
aporta el ritmo, el personalísimo aspecto visual y el desarrollo de los personajes que
son proverbiales en su filmografía. Cabalgata infernal no esquiva las constantes
que son regla de oro en el género del Oeste. Traiciones, balaceras, emboscadas, muertes.
Pero la violencia está subordinada a un prolijo estudio de los caracteres de cierto tipo
de pandillas, y su inevitable decadencia a manos del "progreso" luego del
triunfo de los yankees en la Guerra de Secesión.
En el centro hay cuatro grupos de
hermanos especializados en el robo de bancos: los Younger, los Miller, los James (uno de
ellos es el famoso Jesse) y los Ford. Lo curioso es que los animan grupos de hermanos verdaderos:
ahí están Keith, David y Robert Carradine, Dennis y Randy Quaid, James y Stacy Keach...
El casting no podría haber sido más acertado: los hermanos funcionan como tales,
encarnando una de las famosas leyes no escritas del western: la de la lealtad sanguínea.
Cabalgata infernal despliega
un amplio arco de matices al interior de los marginales: desde el que mata cuando hay que
matar casi un emblema del salvaje
Oeste hasta las diferentes subespecies del gusano, que mata por morboso o
indolente. El film impacta por sangriento cuando
corresponde. Pero una conmovedora tragedia le gana a la sangre toda vez que los maleantes
aparecen como espectros frágiles, agónicos, de los buenos viejos tiempos que se
fueron para no volver. Y otros bandidos, mucho mejor vestidos, están listos para
reemplazarlos.
Guillermo Ravaschino
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