Otra "idea original de Adrián
Suar"... aunque vale preguntarse si esta historia del sabio loco que experimenta con
seres vivos no la vimos ya en más de dos películas (a su vez inspiradas en La isla de
las almas perdidas o en La isla del Dr. Moreau, de H.G. Wells). De todos modos, se trata
de un fascinante mito del cine fantástico, digno de ser explotado en forma creativa. Que
no es el caso, lamentablemente. En verdad, ya era más que suficiente tener que soportar a
la familia Pintín cuando el micro televisivo diario de esos dibujitos nos pillaba
desprevenidos/as, y nunca hubiéramos imaginado que su rutinario diseño y poco
interesante perfil daba para un largometraje. Y no da: los pingüinos por sí mismos como
personajes son demasiado planos tanto en el diseño como en la caracterización, y no les
suman el menor atractivo las peripecias que deben pasar para rescatar a uno de los
integrantes del núcleo familiar, la pingüina Luna, secuestrada por emisarios del villano
de turno, Jorba Tarjat.
Levemente más rescatable resulta la zona del relato
que remite a lo que sucede en la isla, pese a que el tema central los experimentos
de Jorba con animales está expuesto en forma balbuceante, desaprovechando la idea
(presuntamente original) y creando cierta confusión narrativa. Lo que deviene un pequeño
hallazgo es el caballo que se cree una superstar por haber trabajado en algunas
películas. Y, en buena medida gracias al dobleje realizado por Alfredo Casero y Diego
Peretti, Cacho y Tacho, los secuaces del malvado, tienen su cuota de malicia.
Moira Soto |