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1000 CUERPOS
(House Of 1000 Corpses)

Estados Unidos, 2003


Dirigida por Rob Zombie, con Sid Haig, Billy Moseley, Sheri Moon, Karen Black, Chris Hardwick, Erin Daniels, Jennifer Jostyn.



El denominado cine de clase B nació como consecuencia de la depresión del '30 y su destino fue, en un primer momento, el de simple entremés antes del plato principal. Carente de figuras renombradas y mesurado en su metraje, este tipo de cine contaba con un elemento del que su hermano mayor, en muchos casos, carecía: una mayor libertad creativa (por ser considerado menor y evadir el control de las productoras). De allí surgieron realizadores que tiempo después definirían una estética y una temática que darían forma a un cosmos complejo e influirían a una legión de seguidores. Entre ellos se encuentra Robert Cummings, también conocido como Rob Zombie.

Al frente de su banda White Zombie, homónima del film de Victor Halperin, el ahora director hizo del Hardcore un templo en honor al cine B, al mismo tiempo que lo t0ransformó en una disciplina conceptual. Como ya lo habían hecho a comienzos de los '80, en plan más punk, The Misfits o The Damned.

Pero el creador de 1000 Cuerpos está lejos de ser un neófito. Supo dirigir varios videos musicales de su grupo, influencia que ha arrastrado hasta su ópera prima a través de los injertos en negativo o del uso del montaje y la secuencia en torno de un concepto rítmico.

Para cimentar su proyecto, se conjugan dos conceptos sobre los que pivotea este viaje: por un lado un fuerte conocimiento del terror y la acumulación de citas-homenajes y referencias que se tropiezan sin molestarse; por otro lado la combinación de formatos, el gusto por lo excesivo, su autorreflexividad y cierto distanciamiento propios del llamado cine posmoderno. Esta fusión de lo genérico, lo histórico y el regodeo por la exageración se establece ya desde el guión. En él se funden la mitología y las leyendas que hicieran tan famosa a la América profunda. Entregándose a una narrativa que no se limita al hecho contado sino que se presta a un juego (muchas veces sádico) que se vuelve indescifrable, y en el que el barroquismo de la puesta en escena establece la atmósfera sin necesidad de golpes de efecto adicionales. Allí se delata el amor que Rob Zombie tiene por el viejo cine de terror artesanal, físico, huérfano de efectos digitales. Sin apartarse del subgénero extraño-en-tierra-extraña (tan caro a Swift) que formó films de tonos heterogéneos (desde la críptica opera prima de Peter Weir, Enigma en París, hasta Nada más que problemas, aquella comedia dirigida por el Blues Brother sobreviviente Dan Aykroyd), 1000 Cuerpos se puebla con una galería de personajes antológicos, una especie de "dream team" pesadillesco que parece confirmar aquella sentencia que alguna vez profirió Caetano Veloso: “de cerca ningún hombre es normal”.

Pletórica de referencias, la película se descubre como una criatura concebida a partir de retazos, de fragmentos anacrónicos unidos por el oficio y el arte de crear a partir de la muerte. Rob Zombie se disfraza de Mary Shelley y da vida a su Frankenstein en una cirugía que congrega al Sam Raimi de Diabólico, al Tobe Hooper de El loco de la motosierra, a Tod Browning y (cuándo no) a Alfred Hitchcock. Semejante reunión –o "recolección" de greatest hits– es un puerto peligroso de abordar. En más de una ocasión los recortes y el acopio de influencias amenazan con desgastar y volver moroso el proyecto, incluso irritando al espectador. La falta de una idea que aglutine y dé sentido a esta empresa decanta en dichos momentos en un término muy en boga: el “pastiche”.

Pero la imaginación del director rinde tributo sin apartarse de la comunión entre una concepción historicista y las nuevas improntas formales. Más allá de sus altibajos, entonces, el resultado es un viaje alucinado y lleno de libertad que no aminora la marcha y concluye en un epílogo que parece haber surgido de la pluma de Lewis Carroll tras una noche de excesos con el apóstol del ácido Timothy Leary. Bienvenida Alicia.

Bruno Gargiulo      


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