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A FLOR DE PIEL
(Under The Skin)

Gran Bretaña, 1997


Dirigida por Carine Adler, con Samantha Morton, Claire Rushbrook, Rita Tushingham, Christine Tremarco, Stuart Townsend.



La crisis moral desencadenada en la protagonista Iris (Samantha Morton) por la muerte de su madre es el tema que estructura la trama –palabra demasiado generosa para una mera sucesión de estados anímicos– de la ópera prima de Carine Adler. Para desahogar sus penas, Iris explorará su sexualidad, entregando el cuerpo a cuanto hombre se le cruce. También comentará sus desahuciados pensamientos en voz en off y describirá sus relaciones; las imágenes de los encuentros amorosos –también hay masturbaciones– de la protagonista están acompañadas de meticulosos monólogos en los que explicita sus sensaciones físicas.

Samantha Morton (la mudita de Dulce y melancólico) interpreta con eficacia a una chica de movimientos torpes y aniñados, que contrastan con el desenfreno de sus apetitos sexuales. Su actuación es quizá lo mejor de esta película, pobre en invenciones por donde se la quiera mirar.

Es fácil explicar esta pobreza: una idea no basta para desarrollar un argumento, menos cuando los experimentos formales son recatados: cámara en movimiento, puesta en escena marcadamente esteticista y poco más.

Ciertas escenas recuerdan a La caída de los ángeles (es decir, a lo peor de Wong Kar-Wai). Ciertos datos del vestuario remiten a otra obra de este director, Chungking Express; Iris usa la peluca de su madre y anteojos de sol. Nos viene al pelo, por la pretensión estética, la comparación con este director, que en sus mejores obras, como en la última mencionada, sí sabe combinar los recursos formales con invenciones circunstanciales interesantes (¿recuerdan la voz en off que comenta con detalle horario el rozamiento en la calle de los enamorados personajes?; ¿y la melancolía que sugería el vencimiento de la lata de conserva?). La directora primeriza de A flor de piel, en cambio, mezcla música tecno con desgarramiento emocional. Y su "poética" siempre se ve eclipsada por la falta de un elemento que contenga y desarrolle la idea de la trama.

Imaginen una historia similar pero con un protagonista masculino: el hombre, desconsolado por una muerte, se tira a todas las muchachas que se le cruzan en el camino. ¿No sería una propuesta demasiado simple, elemental, grosera incluso? Ahora, vuelvan a pensar en una mujer como protagonista. Conclusión: extrañamos a Doris Dörrie, a Jane Campion, que cuando hablan de mujeres las abordan, esencialmente, como seres humanos. En A flor de piel, más allá de la "ruptura" de alguna convención sexista ya superada, no aparece aporte alguno a la temática femenina, ni a la masculina, ni a la cinematográfica.

Adrián Fares     


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