Dos vecinos
que viven en la campiña francesa –uno empleado de una empresa en la ciudad,
otro trabajador del campo– tienen una relación algo tirante que acabará en
una disputa a los golpes. Esta resolución no es un detalle menor porque a
partir de ella se desencadenan los hechos que darán inicio a la trama de la
película. Un accidente con una maquinaria agrícola los dejará a ambos
paralíticos y con la decisión de llegar, como fuere, a Finlandia, lugar de
origen de la firma Aaltra constructora del tractor criminal.
Esta opera prima
de Benoit Delépine y Gustave Kervern (directores, guionistas y
protagonistas) es una desquiciada road movie, motorizada en dos
sillas de ruedas (luego una será cambiada por una especie de carrito
eléctrico) y con dos personajes que hacen gala de una incorrección política
sin ningún tipo de miramientos. Atravesando territorio europeo ambos
lisiados se toparán con personas que sumidas en la buena conciencia, la
solidaridad humanitaria y/o la caridad cristiana les ofrecerán su ayuda
“desinteresada”. Claro que dicha ayuda será el pie para que los
protagonistas se despachen con su egoísmo, su vulgaridad, su desenfreno, sus
abusos; con la utilización de la piedad como moneda de canje para sacar
provecho.
Si el cruce con
otra gente, si un accidente grave (y muchos films se construyen en torno a
estos tópicos) se suponen causas posibles para cambiar la vida, en pos de
una mejora en lo que somos, apostando por un crecimiento humano, toda
Aaltra parece construirse para negar esto. Nadie se vuelve mejor, la
minusvalía si no nos hace creer que el mundo nos debe algo por lo menos
exacerba ese sentir y, en este caso en particular, saca a la superficie lo
peor de cada uno.
Si como dijimos el
camino a recorrer suele ser el espacio simbólico para el desarrollo de una
educación de algún tipo, de una enseñanza, aquí ningún kilometraje, por
extenso que sea, modifica nada. La adolescencia que exhiben ambos personajes
se mantiene inalterada, y se multiplica. Huir con una moto prestada, robarse
un carrito, atorarse de comida, exigir como si el otro fuera alguien a
nuestra entera disposición son características que bien podrían describir la
rebeldía o la impunidad de cierta etapa de la vida, y aunque nuestros
(anti)héroes la hayan superado largamente en edad parecen no haber logrado
salir de ella. Y no les importa; es más, se jactan de ello. Hacen de ello
bandera.
Filmada en blanco
y negro, muy bellamente fotografiada, el devenir de las situaciones es lo
que conforma a los personajes y lo que consigue configurarlos como queribles
freaks. Y a lo que les acaece, en momentos de un humor negrísimo, pero humor
al fin. Como si los hermanos Marx se hubiesen cruzado con Kaurismaki... y
traigo este nombre a colación no sólo porque el director finlandés tiene un
pequeño rol en la película.
Aaltra
es un film sólo apto para mentes abiertas y libres de la hipocresía que la
posmodernidad nos regaló (llena de sutilezas y eufemismos que trocan maneras
de decir, pero jamás actitudes profundas).
Javier Luzi
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