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AALTRA

Francia-Bélgica, 2004



Dirigida y protagonizada por Benoit Delépine y Gustave Kervern, con Michel De Gavre, Gérard Contejean, Isabelle Delépine.



Dos vecinos que viven en la campiña francesa –uno empleado de una empresa en la ciudad, otro trabajador del campo– tienen una relación algo tirante que acabará en una disputa a los golpes. Esta resolución no es un detalle menor porque a partir de ella se desencadenan los hechos que darán inicio a la trama de la película. Un accidente con una maquinaria agrícola los dejará a ambos paralíticos y con la decisión de llegar, como fuere, a Finlandia, lugar de origen de la firma Aaltra constructora del tractor criminal.

Esta opera prima de Benoit Delépine y Gustave Kervern (directores, guionistas y protagonistas) es una desquiciada road movie, motorizada en dos sillas de ruedas (luego una será cambiada por una especie de carrito eléctrico) y con dos personajes que hacen gala de una incorrección política sin ningún tipo de miramientos. Atravesando territorio europeo ambos lisiados se toparán con personas que sumidas en la buena conciencia, la solidaridad humanitaria y/o la caridad cristiana les ofrecerán su ayuda “desinteresada”. Claro que dicha ayuda será el pie para que los protagonistas se despachen con su egoísmo, su vulgaridad, su desenfreno, sus abusos; con la utilización de la piedad como moneda de canje para sacar provecho.

Si el cruce con otra gente, si un accidente grave (y muchos films se construyen en torno a estos tópicos) se suponen causas posibles para cambiar la vida, en pos de una mejora en lo que somos, apostando por un crecimiento humano, toda Aaltra parece construirse para negar esto. Nadie se vuelve mejor, la minusvalía si no nos hace creer que el mundo nos debe algo por lo menos exacerba ese sentir y, en este caso en particular, saca a la superficie lo peor de cada uno.

Si como dijimos el camino a recorrer suele ser el espacio simbólico para el desarrollo de una educación de algún tipo, de una enseñanza, aquí ningún kilometraje, por extenso que sea, modifica nada. La adolescencia que exhiben ambos personajes se mantiene inalterada, y se multiplica. Huir con una moto prestada, robarse un carrito, atorarse de comida, exigir como si el otro fuera alguien a nuestra entera disposición son características que bien podrían describir la rebeldía o la impunidad de cierta etapa de la vida, y aunque nuestros (anti)héroes la hayan superado largamente en edad parecen no haber logrado salir de ella. Y no les importa; es más, se jactan de ello. Hacen de ello bandera.

Filmada en blanco y negro, muy bellamente fotografiada, el devenir de las situaciones es lo que conforma a los personajes y lo que consigue configurarlos como queribles freaks. Y a lo que les acaece, en momentos de un humor negrísimo, pero humor al fin. Como si los hermanos Marx se hubiesen cruzado con Kaurismaki... y traigo este nombre a colación no sólo porque el director finlandés tiene un pequeño rol en la película.

Aaltra es un film sólo apto para mentes abiertas y libres de la hipocresía que la posmodernidad nos regaló (llena de sutilezas y eufemismos que trocan maneras de decir, pero jamás actitudes profundas).

Javier Luzi      


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