En el centro de El abogado del diablo hay un abogado defensor, Kevin Lomax,
especie de superestrella de su pueblo chico, gracias a que no perdió jamás un caso (lo
encarna Keanu Reeves, algo más suelto que en sus últimos trabajos). El otro personaje de
importancia es el mismísimo Satanás, aunque la verdadera identidad del rol de Al Pacino
es un secreto que el director Taylor Hackford (Eclipse total) quiso preservar
hasta la segunda mitad de la película. ¿Por qué revelarlo, entonces? Porque una torpe
conjunción de datos se ocupa de disolver la intriga ya desde el comienzo de la
proyección. El título del film es el primer indicador, sumado al hecho de que la
encumbrada firma legal de John Milton (Pacino) sea la que contrata a Lomax a poco de
empezar, arrancándolo del pueblito para instalarlo en el centro de Manhattan, que encima
está pintada como la cueva del demonio. Antes que el joven leguleyo haga las valijas, ya
su mamá, que es cristiana carismática, se ocupa de completar el panorama definiendo a la
Gran Manzana como la Nueva Babilonia descripta en el Apocalipsis bíblico.
Vaciado de suspenso, pues, emprende el
film su largo derrotero (dura casi dos horas y media), que prosigue con unas escenas de
corte televisivo destinadas a exponer el vertiginoso ascenso del hombre de ley. El lujoso
semipiso que ocupa en la parte más paqueta de la ciudad, las fiestas a las que asiste,
los elegantes peces gordos con los que se codea nutren esa apretada sucesión. Su esposa,
en tanto, comienza a ser presa de desagradables alucinaciones (toda semejanza con El
bebé de Rosemary no es pura casualidad) y al cabo de una hora de película, el
único que no se enteró que el diablo anda metiendo la cola es el propio Lomax.
Entretanto, las tareas en la empresa de John Milton lo obligan a trabajar día y noche en
la defensa de peligrosísimos sujetos (uno de ellos, por caso, se entretiene
¡sacrificando cabras!), que no le caen nada bien.
Si la mamá de Lomax que se viene
del pueblito encarna de algún modo lo divino, al ambiente que rodea al diablo lo
definen ciertas instituciones contra las que Hollywood no se cansa de despotricar:
cigarrillos, infidelidad, lesbianas... y fellatios. Mientras tanto se prepara el clímax,
que tendrá lugar en el fastuoso departamento del maléfico (un enorme loft con toques
góticos) y estará planteado como un combate de fondo entre el abogado y su patrón
satánico. Hay unos cuantos pases de magia que corren por cuenta de una razonable batería
de efectos especiales. Y muchos temas trascendentes Dios, el Anticristo, el fin del
milenio y la paternidad desfilan entre otros, con los que Pacino, más altisonante y
desbocado que de costumbre, se hace un auténtico festín.
Guillermo Ravaschino |