Entre todas las
óperas primas de directoras argentinas, Abrir puertas y ventanas se
destaca por su madurez y su depuración conceptual, al nivel de otros debuts
notables como La ciénaga de Lucrecia Martel o Ana y los otros
de Celina Murga. A Milagros Mumenthaler no le tiembla el pulso cuando
sustrae elementos o retiene información: la idea de fondo es representar el
sonido y la furia de la femineidad y la (post)adolescencia como una leve
melodía apenas audible, interrumpida ocasionalmente por stacattos de
violencia mezzo forte, o por pasajes musicales que parten la película
al medio o la concluyen jamás mejor concluida. Y la directora lo lleva a
cabo poniendo esa idea en escena con un cuidado extremo, como si un paso
en falso pudiese esfumar esa tan esquiva intimidad.
Hay tres
hermanas (cualquier similitud con las de Chejov es pura coincidencia)
viviendo en una vieja casona, herencia de una familia en el más allá de la
vida y de lo representado. La mayor (María Canale) es una amable tirana en
potencia, la única que parece querer ejercer un control sobre las otras dos,
menos por ansias de poder que por intentar organizar o encauzar el
transcurrir de las tres. La del medio (Martina Juncadella) parece no querer
involucrarse, siempre con un pie afuera, siempre queriendo deshacerse del
pasado. La menor (Ailín Salas) hace de la pereza y el deambular sexual una
forma de evadir el mundo; tan sólo una lágrima irrefrenable al compás de
"Back to Stay" de Bridget St. John y una sonrisa contagiosa sobre la espalda
de un macho anónimo delatan su volubilidad interior, un anticipo sutil de su
fuga y posterior contrafuga. Las tres están de duelo tras la muerte de la
abuela que las crio y que dejó un espacio difícil de llenar y que las
dispara a todas en distintas direcciones. Mumenthaler se limita
a filmarlas a ellas, a sus espacios y a los huecos que las separan,
poniendo especial énfasis en fotografiar exteriores desde el interior y
viceversa, creando un diálogo entre el adentro y el afuera que alimenta ese
milagro de intimidad al que Abrir puertas y ventanas se aproxima.
Mucho se ha dicho sobre la enorme interpretación de María Canale, virtuosa
en su economía de gestos, en su asombrosa precisión, el contrapunto ideal
para la puesta en escena contenida de Mumenthaler, que permite extraer de
los cuerpos de las jovencísimas actrices un erotismo plácido y la suficiente
carga emocional como para hacer olvidar la falta de una narración fuerte,
una manera novedosa de hacer cine con y de los cuerpos y los espacios que la
directora ya descubrió en su primer largometraje.
Hernán Ballotta
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