Año 1996, pleno apogeo de la dictadura menemista. Un pueblo se pone de
acuerdo en hacerse oír y realiza un sonoro corte de ruta, cuando a nadie
se le ocurría quejarse ante las cámaras por medidas económicas
adversas. No hay discursos proselitistas, no hay lideres que enarbolen
"el sentir de la gente". Hay gente: abuelos, niños, madres y
padres de familia que deciden intentar algo.
A partir de ese momento nos metemos en un apretado retrato de hora y
cuarto sobre la actualidad de Cutral-Co, un pueblo subsidiado con personas
resignadas que esperan algo mejor, mientras barren las calles de tierra.
En aquel año nefasto (uno de tantos en nuestra historia), la catarata
de feroces privatizaciones alcanzó a YPF, provocando el despido masivo de
gran parte de los habitantes de Cutral-Co, quienes vivían del trabajo que
brindaban los pozos petroleros (las mentadas aguas de fuego). Luego de
organizar un contundente corte de ruta, que fue reprimido severamente por
"las fuerzas de la ley y el orden", el pueblo espera el
cumplimiento de varias promesas efectuadas por la empresa y el gobierno.
Esa clase de promesas que nunca llegan. Entonces ocurre una segunda
pueblada que da como resultado un magro plan de trabajo que tampoco
garantiza el mínimo bienestar indispensable. Ni hablar de continuidad
laboral.
Los responsables de este documental, el Grupo de Boedo Films, vienen
realizando desde 1992 obras en las que reflejan la realidad social y
política de nuestro país. Persiguiendo un retrato alternativo de los
profundos cambios económicos y sociales ocurridos hasta el momento. Su
enfoque es simple y honesto: nunca interrumpen a los protagonistas y los
dejan expresarse libremente. Las reglas son lícitas, pero un documental
suele debatirse muchas veces entre el factor testimonial y la necesidad
narrativa. En este último punto, Agua de fuego es impecable. La
puesta en escena es sencilla pero muy cuidada, y la constante presencia de
la maquinaria petrolera, mientras sus antiguos empleados barren las calles
de tierra, es una muestra concreta de la inexorable depredación
económica. Los clips con viejas imágenes del corte de ruta y la
posterior represión policial son también devastadores, apoyados por un
gran trabajo sonoro.
Sin embargo, cuando llegan los testimonios, la seguidilla no alcanza a
mantener un interés parejo. Aunque resulta especialmente desgarrador
escuchar a los habitantes jóvenes, aquellos que apenas si vivieron algo
de los "buenos tiempos". Y es impactante oír a Vanesa, una nena
de 13 años con el abatimiento pegado al rostro, quien a pesar de su corta
edad resume una conceptos sobre la situación actual con una claridad
apabullante.
Quizá resulte ocioso aclararlo, pero no es una película para ir a ver
con la guardia baja ni excesivamente estimulado, sino una
progresión pausada que puede llegar a saturar. Hecho agravado por la poco
feliz proyección en video.