Un hombre y una mujer se
conocen. Ella es italiana, él es mexicano. Tienen un hijo y tiempo después
el amor acaba. Ella quiere regresar a su hogar cansada de la aventura de
vivir casi en las fronteras de la civilización. Y el pequeño debe estar con
su madre. Pero antes de partir a Europa pasará un tiempo (corto) con su
padre y su abuelo; esa experiencia es lo que relatará esta docuficción. Lo
que uno en principio temía como posibilidad cierta de un planteo que
contuviera la eterna lucha entre civilización y barbarie se diluye
prontamente en una cámara que sólo busca registrar una cotidianidad
distinta, los quehaceres y labores de unos hombres que viven en medio de uno
de los más grandes arrecifes de coral, en una casa-isla, pescando como
oficio y razón de ser, construyéndose en la soledad y la naturaleza. Un
aprendizaje que no busca educar ni convencer al neófito, un padre que ama a
su hijo pero no lo quiere a su imagen y semejanza. No hay reclamos ni
cariños desmedidos (hay reto cuando se lo cree preciso y atención en el
peligro y la herida). No se reafirma el clan ni el género. Hay naturalidad y
la emoción se cuela sinceramente.
Un ave
aparece en escena y se convierte en personaje importante de la trama; en ese
acercarse lentamente pero sin miedos hacia el hombre uno podría leer algo de
la relación padre-hijo que se plantea central. Hay una
sensibilidad distinta, un no temor a mostrar los afectos que nos hace intuir
que algo se ha construido en esos días, algo inolvidable.
Javier Luzi
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