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EL AMANECER DE LOS MUERTOS
(Dawn Of The Dead)

Estados Unidos, 2004


Dirigida por Zack Snyder, con Sarah Polley, Ving Rhames, Jake Weber, Mekhi Phifer, Ty Burrell, Michael Kelly, Kevin Zegers, Lindy Booth.



Alguna vez Howard P. Lovecraft aseguró, en su libro “El horror en la literatura”, que el miedo es la emoción más antigua y aguda de la humanidad, y que el más intenso de todos los miedos es a lo desconocido, a lo inexplicable. En Lovecraft, pero también a partir de Lovecraft, el humano se transforma en un mero intruso de un mundo inescrutable, inimaginable y muchas veces fatal. Con seres atravesados por lo oculto, que escapan a toda normalidad e hipnotizan las miradas de los lectores-espectadores. En términos psicológicos, y en contraposición al ámbito cotidiano, este universo fantástico despierta complejos reprimidos fundados en la infancia. En este sentido se establece una dicotomía: la realidad familiar por un lado, y lo siniestro por otro. El arte, al desarrollar ese mundo pesadillesco, opera como catarsis de esos miedos, amplificándolos y enfrentando al hombre con sus propios, íntimos demonios.

Este acto de identificación tomó aun mayor fuerza al crear horrores con forma humana: los zombies (muertos vivientes) ejercen el terror a nuestra imagen y semejanza. Su tradición cinematográfica es vasta. Algunas obras intentaron desentrañar su génesis (La serpiente y el arco iris); otras, obviaron cualquier explicación para centrarse en su estadía entre los vivos. Esta segunda opción fue característica, a fines de los sesenta, de una nueva corriente estética que produjo un cambio en los rasgos genéricos del terror convencional: el cine gore, que ajustaba su mirada a la atrocidad y a la violencia de las imágenes, y las sobrecargaba con sangre y cuerpos desmembrados. George Romero fue artífice fundamental de este cine. Sus zombies irrumpieron en su opera prima La noche de los muertos vivos, de 1968, y se prolongaron en la trilogía que se completó con El amanecer de los muertos en 1978 y El día de los muertos vivos en 1985.

En 2004, el director debutante Zack Snyder ofrece la remake del ahora clásico de Romero del ‘78, pero con un presupuesto y una tecnología que su mentor jamás hubiera soñado. Esta nueva entrega de El amanecer de los muertos mantiene la propuesta gore, pero resulta una versión edulcorada, mucho menos crítica, críptica y oscura que su predecesora. El shopping center adonde quedan encerrados los protagonistas, por ejemplo, casi no sostiene una mirada crítica sobre la sociedad de consumo, representada por su principal bastión: la barbarie humana (no precisamente la de los muertos vivos) se muestra en viñetas que poco a poco van cediendo ante un montaje cada vez más veloz. La puesta en escena nunca termina de congeniar con el guión y esquiva el tono apocalíptico que los diálogos intentan establecer.

El fin de la civilización, el aniquilamiento de lo humano, el aislamiento también la emparentan con la reciente Exterminio, pero la mirada de ambas películas difiere desde el inicio: si Danny Boyle vaciaba Londres y encuadraba al protagonista paseando por los recuerdos de una ciudad que alguna vez existió (antes de ser barrida por un virus), Snyder opta por una variante incendiaria y despiadada. Como en un nuevo 11 de septiembre (la referencia es notoria), la protagonista huye desesperada en su auto, luego de ver a su marido morir y resucitar de manera monstruosa, y presencia la masacre en todas sus dimensiones. La cámara comienza a inquietarse y terminará abusando de ángulos picados y cenitales que se multiplican sin ningún sentido (¡una copia de Psicosis por favor!), no sin mostrar, de paso, alguna que otra bandera estadounidense.

Otra diferencia con la película de Romero es el protagonismo múltiple, que comparten un policía de aire fascistoide (Ving Rhames), la enfermera fugitiva ya nombrada (Sarah Polley) y un padre descorazonado y leal (Jake Weber) que no tardará en mostrar su costado sensible y conmovedor. Es que El amanecer de los muertos modelo 2004 intenta de manera obvia generar condescendencia: diálogos acartonados, despedidas en cámara lenta, heroísmos aleccionadores, todo bien sazonado por la abundante cuota de sangre que toda hecatombe requiere.

Un amanecer sin novedades bajo el sol.

Bruno Gargiulo      


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