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LOS AMANTES DEL CIRCULO POLAR

España, 1998


Dirigida por Julio Medem, con Fele Martínez, Najwa Nimri, Nancho Novo, Maru Valdivieso, Kristel Díaz, Víctor Hugo Oliveira, Beate Jensen.



Del director de La ardilla roja y Vacas, y con un año de retraso, llega a Buenos Aires Los amantes del círculo polar. Estamos hablando de un vasco, Julio Medem, cuya obra –cuatro largometrajes a la fecha– está atravesada por experimentos más o menos felices, siempre audaces, por el lado de las formas.

Estos renacen en la peculiar estructura elegida para narrar las vicisitudes de Otto y Ana. La suya es una historia de amor por etapas. Arranca en la infancia, cuando comparten la misma escuela, se prolonga en la adolescencia (que los convierte en "hermanos" desde el momento en que el padre de Otto se une a la madre de Ana) y culmina en los veintipico. Tres parejas de actores, pues, se ocupan de animarlos a lo largo de la narración. Pero también es una historia contada a dos voces: carteles con los nombres de Ana y Otto presiden las numerosas secuencias que hacen avanzar el relato, respectivamente reconstruidas desde el punto de vista de cada cual. Hay de por medio un juego con la subjetividad: los mismos segmentos de la historia se reiteran, levemente trastocados en función de quién sea el que los evoca. Por lo demás, el hecho de que Medem no se prive de insertar saltos hacia adelante y atrás en el tiempo –habida cuenta de los diferentes actores encargados de un mismo rol– deriva en algunos tramos desvahídos, farragosos.

El clima es marcadamente melancólico. No tanto por la historia en sí, que incluye los desgarros que suelen acompañar a cualquier vínculo amoroso que se precie, como por el tono con que Ana y Otto la refieren al recordar. Ambos tienen generosos, si no excesivos, párrafos en off, que comentan cada instancia de sus desventuras bajo el signo de un existencialismo trágico y supersticioso. Sus encuentros y desencuentros parecen determinados por el azar. El azar, al menos según sus dichos, parece responder al destino. Un destino que tiende a unirlos, aunque está por encima de los dos. En este cuadro se inscriben unos cuantos sucesos puntuales que se repiten con el correr del tiempo –autos que frenan justo antes de chocar, gente que se queda sin combustible a mitad de camino– y ciertas casualidades por el lado de los nombres. El padre de Otto y la nueva pareja de su ex, por caso, se llaman Alvaro. Un anciano alemán, dueño de la cabaña que ocupa Ana en Finlandia (por la que pasa la línea imaginaria del círculo polar ártico), se llama igual que el abuelo del protagonista, que también era alemán. Y más de una vez se subraya que Ana y Otto son nombres "capicúa", como si fuera un enésimo emblema misterioso.

Los amantes del círculo polar tiene su intensidad, sus momentos. Pero no deja de ser un film afectado. La superstición, aun descabellada, puede ser un excelente punto de partida para sembrar tensiones (no por nada es la base de tantos buenos relatos terroríficos). Pero para eso debe cabalgar sobre la acción. Y no depender, como en este caso, de las metáforas más o menos lúgubres con que dos voces en off la comentan.

Guillermo Ravaschino