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ANGEL, LA DIVA Y YO

Argentina, 1998


Dirigida por Pablo Nisenson, con Pepe Soriano, Esther Goris, Boy Olmi, Florencia Peña, Tincho Zabala, Juan Pablo Feinmann, Osvaldo Bayer.



"En este país las metáforas son más fuertes que las ideas" escribe Héctor Tizón en uno de los prólogos para su novela "Fuego en Casabindo". La simple frase resume con una claridad espeluznante la verdadera historia de la representación en la Argentina. Es por eso que Angel, la diva y yo no puede sorprender a nadie.

Sin embargo, uno se sumerge en la depresión cuando se pone a sacar cuentas. Pasaron ya más de 20 años desde Las islas y Los miedos (entre otras), productos generados durante la última dictadura militar, cuando la única alternativa para expresar una idea y burlar a la censura era el rodeo y el juego metafórico. Sin embargo, con el advenimiento de la democracia, ese vicio encubridor continuó tiñendo al cine nacional, sin justificaciones porque ya no había necesidad de escapar de los censores. La democracia permite la expresión directa, sencilla, sin eufemismos, sin intertextualidades, sin silencios. Pero los años de la dictadura no fueron superados y seguimos viendo las mismas tristes metáforas sucederse una por una en las pantallas. Así pasaron los Solanas, los Subiela, las Sonámbulas y tantos otros directores y películas.

El film de Pablo Nisenson vuelve sobre esta costumbre del cine argentino... ¡y cómo! Cabe preguntarse por qué se sigue castigando de esta forma al espectador. ¿Son los residuos del miedo los que impiden que nadie pueda decir lo suyo claramente y en voz alta? ¿Es la certeza de que ésta es la única forma de hablar de ciertos temas de la historia argentina? ¿Es una costumbre arraigada que proviene de aquellos tiempos violentos? Angel, la diva y yo nos muestra otra vez las mismas obviedades, metáforas burdas, repetitivas alusiones al pasado reciente siempre con descompromiso, sin opinión. Y además, las infaltables imágenes folklórico-pintorescas de las Madres de Plaza de Mayo (retratadas for export, claro).

En esta oportunidad, la metáfora pasa por el cine argentino que ha perdido la memoria (¡Uhhhh!). El cine nacional en su totalidad está personificado en Angel Ferreyros (Pepe Soriano), un director apócrifo que resume las personalidades y las obras de quienes lo construyeron en la realidad: José A. Ferreyra, Carlos Hugo Christensen, Hugo del Carril, Lucas Demare y Leonardo Favio, entre otros. Este Ferreyros es una especie de baluarte de la cultura nacional a quien todos han olvidado, hasta sus colaboradores más allegados. Julián Armendáriz, un documentalista a punto de suicidarse (Boy Olmi), recibe dinero junto a una carta anónima donde se le pide que realice una película sobre la vida y el cine de Ferreyros.

Armendáriz y sus secuaces comienzan una ardua investigación durante la cual se cruzan con las metáforas "humanas" y las institucionales más vulgares que se hayan visto: por ejemplo, la Asociación de Memoriosos Argentinos (AMA), cuya cinemateca ocupa los sótanos de un importante centro comercial capitalino. Dicho sea de paso, resulta contraproducente que la única institución que no ha perdido la memoria en la película sea la que nos presenta Nisenson: la integran una media docena de viejos estúpidos, inútiles, superficiales, burocráticos y desordenados que atienden y debaten temas nimios. ¿Será que el director quiere decirnos algo sobre los organismos de este tipo? ¿Será que quiso parodiar los engorrosos procesos en los que se enfrascan antes de tomar una decisión? ¿No se dio cuenta de que al incluir un grupo humano así de "divertido" se contradecía?

Y los diálogos, ay, ay, ay. ¿A quien se le imputa este cargo? ¿A José Pablo Feinmann, que escribió con Nisenson estas proclamas, o a las pésimas interpretaciones con que los actores las exageran? La actuación de Olmi es triste, pero la de Esther Goris en su papel de Norma Desmond del subdesarrollo (recordar Sunset Boulevard) roza lo lamentable. ¡Y Florencia Peña! En un momento intenta hurgar en su memoria, y dice: "Me acuerdo de Rosas y de la Mazorca, me acuerdo de mis viejos y de cómo se los llevaron..." Pregunto: ¿alguien puede creer que a Florencia Peña le llevaron algo? Ni el gato, le llevaron.

El documental filmado por Armendáriz se mezcla con la ficción de Nisenson de manera poco clara, contradictoria, sin ninguna concepción narrativa o estética de por medio. Un intento de hacer cine dentro del cine que en este caso podría definirse como cine mal hecho dentro del cine mal hecho. Sólo resta proclamar que la mejor forma de abogar por la recuperación de la memoria en el cine argentino no es la payasada, sino dejar la cobardía y las metáforas a un lado y filmar sin vueltas aquello que se quiere expresar o recordar.

Eugenia Guevara