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ANTIGUA VIDA MIA

Argentina-España, 2000


Dirigida por Héctor Olivera, con Cecilia Roth, Ana Belén, Juan Leyrado, Jorge Marrale, Alfredo Casero, Odiseo Bichir, Diana Lamas, Cristi Cobar.



W. Somerset Maugham escribió que la desdicha envilece a los hombres, contrario al lugar común que ve en los sufridos a personas que comprenderán a todos los demás sufrientes. Antigua vida mía, una coproducción argentino-española, film del prolífico Héctor Olivera, empieza con el asesinato de uno de los envilecidos, Eduardo (Juan Leyrado). El espectador descubrirá la causa del crimen durante el racconto que Josefa (Ana Belén), famosa cantautora española, desencadena al encontrar un diario personal en la casa de su amiga y pareja de Eduardo, Violeta. Cuando la trama retorne al punto de partida, cuando el racconto termine, sabremos que Violeta mató a Eduardo (escritor alcohólico y golpeador que perdió a su familia en un accidente) al defender su tan deseado embarazo, y habrá una pregunta nueva: ¿qué pasó en realidad la noche del crimen? Valiéndose de su fama y esposo, un abogado interpretado por Jorge Marrale, Josefa tratará de evitar que su amiga sea condenada.

El argumento, marcadamente melodramático, se reserva una vuelta de tuerca que reordena la historia (denouement en la terminología cinematográfica: la caída del anillo en Sexto sentido, la mirada sobre los objetos de la oficina en Los sospechosos de siempre). Si el director hubiera intentado un acercamiento menos transitado, una puesta en escena alejada de lloriqueos, sería soportable; qué puedo decir si se relame en los besos y los abrazos de dos amigas durante todo el film, si presenta a una Cecilia Roth continuamente emocionada, si hace de la película algo tan digerible y obvio que molesta, hasta que en lo formal parezca, especialmente en los primeros minutos, un corto de principiante.

El guión está basado en la novela homónima de Marcela Serrano, escritora chilena exitosa (el título Antigua vida mía es una dilogía; interpreto la tristeza de sumar penas en esta existencia y, a la vez, la celebración de La Antigua, Guatemala, pueblito adonde viaja Violeta para visitar la tumba de su madre y que ganará importancia en el desarrollo del film). Los guionistas Angeles Gonzáles-Sinde (Goya por La buena estrella) y Alberto Macías estropean la trama, y complican a los actores, con diálogos poco lúcidos en situaciones ya de por sí comprometidas (luego del crimen, un policía permite que Josefa se lleve el diario personal de su amiga, indispensable para cualquier investigación... a cambio de un autógrafo).

Otro punto débil es el uso de la música incidental para resaltar los momentos melodramáticos, que son muchos (en general coinciden con las vueltas o puntos de giro de la trama), un insistir una y otra vez en lo evidente, en la emoción a flor de piel, hasta que nos aburramos de tanta catarsis a gatillo fácil.

Los actores están bien (más Stanislavsky que nunca), particularmente Jorge Marrale que personifica a un esposo de gestos creíbles. Cecilia Roth y Ana Belén sacan partido de sus pechos; Cecilia mostrándolos todo el tiempo y Ana sugiriéndolos sin corpiño bajo la ropa. Las únicas ambigüedades del film son los encuentros de Violeta con Emilio (el mexicano Odiseo Bichir), cuya enigmática expresión parece guardar un secreto mucho más terrible que el que nos terminan revelando. Alfredo Casero es un agente de Josefa que ni corta ni pincha.

La trama se debilita más cuando Olivera intercala a Josefa cantando el tema que le dedica a Violeta (Altman en Ciudad de ángeles y Allen en Annie Hall supieron hacerlo mejor: la intérprete no canta una apología, la canción está ahí y podemos asociarla con el destinatario que más la "necesite" en la trama).

Conviene preguntarse si se trata de una película sobre mujeres, y entonces recordar las interesantes anécdotas que estructuran a ¿Soy linda?, de Doris Dörrie, y la ambigüedad razonada que frecuenta Jane Campion (dos directoras que saben enriquecer el contenido con apuestas formales).

En fin, algunos espectadores se sentirán desdichados, y volverán a sus casas más envilecidos que antes.

Adrián Fares     


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