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APOSTANDO A VIVIR
(Girls Night)

Gran Bretaña, 1997


Dirigida por Nick Hurran, con Brenda Blethyn, Julie Walters, Kris Kristofferson, George Costigan, Lee Everett, James Gaddas.



Digámoslo de entrada. Hay un problema, no dos ni tres, con esta película de Nick Hurran que avanza en plan de comedia sentimental, y es que lo hace a partir del dato menos cómico que uno podría imaginar: un tumor cerebral con metástasis múltiples. Ello no anula del todo la comicidad de Apostando a vivir, o si se quiere su tierna y cálida ligereza, pero la atenúa ciertamente. No es fácil sonreír cuando la muerte asoma la nariz, y eso es lo que ocurre a poco de empezar, cuando a la pobre Dawn (Brenda Blethyn, la de Secretos y mentiras) se le declara ese cáncer contra el que nada pueden hacer los facultativos.

La cuñada y mejor amiga de Dawn es Jackie, otra cuarentona atractiva y temperamental interpretada por Julie Walters. Además de cuñadas y amigas, Dawn y Jackie son colegas, ya que se desempeñan como operarias en una fábrica de la pequeña localidad británica de Rawtenstall. Sí, otra vez, un director inglés posa su mirada sobre la clase trabajadora de provincias. Y no lo hace nada mal: este flanco de Apostando a vivir tiene algo de ese calor de hogar con que Peter Cattaneo, en The Full Monty, pintaba a los desocupados de Sheffield. Claro que la trama social está aquí muy en segundo plano. La cotidianidad y la intimidad, las pequeñas glorias y caídas de estas mujeres son las que desfilan con fluidez. El título original (Girls Night), por ejemplo, viene a cuento de las noches de los viernes, en que las protagonistas, junto a otras pocas amigas, se entregan al escolaso en la sala de Bingo del pueblito. Cosa que aprovecha el guión para hacer coincidir el grito de "cartón lleno" de Dawn –que se gana un montón de libras– con los que profiere Jackie en otro ambiente del local, cuando su amante la hace llegar al orgasmo. Chiquititos para bien, felices en más de un sentido, otros momentos como éste puntúan el film de Hurran, aliándose con las extraordinarias performances de las actrices para hacerlo llevadero a pesar de todo.

Jackie se entera del cáncer sin que Dawn se lo diga, y por eso la invita a una escapada a Las Vegas que insumirá la mayor parte del metraje. Entre la suerte en las mesas de juego (las idas y vueltas del azar son aquí como un leit motiv metafórico) y las desgracias de la salud se consume la temporada norteamericana. Que ofrece la yapa de un tratamiento fílmico que entona perfectamente con ese raro planeta que es la Meca de los tragamonedas: todo está dispuesto para la diversión y el consumo permanentes, y el tiempo, que es precisamente lo que le falta a esta buena señora, no parece transcurrir. La subtrama romántica viene de la mano de un veterano cowboy de Nevada que corre por cuenta de Kris Kristofferson, quien vuelve a demostrar (luego de La hija de un soldado nunca llora) que su repertorio dista de agotarse en los villanos pérfidos. Sobre el final, esta vertiente depara una vuelta de tuerca relativamente previsible. Pero está bien llevada, no pierde sobriedad ni abandona la delicadeza.

Lo mejor de todo son ciertos instantes íntimos en los que la complicidad de las cuarentonas brilla. Con lo que Apostando a vivir se perfila como un respetable estudio de la amistad... en situaciones límite. Lo peor, ya está dicho. Cabe preguntarse si el film no hubiera ganado con la erradicación de ese odioso tumor. No del cerebro, sino del libreto.

Guillermo Ravaschino      

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