La estructura de Aprile parece simple: escenas de la vida cotidiana de Moretti
registradas entre 1994 y 1998, libremente eslabonadas, divididas en capítulos. Cada uno
de ellos refleja una parte de alguno de los temas del film. A saber: la intención
largamente postergada de filmar un musical, las iniquidades de la derecha política y de cierta
izquierda cómplice que lo indignan y lo inducen a asumir el compromiso de rodar
un film muy otro (un documental "sobre Italia y la política"), y el nacimiento
de su primer hijo, Pietro. Esto es, las reacciones y la adaptación de Nanni ante la
llegada del benjamín.
Pero la estructura no es nada simple en
realidad. La textura de Aprile es parcialmente la de un documental: Moretti vaga
por el film con su verdadero nombre, habla como suele hacerlo (y lo mismo ocurre con
Silvia, su mujer, y la mayor parte de los personajes). Es decir, hace de él.
Se diría que Aprile es un pedazo de su propia vida (idea apuntalada por el
afiche oficial, que subtitula: "Cuando nació mi primer hijo"). Ahí
está el montaje, sin embargo, pleno de prolijos cortes y empalmes, que evidencian un plan
previo un guion, un argumento... una ficción y sugieren tomas y
retomas concebidas de antemano. Este tipo de armazón es ciertamente original, de alguna
forma un sello de Moretti (ya presente en Caro diario, su película anterior).
Pero su naturaleza no deja de ser contradictoria. La "reconstrucción del hecho"
bien puede acelerar el flujo de lo documental e inyectarle ritmo. Lo que no se
puede esperar es que el público no perciba el esquema. Y que no añore, al lado del
montaje, otros rasgos esenciales de las ficciones que bien se precian:
actuaciones consistentes y una construcción argumental que haga progresar la trama, y
desarrolle el tema, vigorosamente. ¿Lo ofrece el film?
Aprile tiene dos vertientes.
Una está forjada por las impresiones, opiniones y sentencias que pronuncia el italiano que nunca
deja de hablar sobre asuntos diversos, mayormente el cine, la política y la paternidad. En
un momento alguien le dice: "Moretti, vos tenés que hacer un documental acerca de
Italia, de la política, pleno de humor pero también con un sentido cívico..."
Nanni lo viene intentando desde Caro diario. Desahuciado del
eurocomunismo, el hombre sufre las traiciones de la centroizquierda ("¡Reacciona,
Dalema, reacciona!...", se enardece frente al televisor cuando el líder de los
moderados no atina a refutar los dichos del magnate Berlusconi). Y sin embargo, no reniega
plenamente de ella. Abraza un izquierdismo a secas, de esos que parecen
destinados a tranquilizar conciencias (aunque no es el caso de Moretti, permanentemente
insatisfecho). El protagonista que imagina para su musical un "pastelero
trotskista" podría considerarse, con muy buena voluntad, la punta de un
ovillo diferente. Pero es tenue. Se diría que Moretti aún se debe un balance, que no
termina de saldar las cuentas con su pasado militante. Poco queda, pues, al cabo de sus
indignadas, reiteradas incursiones conceptuales por los tópicos políticos. De las que
dedica al cine no hay mucho que decir. En Caro diario se las agarraba con Harry,
retrato de un asesino, uno de los relatos negros más potentes y personales del cine
de todos los tiempos. Aquí arremete contra Días extraños, una de las pocas
cruzas fértiles entre el thriller y la ciencia ficción. La proximidad del parto, en
cambio, muestra a un progenitor en ciernes saludablemente matizado. Al natural: se le cae
la baba aunque no tanto, se entusiasma y a la vez se asusta con los desafíos de la crianza. Y dista de esgrimir la
Biblia del Buen Padre, o cualquier otra, como brújula para su nuevo rol.
La otra vertiente es mucho más
provechosa. Gira en torno del realizador y se nutre de los cuelgues que le
impiden a Moretti concretar las películas que lo desvelan. Aquí Aprile no sólo
tiene algo que decir (la inconstancia creativa tiene visos de conflicto universal) sino
materia para conmover al público. El segmento más vibrante del relato es aquel en el que
Nanni, tras su cumpleaños número 44, se apabulla con la poca vida que le queda por
delante. Treinta y seis años no es poca cosa (imagina morir a los 80), pero a este
paso... Esta escena, en este marco, puede tomarse como un punto de inflexión. Algo le
hace clic a Moretti. Lo pone en movimiento al fin. No hay que obviar, empero, el
desgano que trasunta Nanni de una punta a otra de la narración (¿es un signo de su
estancamiento vale decir: un rasgo dramático del personaje o una falla
interpretativa?). Y tampoco el marcado desequilibrio que media entre el desarrollo previo
y el que sigue al clic. El primero es demasiado largo: bastaban muchos menos
metros de película para dar cuenta del empantamiento del protagonista, que encima queda
diluido por el tono airoso, quejoso, de los devaneos políticos. El segundo es demasiado
breve, y la emoción que lo acompaña está llamada a dejar gusto a poco en el paladar del
espectador.
Guillermo Ravaschino
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