Cine que habla de cine,
que reflexiona inteligentemente sobre sí mismo. Cine que busca la masividad,
lo popular en su recurrencia a los géneros, en su apelación a los
sentimientos y en la conformación de su banda sonora. Extraña y refrescante
mixtura que consigue remover las aguas y derribar el mito de una crítica que
confunde profundidad con aburrimiento. Un equipo cinematográfico que filma
una película sobre unos integrantes de una banda musical, una historia de
amor de dos jóvenes, y los eternos chismes de pueblo chico sobre mujeres
infieles y maridos abandonados a cargo de hijos pequeños.
Ensamblada de tal manera que uno
no logra distinguir si la secuencia musical es interrumpida, suspendida,
cortada por el relato ficcional o es al revés, Aquele querido mes de
agosto nos muestra en primera instancia la búsqueda de los actores, el
"trabajo" del equipo de filmación, los entredichos entre el productor y el
director por un guión que no se respeta y un casting que no se realiza,
mientras hilvana entrevistas a los habitantes de Arganil (Portugal) que
cuentan historias y muestran lugares que serán resignificados y utilizados
en la película que luego veremos crecer ante nuestros ojos (sin evitar los
signos que nos advierten a cada paso que es una película: cámaras,
micrófonos, operadores, etc.).
Así
como el humor se derrocha, la música se vuelve esencial como enlace y
descripción de unas situaciones que denotan pura sensibilidad. No hay
mirada superior, ironía moderna ni cinismo posmoderno. Ni siquiera
apropiación sino una (re)presentación de la cosmovisión de su autor. Ni la
forma ni el contenido son marcas de originalidad, sino signo de los tiempos,
pero Miguel Gomes consigue entretener y hacer reflexionar con un producto
honesto, que vence la propia mostración casi constante del artificio, que fluye
sin que pesen sus 147 minutos y encuentra en todo ello su singularidad. Inolvidable
la escena del beso en el puente entre Tania y Hélder.
Javier Luzi
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