Leopoldo Arregui es un abúlico e ingenuo archivista
de un anexo de tribunales que empieza a creer que tiene sida por una
avivada de un médico, que para hacerle donar un poco más de sangre lo
convence de que la prueba anterior debe ser repetida por resultado
anómalo. Arregui, como el Loman de Arthur Miller (no es lo único que
remite a La muerte de un viajante en el film; atención a la
secuencia del despido), sufre una crisis existencial que lo llevará a un
cambio radical de carácter.
Si decimos que el grotesco es un
"género" que, mediante violentos contrastes, intercala escenas
de horror y humor, y construye personajes exagerados, entonces podemos
definir a esta película como grotesca. En realidad, Arregui...
mezcla elementos grotescos con otros naturalistas (en su afán de imitar
el habla coloquial).
Una aspirante a escritor debería
ver más films argentinos que uno a director. La escritura de diálogos
que enfrenta cualquier guionista argentino está destinada a convertirse
(o no, si fracasa) en uno de los pocos registros del habla cotidiana de
este país, debido a la escasa publicación de escritores nacionales
contemporáneos (de paso nómbrenme tres escritores jóvenes argentinos
convenientemente editados). En Arregui..., como en algunos otros
títulos (Nueve Reinas, La Fuga –lástima ese final
afectado–, las peliculitas de Raúl Perrone, etc.), podemos
escuchar giros y frases que simulan, con dispar éxito (pero por lo menos
tratan), un idioma argentino. De a poco vamos dejando de lado las puteadas
como principal y único elemento para representar el habla argentina en la
pantalla grande.
El problema fundamental de este film
de María Victoria Menis (que fue grabado en video digital y luego
transferido a fílmico) no pasa por allí, sino por la fastidiosa
redundancia de escenas pintorescas... e inverosímiles. El baile judío es
un buen ejemplo, y ni hablar del final: no sólo es evidente la similitud
con otro muy conocido del cine grotesco local, sino que es dramáticamente
pobre y, hay que decirlo, tontísimo.
Enrique Pinti sigue siendo mejor
cómico aforístico que actor serio, pero es muy respetable su
actuación. Es sobrio en muchas escenas y, cuando no lo es, hay que culpar
a la directora (propongo que siempre se culpe a los directores cuando un
actor está mal; es común en nuestro cine maltratar al actor apuntando la
cámara a situaciones y gestos que estarían mucho mejor fuera de cuadro
–recordar Antigua vida mía).
Merecidos aplausos también para los
demás actores (especialmente el Beto de Daniel Casablanca). Respecto de
Carmen Maura, actriz habitual de Almodóvar vista en la reciente La
comunidad de Alex de la Iglesia, deben saber que aparece pocas veces;
interpreta a la Sra. Arregui, una española que conoció a su esposo en un
carnaval correntino mucho tiempo atrás.
Las promesas del guión son
constantemente frustradas por dos elementos: el desarrollo mismo del
guión, y la música. Sobre lo primero: cada vez que surge una buena
escena (como la del colectivero y Arregui charlando después que casi se
matan), rápidamente un diálogo "utopista" o nostálgico viene
a marchitar el esfuerzo; así Arregui dice que le gustaría andar a
caballo por no sé qué provincia, con sombrero y todo (¡imagínense a
Pinti cabalgando con sombrero por las provincias!). Sobre la música:
tangos orquestales a lo Piazzolla para la escena en que (¡qué ganas de
joder!) Arregui y señora reviven el día que se conocieron (perdón por
los paréntesis, pero estas cosas deberían guardarse para la vida y
obviarse en las películas).
Adrián Fares
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