Asaltar los cielos es un
documental sobre Ramón Mercader, el hombre que asesinó a León Trotski.
La historia se remonta
a las primeras décadas del siglo XX en Barcelona, adonde nace Mercader, y
a esa madre temperamental, algo deschavetada y perdidamente stalinista que
le tocó en suerte. Ya de muy joven, y a sus instancias, Ramón se enrola
entre los seguidores de José Stalin. No lo hace del modo habitual, como
sacrificado militante de alguna de las juventudes españolas del
PC, sino que entra por la puerta grande: un viaje a la Unión Soviética
que lo pone en contacto directo con el poder. Este le da a Ramón el
entrenamiento político necesario para afirmar definitivamente su
fanatismo, y una preparación intelectual que muchos agentes de las
películas de James Bond envidiarían.
Esta primera mitad del
film, al igual que la que nos queda por delante, se nutre de una
estructura documental más o menos caminada: imágenes de archivo, una voz
en off (la de Charo López), numerosos individuos que ofrecen sus
testimonios ante cámara. Entre otros: Luis Mercader, el hermano diez
años menor de Ramón; el escritor Manuel Vázquez Montalbán (mucho más
joven), que fue militante del PC español; Santiago Carrillo, que supo ser
su secretario general durante largos años (e hizo buenas migas con Ramón); amigos del susodicho, etc. Algunos de estos testimonios son
valiosos. Las imágenes de archivo, en cambio, en este tramo están cocolicheramente
agrupadas, de modo que ayudan poco a reconstruir la historia de Mercader,
a hacer foco sobre su periplo.
Todo mejora cuando nos
acercamos a México. La presencia de Trotski, quien se refugió en un
bunker paradójico (por lo vulnerable) de Coyoacán, empieza a darle
sentido a las imágenes. Y es lógico: en última instancia, este hombre
es lo que le dio sentido por no hablar de fama a la vida de Mercader.
Por lo demás, la proximidad del crimen acrecienta la tensión del film
(en relación con esto, cabe celebrar que el relato avance de manera lineal, es
decir cronológicamente). Y las estrategias del sicario aportan cierto
aire de film noir, cierto suspenso, vinculado con los muchos
nombres e identidades que adoptó. Las imágenes de archivo también se
ponen más jugosas, y lo mismo ocurre con los testimonios, con la yapa de
que empiezan a declarar los del otro bando. Habla una viejita que
fue muy amiga de Silvia Ageloff, la militante trotskista que, ignorándolo
todo, se dejó seducir por Mercader, facilitándole el ingreso al círculo
íntimo del revolucionario. Se lo escucha a Esteban Volkov, nieto de
Trotski, y a algunos de los guardaespaldas dos yanquis, uno mexicano que
lo acompañaron por esos días. Lo más conmovedor de este segmento son
las palabras de Trotski evocadas por algunos de estos que dan cuenta de
que el creador del Ejército Rojo sabía perfectamente que tarde o
temprano Stalin acabaría con él, porque nada puede hacer un hombre solo
y en fuga contra un Estado entero.
Hecha excepción de la
mentada dispersión inicial, el film reconstruye con riqueza y precisión
los detalles fácticos de la historia que tomó entre manos. Derrumba
incluso algunos mitos, como el que establecía que Mercader no obró por
convicción (ciega, aun espantosa, pero convicción al fin) sino porque la KGB
tenía secuestrados a su madre y a su hermano. No: mientras éste le
asestaba a Trotski el golpe de piqueta que terminó con sus días, doña
Caridad estaba a pocos metros del lugar del crimen, esperando a su hijo en un
automóvil con el motor encendido. Lo que Asaltar los cielos no se
preocupa por develar, investigar o tan siquiera poner mínimamente de
manifiesto son las causas de este horrendo crimen: los oscuros intereses
de la casta stalinista, el riesgo que el ya anciano Trotski y su flamante
"creación", la Cuarta Internacional (fundada dos años antes
con el fin de unificar el combate anticapitalista a nivel mundial),
suponía para sus planes, etc. Todo eso falta. Pero todo eso es lo que puso en marcha a Mercader. Esta
ausencia, pues, le
quita hondura y relevancia a la película.
Guillermo
Ravaschino
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