El cadáver de una hermosa joven en uno de los baños de la
residencia presidencial es el punto de partida de Asesinato en la Casa Blanca. El
caso es asignado a Harlan Regis, un agudo detective de homicidios fiel a la Justicia por
encima de las razones de Estado (Wesley Snipes), y a Nina Chance (Diane Lane), una agente
del Servicio Secreto que todavía no se ha liberado de las presiones de la superioridad.
Mientras él escarba, ella hace lo posible por tapar. Un idiota útil, a todas luces
inocente, está a punto de caer por ese crimen. Antes de las vueltas de tuerca, que son
varias, el hijo del presidente (un mandatario con aspecto de pelele, a tono con casi todas
las películas "con presidente" que está imponiendo Hollywood como una moda
finisecular) se perfila como el verdadero criminal, y las trapisondas de los services
como el trabajo sucio destinado a protegerlo.
Nada nuevo bajo el sol ofrece el
film de David Little en un principio, y sin embargo las modestas, pequeñas variantes de
un esquema conocido salvan del naufragio a un producto que parecía condenado de antemano.
La buena puntería con el casting prohijó la unión de Wesley Snipes, negro, alto,
perspicaz (notable némesis de Sylvester Stallone en su mejor película, El demoledor),
con la hermosa Diane Lane, cuya frágil palidez parece reclamar constantemente los brazos
del moreno. Jamás llegan a besarse y sin embargo o tal vez por eso la buena
química entre ambos nunca deja de fluir. Otra variante de interés está en el giro de la
secret agent, que deja de lado su trabajo para unirse a Regis en la búsqueda de la
verdad. Lo que, por cierto, pone a un verdadero ejército de hombres de traje en el
compromiso de cazarlos vivos o muertos.
Un complejo asunto de política
internacional 13 marines tomados de rehenes por Corea del Norte sirve en parte
para enaltecer al thriller, en parte para enrarecerlo con aires de dudoso patriotismo. La
película está filmada con buen ritmo, recrea aceptablemente los ámbitos oficiales y no
carece de humor: hay que ver a Lane y Snipes repasando historia norteamericana para
descubrir los túneles que conducen al despacho del presi. Unos cuantos clisés,
presididos por la consabida impericia de los federales, conspiran contra todo aquello. Asesinato...
también puede, hasta merece, verse como eso: una batalla denodada entre la rutina y sus
variantes, de la que las últimas salen airosas por ventaja mínima.
Guillermo Ravaschino |