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ASESINATO EN LA CASA BLANCA
(Murder At 1600)

Estados Unidos, 1997


Dirigida por Dwight Little, con Wesley Snipes, Diane Lane, Alan Alda, Daniel Benzali.



El cadáver de una hermosa joven en uno de los baños de la residencia presidencial es el punto de partida de Asesinato en la Casa Blanca. El caso es asignado a Harlan Regis, un agudo detective de homicidios fiel a la Justicia por encima de las razones de Estado (Wesley Snipes), y a Nina Chance (Diane Lane), una agente del Servicio Secreto que todavía no se ha liberado de las presiones de la superioridad. Mientras él escarba, ella hace lo posible por tapar. Un idiota útil, a todas luces inocente, está a punto de caer por ese crimen. Antes de las vueltas de tuerca, que son varias, el hijo del presidente (un mandatario con aspecto de pelele, a tono con casi todas las películas "con presidente" que está imponiendo Hollywood como una moda finisecular) se perfila como el verdadero criminal, y las trapisondas de los services como el trabajo sucio destinado a protegerlo.

Nada nuevo bajo el sol ofrece el film de David Little en un principio, y sin embargo las modestas, pequeñas variantes de un esquema conocido salvan del naufragio a un producto que parecía condenado de antemano. La buena puntería con el casting prohijó la unión de Wesley Snipes, negro, alto, perspicaz (notable némesis de Sylvester Stallone en su mejor película, El demoledor), con la hermosa Diane Lane, cuya frágil palidez parece reclamar constantemente los brazos del moreno. Jamás llegan a besarse y sin embargo –o tal vez por eso– la buena química entre ambos nunca deja de fluir. Otra variante de interés está en el giro de la secret agent, que deja de lado su trabajo para unirse a Regis en la búsqueda de la verdad. Lo que, por cierto, pone a un verdadero ejército de hombres de traje en el compromiso de cazarlos vivos o muertos.

Un complejo asunto de política internacional –13 marines tomados de rehenes por Corea del Norte– sirve en parte para enaltecer al thriller, en parte para enrarecerlo con aires de dudoso patriotismo. La película está filmada con buen ritmo, recrea aceptablemente los ámbitos oficiales y no carece de humor: hay que ver a Lane y Snipes repasando historia norteamericana para descubrir los túneles que conducen al despacho del presi. Unos cuantos clisés, presididos por la consabida impericia de los federales, conspiran contra todo aquello. Asesinato... también puede, hasta merece, verse como eso: una batalla denodada entre la rutina y sus variantes, de la que las últimas salen airosas por ventaja mínima.

Guillermo Ravaschino