Bajo el auspicio del director hongkonés John Woo, Asesinos
sustitutos juntó a la pulposa Mira Sorvino con el divo de superacción Chow-Yun Fat
(veterano de 70 films, entre los que se cuenta El Killer, que lanzó a la fama a
Woo en el 89) y Michael Rooker, el duro que le dio la cara al serial killer de la
formidable Harry, retrato de un asesino. El realizador estadounidense Antoine
Fuqua, responsable de Gangsta's Paradise, el más ganchero videoclip de Coolio, hizo lo
que pudo, que no es mucho, para dirigirlos. A juzgar por su labor, se diría que el
principal objetivo de la película imponer a Chow-Yun Fat en el mercado de actores
protagónicos del cine norteamericano difícilmente se concrete.
Amigo de los desafíos memorables, hace medio
siglo Alfred Hitchcock se propuso filmar un largometraje en un solo plano, cosa que logró
y fue conocida aquí como Festín diabólico. Otramente, la hazaña que parece
haberse impuesto Antoine Fuqua es la de hilvanar un film sin argumento. Hay cierto planteo
básico, es cierto, cuando sobre el comienzo del relato John Lee (Fat) declina un crimen
por encargo de Terence Wei, temible capomafia chino, que procura cobrarse la vida del
policía que mató a su hijo. Pero de allí en más Asesinos sustitutos se limita
a amontonar los tiroteos que acontecen cada vez que Lee, el escrupuloso, se topa con los
matones de su antiguo jefe. Fuqua se desvive por evocar el proverbial ritmo con que Woo
pone en escena esta clase de intercambios, pero el resultado es una cosa demasiado
parecida a un videoclip. Particularmente grosera es la torpeza de los cazadores, que
marran todos sus disparos con el fin de mantener con vida a Lee y, al mismo tiempo, darle
tiempo al director para jugar con los ralentis y los cambios de plano.
Lejos de Poderosa afrodita, por la
que se llevó la estatuilla, Mira Sorvino se hizo cargo de una chica de Los Angeles que se
gana la vida falsificando pasaportes. Una especie de ángel callejero cuyo destino
empalmará con el de Lee a poco de iniciado el film. Compartirán la mayor parte de las
batallas y hasta un giro inconcebible, que los lleva a arriesgar sus vidas para salvar la
del policía. Este saca partido del temperamento de Michael Rooker y de esa voz aguda,
carraspeada, que lo hace único. Chow Yun-Fat es un caso aparte: tiene las facciones de un
galán inofensivo, y es gracioso por momentos verlo como una especie de Palito
Ortega empuñando dos tremendas Magnums simultáneamente. Hay que apuntar que el empeño
por llevar el film hacia el estilo Woo (quien fue su productor ejecutivo) naufraga muchas
veces al compás de unas canciones que parecen concebidas para amenizar un desfile de
modas. Y que la estilización escenográfica remite al territorio de los videogames, con
esos basurales coloridos, irreales, que cobijan diálogos tan cortos como inconsistentes.
Guillermo Ravaschino |