Atracción peligrosa
se llama, originalmente, The Town. Y no hay ninguna atracción
peligrosa en esta película que justifique semejante título ni genere
adrenalina en el espectador. Su apuesta es más bien seca, despojada, gris,
pues la pirotecnia del thriller parece interesarle menos que la identidad de
los personajes, su desarrollo personal y sus relaciones. La del título es
Charlestown, ciudad bostoniana que más ladrones de bancos y camiones de
caudales ha dado a luz, transmitiéndose el oficio de padres a hijos según
afirman e informan un par de placas que abren la película. En eso recuerda a
Carancho, otra ficción policial que de movida presenta datos
objetivos que juegan a legitimar la ficción señalando la deuda que mantiene
con unas condiciones sociales externas y precedentes. Como aquella, The
Town oscila entre convenciones míticas y realistas, dando como resultado
un híbrido en el que no se termina de crear una pura ficción de género
sólida, ni un objeto estético autónomo destinado a dialogar con lo real.
Lo que ejerce
algún tipo de atracción peligrosa sobre los personajes de esta película es
la propia ciudad entendida como cultura de origen castradora y cerrada. De
los dos personajes principales, cerebro y puño de una banda de ladrones, uno
(el propio Affleck) quiere irse sí o sí de Boston para comenzar una nueva
vida, y el otro (Jeremy Renner, de la oscarizada Vivir al límite) no
deja de tentar a la muerte como una forma alternativa de escape. Uno de los
efectos de sentido más interesantes se produce por la casi total ausencia de
glamour de los robos, que pasan a ser una forma de ganarse la vida, otra
rutina laboral más, subalterna a las vicisitudes emocionales de los
personajes. Esos núcleos de acción controlados, esa espectacularidad
lijada no es total porque, a decir verdad, responde a los códigos de
representación materialistas de la violencia característicos del cine
norteamericano de fines de los ’60 en adelante, con Bonnie and Clyde
a la cabeza seguida de las primeras películas de Scorsese o Milius, cuya
fisicidad no dejaba de estimular el goce sádico del espectador bajo el
paraguas de retrato crítico contemporáneo.
Sin ser
carnalmente brutales como los de aquellas películas, ni tampoco abstractos
como en los mejores big capers (Mientras la ciudad duerme,
Bob le flambeur, El aura), los robos son lo mejor de The Town:
eficaces, concretos, nerviosos y nunca especialmente brillantes, como en las
dignas, concisas y anónimas películas de John Frankenheimer, cuyo último
largometraje protagonizó el propio Affleck (Triple traición). Cuando
los conflictos se trasladan del ámbito de las operaciones criminales a las
relaciones personales, muchas de aquellas virtudes ligadas a la modestia se
pierden. The Town desperdicia a un actor como Jon Hamm (brillante
protagonista de “Mad Men”, serie cuya complejidad es superior a la de la
mayoría de los estrenos cinematográficos actuales) en el papel de agente del
FBI encargado de investigar los delitos y perseguir a la banda, porque el
guión jamás lo configura sólidamente como antagonista del héroe.
No descarto que esa inconsistencia sea la responsable de la falta de rigor
en el punto de vista con que Affleck filma la última comunicación entre su
personaje y el de Rebecca Hall. Esa subtrama amorosa pivotea sobre
conversaciones filmadas rutinariamente en escorzo, primeros planos
inconvincentes del propio Affleck, quien no tiene la presencia necesaria
para sostenerlos aunque ya no los malogre tanto su flaccidez facial, y
situaciones amorosas que no alcanzan a ser escenas sino indicios timoratos
de actividad sexual, ilustraciones-clisés que despistan hacia la banquina de
la metáfora y cuya omisión nos hubiera ahorrado otra nueva evidencia de la
superficialidad estructural que acosa incluso a bien intencionadas películas
como esta, realizadas dentro del sistema industrial y narrativo convencional
pero a contrapelo de la tendencia fantástica digital dominante. Sin embargo,
su encanto demodé no es poca cosa.
Marcos Vieytes
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