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ATRACCION PELIGROSA
(The Town)

Estados Unidos, 2010


Dirigida y protagonizada por Ben Affleck, con Rebecca Hall, Jon Hamm, Jeremy Renner, Blake Lively, Titus Welliver, Chris Cooper, Owen Burke.



Atracción peligrosa se llama, originalmente, The Town. Y no hay ninguna atracción peligrosa en esta película que justifique semejante título ni genere adrenalina en el espectador. Su apuesta es más bien seca, despojada, gris, pues la pirotecnia del thriller parece interesarle menos que la identidad de los personajes, su desarrollo personal y sus relaciones. La del título es Charlestown, ciudad bostoniana que más ladrones de bancos y camiones de caudales ha dado a luz, transmitiéndose el oficio de padres a hijos según afirman e informan un par de placas que abren la película. En eso recuerda a Carancho, otra ficción policial que de movida presenta datos objetivos que juegan a legitimar la ficción señalando la deuda que mantiene con unas condiciones sociales externas y precedentes. Como aquella, The Town oscila entre convenciones míticas y realistas, dando como resultado un híbrido en el que no se termina de crear una pura ficción de género sólida, ni un objeto estético autónomo destinado a dialogar con lo real.

Lo que ejerce algún tipo de atracción peligrosa sobre los personajes de esta película es la propia ciudad entendida como cultura de origen castradora y cerrada. De los dos personajes principales, cerebro y puño de una banda de ladrones, uno (el propio Affleck) quiere irse sí o sí de Boston para comenzar una nueva vida, y el otro (Jeremy Renner, de la oscarizada Vivir al límite) no deja de tentar a la muerte como una forma alternativa de escape. Uno de los efectos de sentido más interesantes se produce por la casi total ausencia de glamour de los robos, que pasan a ser una forma de ganarse la vida, otra rutina laboral más, subalterna a las vicisitudes emocionales de los personajes. Esos núcleos de acción controlados, esa espectacularidad lijada no es total porque, a decir verdad, responde a los códigos de representación materialistas de la violencia característicos del cine norteamericano de fines de los ’60 en adelante, con Bonnie and Clyde a la cabeza seguida de las primeras películas de Scorsese o Milius, cuya fisicidad no dejaba de estimular el goce sádico del espectador bajo el paraguas de retrato crítico contemporáneo.

Sin ser carnalmente brutales como los de aquellas películas, ni tampoco abstractos como en los mejores big capers (Mientras la ciudad duerme, Bob le flambeur, El aura), los robos son lo mejor de The Town: eficaces, concretos, nerviosos y nunca especialmente brillantes, como en las dignas, concisas y anónimas películas de John Frankenheimer, cuyo último largometraje protagonizó el propio Affleck (Triple traición). Cuando los conflictos se trasladan del ámbito de las operaciones criminales a las relaciones personales, muchas de aquellas virtudes ligadas a la modestia se pierden. The Town desperdicia a un actor como Jon Hamm (brillante protagonista de “Mad Men”, serie cuya complejidad es superior a la de la mayoría de los estrenos cinematográficos actuales) en el papel de agente del FBI encargado de investigar los delitos y perseguir a la banda, porque el guión jamás lo configura sólidamente como antagonista del héroe.

No descarto que esa inconsistencia sea la responsable de la falta de rigor en el punto de vista con que Affleck filma la última comunicación entre su personaje y el de Rebecca Hall. Esa subtrama amorosa pivotea sobre conversaciones filmadas rutinariamente en escorzo, primeros planos inconvincentes del propio Affleck, quien no tiene la presencia necesaria para sostenerlos aunque ya no los malogre tanto su flaccidez facial, y situaciones amorosas que no alcanzan a ser escenas sino indicios timoratos de actividad sexual, ilustraciones-clisés que despistan hacia la banquina de la metáfora y cuya omisión nos hubiera ahorrado otra nueva evidencia de la superficialidad estructural que acosa incluso a bien intencionadas películas como esta, realizadas dentro del sistema industrial y narrativo convencional pero a contrapelo de la tendencia fantástica digital dominante. Sin embargo, su encanto demodé no es poca cosa.

Marcos Vieytes      


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