Bajo el sol es una mezcla de muchas cosas: registros, tonos,
homenajes, citas. Retazos de algún modo de películas.
La combinación no es casi nunca
simultánea sino que se va plasmando en el tiempo. En este sentido, los
componentes iniciales son por lejos los más interesantes.
Estoy hablando de unas praderas doblemente ensoñadas, por su propia
condición verdes, muy verdes; suaves, muy suaves; con espigas doradas como
flecos a merced del viento, pero también por los elementos que las
acompañan.
La banda sonora, sentimental y pastoril, les da la mano, y también esas
sinuosas rutas de tierra que atraviesan la campiña sueca y llevan, por
ejemplo, al lugar en el que Olof (Rolf
Lassgard), grandote, bonachón,
lleva su granja con 40 años de virginidad a cuestas. Una fotografía de bienvenido preciosismo y la puesta en época estamos
en 1956
contribuyen a darle a los primeros
veinte minutos de Bajo el sol el aire de
una fábula precisamente virginal. Puntuada, y a veces moldeada, por los
silencios, las sonrisas, las miradas, los pequeños gestos.
Olof publica un aviso solicitando
"ama de llaves" para el rancho, aunque lo que busca es
evidente
es clausurar su soledad... o su virginidad. La
que acude es Lind (Helena
Bergstrom), una rubia casi tan dorada y espigada como las especies
que matizan las praderas, pero mil veces más excitante. También es una
dama de delicados modales, aparentemente cultivada. Lo primero que uno se
pregunta es: ¿cómo puede una mujer así postularse para un puesto como este? Y después, habida cuenta de que
prontamente Lind ya perfora a
Olof con sus miradas: ¿cómo puede una mujer así sentirse atraída por un
tipo como este? De hecho, la segunda pregunta también se la formula Erik,
su mejor amigo, al protagonista. No puede ser, le dice,
¿no te das cuenta de que esta mina (en sueco) esconde algo?
No es que Olof no tenga sus secretitos:
declara 39 años pese a haber cumplido cuarenta; es analfabeto. Pero a poco
de andar ya presentimos que Lind
también tiene los suyos, y que son más hondos, graves y jugosos que los de
Olof. Estos secretos no nos serán revelados sino después de largo rato. De hecho, el "misterio de Lind" es
algo así como el motor de la trama. El gran problema es que nunca tendremos
una
respuesta. O mejor dicho, que no tendremos ni una pizca de la
respuesta. Por cierto que el film se empeñará en hacernos creer que la provee
completa.
Mucho antes de que el enigma estalle
(o "se resuelva", aunque sólo entre comillas) y a caballo de la mezcla que se
comentó al principio, el film habrá tenido tiempo para varias cosas.
Para interesarnos con algunos datos de la intensa presencia de la finada
madre de Olof en la psiquis de su hijo. Ahí lo vemos cada noche, poco
después de las nueve,
dándole cuatro vueltas y un poquito más de cuerda al viejo reloj de
péndulo, tal como ella se lo solicitó desde su lecho mortuorio. Pero esta
veta no sólo no llega a un nivel –digamos–
Bates sino que se queda
demasiado ahí. Muy sola, muy trunca. A esta altura, la sección
flautas de la
banda de sonido incidental ya empezó a saturar. Combinada con dos o tres
escenas eróticas (que no están del todo mal, aunque también se quedan truncas)
llegará a rozar algo parecido a los "thrillers eróticos" del
justamente olvidado Zalman King.
Bergstrom tiene la boca de Rossanna
Arquette. Es bella pero a un tiempo dura, eslava, actúa bien. Los otros
también lo hacen. Johan Widerberg, el que se ocupa de Erik, es el hijo del
director Bo (El hombre de Mallorca) pero tiene mucho de un jovencísimo
Christopher Walken: cierta frescura que es como locura; una tensión algo inextricable,
imprevisible, construida con unos pocos rictus faciales. ¿Qué más? También
se hace el Elvis moviendo la pelvis con bastante gracia. Pero insisto, la gran
pregunta queda sin respuesta. O más concretamente: el film la responde mal
y pronto.
Lo esencial tal vez sea que Bajo el sol termina
pareciéndose a una estafa.
Guillermo Ravaschino
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