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    Hace un par de Baficis 
    vi Go Further, un documental horrible en el que Ron Mann sigue a un 
    grupo de ecologistas (encabezados por el ahora-ya-no-tan-simpático Woody 
    Harrelson) en una gira por los Estados Unidos, dando conferencias, 
    proponiendo un sistema de vida alternativo, ecológico. Evitar comer en Mc 
    Donald's, comer productos de granja, andar en bicicleta, comprarse un panel 
    solar, y cosas así. Hasta acá, bien. Cerca de la mitad de la película, el 
    discurso y el tono de los ecologistas empieza a teñirse de fanatismo y 
    autoritarismo. Ya no sugieren un sistema, pretenden imponerlo. La imagen de 
    Woody Harrelson gritándole a una persona que quiere tomarse un milk shake 
    (o algo por el estilo) todavía me trae pesadillas. Un par de días después 
    leí que en Estados Unidos los llaman "ecofascistas". No son peligrosos, pero 
    son insoportables.
 Así es 
    el Jack de La balada de Jack y Rose: una suerte de ecofascista, que 
    no tiene televisor, usa poca electricidad y sale a defender sus ideas con 
    rifle y aplanadora. Sólo que en el caso de Jack (Daniel Day-Lewis) su modo de vida sí es 
    peligroso, porque tiene una hija, Rose (Camilla Belle), a la que –además de imponerle este 
    modo de vida algo extremo– aísla del resto del mundo. La aísla 
    literalmente: viven en una isla poco habitada, en una cabaña alejada, solos 
    los dos, padre e hija. Y si piensan que este ambiente endogámico huele a 
    incesto, tienen razón. La película coquetea con el tema del incesto durante 
    todo su metraje. Para 
    ejemplificar no sé qué cosa, Slavoj Zizek –el filósofo de moda– contaba que 
    cuando los amish llegan a determinada edad (entre 17 y 20 años), los dejan 
    (u obligan a) ir a la ciudad, solos, a hacer lo que quieran. Prueban comida 
    chatarra, van al cine, se drogan, cogen. Horrorizados por los estímulos, 
    casi todos vuelven a su comunidad amish. Crecen, tienen hijos, los dejan ir 
    a la ciudad solos, vuelven, y así, siempre. Eso no quiere decir que el 
    sistema amish sea mejor y por eso lo eligen; simplemente, somos animales de 
    costumbre y nos aterran los cambios radicales y repentinos. Sí, sí, esta 
    crítica es muy digresiva, pero todo viene al caso, van a ver. Vuelvo a la 
    película. Jack, que está enfermo, se trae a su amante a la casa para que: a) 
    lo cuide a él, b) haga las veces de madre para su hija. Y la amante no viene 
    sola, trae a sus dos hijos. El cambio es radical y repentino y a Rose eso de 
    compartir casa (y papá) no le gusta nada. Por lo menos al principio. Se 
    siente invadida, enojada, celosa. Después pasan muchas cosas más. Si la 
    película tiene algún interés (y lo tiene) pasa justamente por la historia, 
    que es intrincada y –acaso involuntariamente– divertida. ¿Y qué 
    más? A los personajes de la película los definen sus problemas más que 
    cualquier otra cosa. Uno de los hijos es obeso y le cuesta relacionarse con 
    mujeres; el otro se relaciona demasiado; Jack no puede lidiar con sus 
    contradicciones, y así sucesivamente. ¿Y qué más? Todos se dicen perdón en 
    algún punto de la película. ¿Y qué más?
    
    Rebecca Miller 
    debe tenerle aversión a los silencios, porque los llena con canciones de Bob 
    Dylan, referencia obligada a la época en la que se quedó varado Jack. ¿Y qué 
    más? Hay una búsqueda desesperada por alcanzar un clímax, que termina 
    involucrando a todos los personajes y que es algo así como un drama de 
    enredos. ¿Y qué más? La poesía visual que maneja la película: el brillo del 
    sol en un lago, el pelo cayendo en cámara lenta, las flores y el paisaje 
    idílico. Paso. ¿Y qué más? La película es muy literaria. No sé muy bien qué 
    significa esto (¿que es demasiado hablada? ¿Que la manera de entregarle la 
    información al espectador es muy explícita y poco visual?); pero véanla y 
    díganme si no es verdad. Y acá paro, porque ya escribí mucho para una 
    película que empieza a, pero que no termina de, interesarme. Sólo una última cosa. 
    Cuando salí del cine, fui al Malba a ver Surcos de sangre, de Hugo 
    del Carril. Ahí entendí un poco más qué me había pasado con La balada de 
    Jack y Rose. Algunos directores, como Hugo del Carril, explotan más que 
    otros las posibilidades que brinda el cine. Es así. Hay películas más 
    cinematográficas que otras. La balada de Jack y Rose podría ser una 
    novela y producir un efecto similar al de la película; Surcos de sangre 
    es una Señora Película y no hay tu tía. Es prácticamente imposible pensarla 
    en forma de libro. Si le pidiéramos a Dios (que es objetivo) que ordenara 
    las películas de "más cinematográfica" a "menos cinematográfica", y se 
    tomara la molestia, Surcos de sangre se ubicaría de la mitad para 
    arriba y La balada de Jack y Rose, de la mitad para abajo. Y por 
    último último, me remito a Homero Simpson, que tras ver una representación 
    mecanizada –para chicos de tres años– del cuento de los tres chanchitos, 
    vaticina: "No está mal, pero tampoco es gran cosa". Idem. Ezequiel Schmoller      
    
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