| El doble "reconocimiento" 
    de haber sido nominado al Oscar y a la vez premiado en el festival de La 
    Habana da cuenta de lo mejor y lo peor de este documental de origen español, 
    filmado entre dos mundos sin decidirse por ninguno: como si la película 
    misma sufriera el destino de sus personajes, y quedara atrapada entre la 
    realidad (cubana) y el sueño (americano).
 Los realizadores llegaron a 
    La Habana en 1994, para hacer un reportaje televisivo sobre la "crisis de 
    los balseros". Entrevistaron al azar a algunos de ellos, a quienes volvieron 
    a encontrar mas tarde recluidos en la base militar de Guantánamo, para 
    seguirlos finalmente hasta los Estados Unidos (y lo que era un simple 
    reportaje ya se había convertido en una idea de producción). Cinco años 
    después, volvieron a USA a buscarlos, para ver si habían logrado cumplir su 
    sueño ("una casa, un carro, una buena mujer", como resume uno de ellos al 
    inicio...). Y es esto –mas que la imagen mil veces repetida de las 
    improvisadas barcas haciéndose a la mar– lo que trae como novedad esta 
    película que empieza allí donde los noticieros acababan: con el arribo a 
    América, paraíso encontrado (y –previsiblemente– perdido, como todo 
    paraíso...). Con ese material acumulado 
    (mas de 100 horas registradas), y a través de un acercamiento equidistante 
    (mas que neutral), los realizadores logran una mirada a la vez emotiva (en 
    su "interés humano") y distanciada (en lo político). Lo que no queda claro 
    es si el humanismo no se convierte –una vez mas– en la excusa perfecta para 
    no tener que optar entre la realidad o el sueño... (si bien la película –que 
    muestra a los balseros como víctimas de la política de ambos gobiernos– 
    parecería sugerir que la distancia entre el sueño y la pesadilla es tan 
    corta como la que separa La Habana de Miami...). El problema es que la 
    voluntad de no caer en lo panfletario se vuelve demasiado transparente, 
    y la película resulta mas preocupada por no contrariar al espectador (de uno 
    u otro "lado") que por dejarle la decisión de encontrar él mismo la 
    "moraleja" (que, de todos modos, también es bastante previsible). Los 
    realizadores están mas interesados en el drama humano (universal, por no 
    decir globalizado) de los exiliados, que en las razones políticas o sociales 
    que los llevan de un lado al otro... Esa es una de las ventajas de 
    elegir un tema ajeno a la propia realidad, ya que los conflictos "locales" 
    siempre son mas conflictivos que los "universales"... y menos redituables 
    (basta ver el ejemplo de Julio Medem, hundiéndose en el escarnio por 
    realizar un documental sobre el conflicto en el país vasco... que a 
    cualquier espectador que no sea español le parecerá demasiado políticamente 
    correcto). Así que siempre es mejor ser profeta en tierra ajena (o casi...). En 
    Balseros,
    es esa mirada extranjera (que se desplaza cómodamente de Cuba a 
    USA, siguiendo el periplo de esas personas devenidas en rehenes de otro 
    sistema...) la que toma inevitable distancia de los personajes, dejándolos 
    –dejándonos– sólo una sensación de piedad, o de mera lástima. Porque los 
    realizadores saben, como el espectador intuye, lo que los exiliados 
    encontrarán (o perderán) en su nuevo mundo... ya que de lo que se trata, una 
    vez más, es de asistir al viejo rito de la inocencia perdida. Esto se ve 
    claramente en dos momentos de la "educación capitalista" de los recién 
    llegados: 1. "Aquí no hay tiempo para pensar en los demás", le dice un viejo 
    exiliado a uno de los nuevos, que terminará olvidando a la familia 
    que dejó atrás... 2. Una pareja de exiliados va a comprar un carro 
    –uno de sus sueños– sólo para descubrir que no tienen adónde ir... : "es el 
    precio de la libertad", filosofa el hombre. Finalmente, la moraleja que 
    deja la visión de Balseros es –¿paradójicamente? – la que podíamos 
    encontrar en El mago de Oz (ese lugar común de la pesadilla 
    americana): Judy Garland –ya despierta– mira sobre el arco iris, y dice 
    "It´s no place like home" ("no hay lugar como el hogar..."). Después de dos 
    horas de película, no parece demasiado. Sin embargo, más allá de 
    la falta de (des)honestidad del documental (de este y de todos, ya que ese 
    no es mas que otro mito de la inocencia perdida), este cronista debe decir 
    que Balseros es una película 
    que merece más de una mirada (crítica). Nicolás Prividera      
    
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