Ya nos estábamos
olvidando del hombre murciélago. Progenitor del nuevo género de
superhéroes –allá por 1989 y de la mano del entonces no tan conocido Tim
Burton–, Batman ha vuelto y, por suerte, recuerda más a las dos primeras
entregas que a las secuelas crecientemente lavadas a cargo de Joel
Schumacher.
Aunque, claro, tampoco tanto: los tiempos son otros y el director también.
Lo dice Gary Oldman en una de las últimas líneas de la peli: estamos en
tiempos de escalada armamentista. Vi Batman inicia entre molestísimo
ruido de pochoclos, y –causa o no de mi nerviosismo durante la función– eso
es sin dudas un índice del estado de las cosas cuando de superhéroes se
trata. Cuando Burton comenzó la serie los tanques cinematográficos no
existían (no como ahora), Hoyts no había llegado a Buenos Aires, Día de
la independencia no se había estrenado y aquel estreno no se enmarcaba
en una catarata de películas de DC Comics y Marvel con presupuestos
multimillonarios y explosiones por doquier. Estamos en tiempos de escalada
armamentista, de violencia física y digitalismos al por mayor; Batman
inicia no es la excepción. Sí, quizás, un digno exponente.
La
precuela a cargo de Christopher Nolan intenta ser bastante más que algunas
explosiones y la efectiva presencia de los FX. El director de Memento
parte de la genealogía del héroe para dar cuerpo a su personaje y al relato
que lleva adelante: Bruce Wayne se cayó en un pozo cuando era pequeño, se
enfrentó con muchísimos murciélagos, vio morir a sus padres en vivo y en
directo y siempre le pesó la culpa de aquellas muertes. A partir de estas
anécdotas, Bruce Wayne crece para querer romper todo y restaurar
algún tipo de moralidad en la manhattaniana Ciudad Gótica.
(Estas
anécdotas, algo diferentes y acotadas, aparecían ya con el primer Burton en
un breve, lateral y saludable anclaje del personaje. La insistencia de Nolan
–los flashbacks son numerosos y persistentes– con el retorno al trauma
parece responder a dos factores de índole heterogénea pero finalidad común:
la exigencia de asentar –quizás excesivamente– el carácter de precuela del
film para el que fue contratado; su interés por tales
líneas-de-pasado-que-explican-el-presente, que aparecía ya en su algo
maltratada Noches blancas. Lo que en esa oportunidad daba lugar a
algo así como un thriller noir, acá busca linealidades que se
aceptarían con más gusto si no fuesen subrayadas con tanto énfasis.)
Ahora
bien, para construir la hilación lógica entre aquellas anécdotas y el
presente enmascarado de Wayne, Nolan se toma por lo menos una hora: la
acumulación que busca la catarsis final (¡ahí está, ahí llega Batman!) no
sería un problema si en el medio nos hubiesen ahorrado una secuencia de
adiestramiento a-la-Kill Bill a cargo de un Liam Neeson que tira (una
tras otra) líneas solemnes que aburren por explicativas y confunden por
desfasadas e incoherentes. La secuencia en el templo orientaloso es de
otra(s) película(s) –aunque no dejan de ser simpáticas algunas enseñanzas–,
es verdad, pero cuando se vuelve a Ciudad Gótica todo (personajes,
narración, acción) empieza a ser más agradable.
(Acerca de Ciudad Gótica: en un principio puede tentar el enojo ante tanto
Manhattan deslumbrante. Pero –quizás aquí esté la justificación de Nolan– lo
oscuro y gótico de la ciudad de Burton se presentaría como consecuencia de
lo que ésta narra. Aquella ciudad luminosa se convertirá en la que todos
quisimos y queremos; la precuela nos cuenta cómo y por qué: en este caso,
como en otros, pensar al film de Nolan como el Episodio 1 de las de
Burton no está mal.)
Entonces: ¿qué ocurre en Ciudad Gótica? 1) Wayne se reencuentra con el
paternal Alfred (Caine reemplaza al entrañable Michael Gough y está bien):
en Batman inicia esta relación vuelve a construirse a partir del
sentimentalismo que aparecía (salvando la gran distancia) en la última de
Schumacher. Nolan, sin embargo, lo hace con escasas situaciones, que no
molestan y me hicieron sonreír. 2) Juntos traman y construyen la identidad
del batihombre: lo que era una masturbación tecnológica en las de
Schumacher acá aparece como trabajo hecho en casa. La manufactura artesanal
de guarida, traje y artefactos dota al universo-Batman de un soporte
realista que no aparecía antes (el nuevo batimóvil se suma a este concepto).
3) Bruce vuelve a encontrarse con Rachel, amor de su infancia: otra de las
líneas sentimentales del relato, también invadida a veces por frases
aleccionadoras que son demasiadas como para seducir pero no suficientemente
molestas como para corromper la empatía creciente con el superhombre. Katie
Holmes (segunda de las mujeres de Tom Cruise que besa al hombre-murciélago)
es, por otra parte, hermosa.
¿Cómo ocurre
lo que ocurre en Ciudad Gótica?
1) Lo hemos dicho: la
escalada armamentista es un hecho; Nolan parte de ese hecho (y de sus
decisiones de guión y dirección) para imponer un Batman que –como el Hulk
de Ang Lee– te rompe la cara: aquí Batman se opone como nunca antes a la
institución estatal del orden, y tiene bronca. 2) Keaton, Kilmer, Clooney,
Christian Bale: al otrora Psicópata americano le sale bien esto del
Batman ultraviolento. En su función enmascarada –novedosos efectos de voz
mediante– mete miedo y convence; en su función multimillonaria recuerda
bastante a aquel papel de yuppie psicótico: el discurso en su fiesta
de cumpleaños hace pensar en una (primera) alternativa sólida al
extrañante Bruce Wayne de Keaton. Salud. 3) La textura "realista"
(proveniente de la explicación de psicología y accesorios) no está
acompañada por una puesta en escena de un realismo equivalente: la violencia
desenfrenada del Batman de Bale se impone en todo momento desde acciones
fragmentadas por el montaje (veloz) y el encuadre (excluyente). Hay
ocasiones incluso en las que se pierde la referencia del combatiente
heroico: en este sentido, su primera aparición (en la que se escatima su
rostro, su cuerpo y su traje hasta el final) trabaja en equipo con la
mencionada primera hora del film: queremos ver a Batman. Nolan lo muestra
sólo una vez que despatarró villanos a la redonda y se presta a enfrentar al
malísimo Tom Wilkinson (excelente).
Después se va
volando y todos sonreímos.
Todos
sonreímos, claro: Nolan y su Batman tienen sus fallas; Nolan no es –¿quien
iba a pedírselo?– Burton, pero tampoco Schumacher (y sonreímos de vuelta).
La narración tendrá sus altibajos, pero también el impulso que toda película
de aventuras pide a gritos. Batman inicia bien, sin ninguna marca
autoral pero con la impronta de alguien que se toma la cuestión en serio y
propone sin dudar demasiado. Y, además, incluye escenas que te pasan el
trapo.
Tomás Binder
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