Ben Kingsley es famoso a nivel mundial por su interpretación de Gandhi en el 
    film de Richard Attenborough de 1982, que le valió un Oscar. El hombre, en 
    esa película, era más bueno que el pan. Sin embargo, Kingsley siempre tuvo 
    un lado frío y oscuro, ese que, por ejemplo, salía ligeramente a la luz en
    El complot, donde compartía cartel con Mel Gibson y Julia Roberts. En
    Bestia salvaje termina de destaparse. Un caso comparable con el del 
    legendario Henry Fonda, conocido por interpretar personajes duros pero de 
    buen corazón, y que por obra de Sergio Leone se convirtió en el peor de los 
    villanos en Erase una vez en el Oeste.En Bestia salvaje, 
    Kingsley experimenta una transformación similar, convirtiéndose en Don 
    Logan, un criminal que viaja de Inglaterra a España para reunirse con Gal 
    Dove (interpretado por Ray Winstone) para "convencerlo" de participar en un 
    golpe muy pero muy grande. El problema es que Gal se considera retirado, 
    vive feliz en una villa aislada del ruido con su esposa Deedee –Amanda 
    Redman– y no quiere volver a las andanzas, mucho menos después de haber 
    pasado nueve años en la cárcel.
    Pero no va a ser sencillo para Gal deshacerse de Don, un tipo que uno no 
    desearía cruzarse en una esquina. Llamarlo cerdo implicaría ofender a esos 
    pobres animales. Logan exhibe un comportamiento errático, alternando la 
    tranquilidad con la locura, y no le importa lo que le suceda al resto de la 
    humanidad. Es un psicópata y no va aceptar un no por respuesta.
    A partir de ese momento se establece una lucha de voluntades, pretexto 
    también para otros duelos. El primero es el más saludable y le da sabor al 
    film: los actores ponen toda la carne al asador y reflejan muy bien la 
    tensión que se genera en el ambiente a raíz de las discusiones y los errores 
    cometidos en el pasado, las miradas amenazantes y los comentarios a 
    escondidas. Aquí Ben Kingsley sale ganando, por las distintas tonalidades 
    que contiene su personaje y que él explota al máximo, lo que le permitió 
    obtener una nueva nominación al Oscar como mejor actor de reparto.
    También se aprecian marchas y contramarchas en la dirección, a cargo del 
    realizador de comerciales y videoclips Jonathan Glazer, que no acierta a 
    decidirse por un estilo en particular. Cuando deja la cámara quieta para 
    darle protagonismo a los diálogos y las actuaciones, el nivel de su ópera 
    prima sube. Cuando sube el volumen de la música y apela a planos rebuscados 
    y explicaciones redundantes, la altura del film baja notoriamente.
    Lo que quizá no haya percibido Glazer es que el ritmo de Bestia 
    salvaje tenía que ser marcado por los actores, al servicio de un libreto 
    con unos cuantos momentos fuertes de suspenso. Dispuso de un reparto sólido 
    y de una trama con personajes que intentan eludir el pasado para continuar 
    con los seres que aman. La oportunidad era buena y no dio completamente en 
    el blanco. Igual, las actuaciones valen el precio de la entrada.
    Rodrigo Seijas