En Blade: Trinity asistimos a tres traiciones. La primera la sufre
Blade (Wesley Snipes), quien engañado por los vampiros se transforma en
enemigo público para que los chupasangre puedan soltar tranquilos a un
Drácula que por siglos yacía dormido en el centro de Irak (¡no me hagan
decir que esto tiene connotaciones políticas!). Las otras dos son traiciones
al vampirismo y a las artes marciales (me atrevería a anticipar que hay una
cuarta: al cine).
Blade: Trinity
se pone en evidencia en el primero de sus planos: el pie de un joven
apoyándose en el desierto y la cámara que va subiendo hasta tomarlo en
contrapicado. Este plano, que indudablemente ha tenido la intención de ser
impactante y violento, parece sacado de una publicidad de zapatillas. Toda
esta estética publicitaria berreta va a invadir la película de David S.
Goyer como un virus letal: uso y abuso de primerísimos primeros planos de
los rostros de los personajes y de la cámara lenta, que resuelve en 40
planos y un rato largo lo que pudo haberse dejado claro en un par de planos
de cinco segundos (el ejemplo más grosero es la interminable escena de una
ducha en la que se muestra la angustia de una de las cazadoras por haber
perdido a sus amigos). Todo esto sumado a una partitura "tecno-cool" casi
omnipresente y francamente insoportable, que nos explica como si fuésemos
idiotas las acciones y sentimientos de los personajes mediante frases del
tipo "tenemos sed de sangre".
Por otro lado, exceptuando a Blade y su opositor Drácula, los personajes
están pésimamente construidos. Las relaciones que parecen significativas
–entre los cazadores y Blade, entre la cazadora Abigail y su padre
(Whistler, interpretado por Kris Kristofferson)– quedan totalmente olvidadas
a mitad de la película. Además, se extrañan los vampiros de la ampliamente
superior Blade 2, entes con códigos y debilidades propios de un
mafioso de Francis Coppola, aquí reemplazados por unos vampiros que son poco
más que decidores de frases cancheras y chistes malos.
"Quedarán las peleas", pensará el lector. Lamentablemente no: apenas se
ofrece un enfrentamiento en un subterráneo, otro muy breve en un cuarto
oscuro y un duelo de espadas hacia el final, filmado y montado de una manera
directamente sádica por concentrarse más en los choques de espadas y en
meter la cámara en los lugares más raros posibles, en vez de de ir a la
siempre efectiva fisicidad de los contendientes y sus piruetas.
También hay algunos momentos intensos, como la persecución del principio y
el diálogo final entre Blade y Drácula, que expone la naturaleza oscura del
superhéroe. Y es innegable el carisma de Snipes y de Parker Posey, así como
la presencia de Kristofferson (¿quién podría oponerse a alguien que hizo
canciones para Janis Joplin?). Pero eso no alcanza a convertir a Blade:
Trinity en una buena película. Y ni siquiera en un relato simpático para
un fanático del vampirismo y las artes marciales, para alguien capaz hasta
de consumir en estado de euforia una serie tan evidentemente trash como
"Buffy, la cazavampiros" sólo para ver chupasangres en conflicto y patadas
voladoras, para alguien –digamos– como yo.
Hernán Schell
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