| Escribo estas líneas a un par de semanas de iniciada la invasión a Irak, y 
    a una, más o menos, de la entrega de los Oscar en la que Michael Moore se alzó 
    con una estatuilla por haber dirigido (aunque también escrito, producido y 
    animado) el film de no ficción que nos ocupa. El discurso de "agradecimiento" de 
    Moore debe haber sido el más disonante en la historia de la entrega de 
    premios de la Academia. No sólo repugnó la sangrienta escalada 
    militar del gobierno de su país, sino que lo hizo sintéticamente, en voz 
    alta, sin trepidar ante los abucheos de ciertos plateístas y las caras de 
    circunstancia de la mayoría, contraviniendo expresamente las nefandas 
    directivas previas de los mandamases del evento, que exigieron acotar todos 
    los discursos a la cuestión "artística".
 
    Antes, y sobre todo después, los periodistas destacaron la condición de 
    showman de Moore. Algo de eso hay. Lo suyo en la noche del Oscar fue 
    también un soberbio espectáculo de no ficción escrito, producido e 
    interpretado por él mismo. Más aun: toda la noche, como tal, terminó siendo 
    un poco de Michael Moore (si una vez más alguien se empeñase 
    en encontrar al "gran ganador" de la velada, ese sería nuestro hombre), así 
    que en parte, y a su modo, la fiesta también lo tuvo de director. Bowling For Columbine es un 
    producto coherente de este showman original, cojonudo y entusiasta. También 
    es un producto ocasionalmente disperso, pero siempre cargado de 
    convicciones, ideas e inspiración. El tema puede resumirse en 
    tres preguntas, la primera de las cuales involucra a las otras dos. ¿Qué 
    tienen los americanos con las armas de fuego? ¿Por qué tantos de 
    ellos están armados?  ¿Por qué tantos disparan sus armas en contra del prójimo? El 
    tratamiento es de lo más ambicioso porque se propone sustentar esas 
    preguntas (demostrar la situación en imagen) y, a su vez, perseguir 
     
    respuestas. O más exactamente, producirlas. Ya el  rodaje abunda en reportajes en los que Moore, desde su rol de entrevistador, 
    directamente escupe las preguntas motoras del film a sus 
    entrevistados. Efectivamente, la búsqueda de respuestas muchas veces nos lleva 
    directamente a otras personas; a pedirles opinión. Por este lado lo de Moore es 
    admirablemente humilde, ya que pide opinión a muchas clases de personas, incluidas algunas con las 
    que no se identifica ni medio: el "hiperarmamentista" Charlton Heston, el 
    productor de "Cops" (especie de reality policial que demoniza a marginales, 
     
    negros y latinos), etc. Esto es un poco más complejo sin embargo, a ver: hay 
    una hilacha de identificación; Moore es socio de la Asociación 
    Nacional del Rifle que preside Heston, y hasta piensa el espectáculo 
    un poco como el productor de "Cops"... pero el resto es confrontación, 
    conflicto. Y el conflicto y la confrontación forman 
    parte del proceso de cualquier búsqueda. Así que enhorabuena para Michael 
    Moore por haber confiado en ellos, por haberse entregado a ellos hasta 
    convertirlos en la estructura misma de su película. Por supuesto que el film también 
    recurre a otras fuentes: esencialmente material de archivo (estupendamente 
    montado) y datos estadísticos. Moore va a varios lugares adonde "hubo 
    acción", empezando por la escuela Columbine, sede de la tremenda y 
    famosísima masacre perpetrada por un chico sobre sus pares. Allí, en lugar 
    de "reconstruir" la violencia mediante dramatizaciones artificiosas (un 
    método muy habitual), busca recuperar la esencia, el núcleo del conflicto, 
    de la situación. Eso lo lleva a interpelar alumnos, ex alumnos  
    –dos de 
    ellos, víctimas–, padres y ejecutivos de empresas. 
    Empresas como 
    K-Mart, el hipermercado que proveyó (legalmente, cobradas por línea de 
    cajas) las balas que utilizó el joven criminal, y que es objeto de un 
    particular y muy exitoso escrache organizado por el cineasta. O  
    empresas constructoras de armas de destrucción masiva, como la Lockheed, que 
    estampa la leyenda "Somos Columbine" sobre sus misiles. En estos casos la 
    confrontación surge naturalmente, inevitablemente, visceralmente. Y la 
    hipocresía y la honestidad se dividen de tal modo que resulta imposible no 
    sorprenderse, indignarse y palpitarlo todo, o casi todo, desde el lado del 
    entrevistador. Del film surge que Moore no se  lanzó a la 
    ruta virgen, sino con un montón de ideas, sensaciones e intuiciones sobre el tema. Lo 
    interesante es ver "en vivo y en directo" cómo va afirmando algunas y 
    renunciando a otras. (Todo esto se impone así, se aprecia así, más allá de 
    las técnicas con las que pueda haber falseado, torcido o acomodado la 
    "realidad real" en algunos momentos.) La primera hipótesis del realizador, 
    por caso, reza que todas esas muertes 
    se deben a la laxitud de una legislación que permite adquirir 
    armas y proyectiles a quien lo desee. Pero luego avanza... y duda, porque descubre que en Canadá hay aun más armas por 
    habitante y, sin embargo, los canadienses no se matan entre 
    ellos. El film da un golpecito de timón, entonces, para tantear 
    una segunda hipótesis que explicaría el fenómeno en función de la historia 
     
    –sangrienta si las hay– sociocultural y política de los Estados Unidos. Un fragmento animado 
    alla "South Park" 
    (uno de cuyos realizadores también es entrevistado por Moore) ilustra  esta línea de análisis, 
    que apunta al temor culpógeno que la esclavitud provocó en la psiquis de los esclavistas 
    y sus descendientes: la presunción de que los negros (y más en general, los 
    "otros") están prestos a lanzárseles sobre la 
    yugular. Una tercera línea, finalmente, busca aprehender el tema 
    desde el ángulo de la paranoia pérfidamente inoculada por los medios masivos 
    de comunicación. Se expone, por ejemplo, que mientras el crimen real 
    descendió un 20%, la cobertura televisiva de los crímenes (mediante 
    noticieros amarillos y realities como "Cops") 
    creció un 600%. Ergo: los americanos no sólo viven con miedo de ser atacados 
    sino 
    con la certeza de que lo están siendo; esto los lleva a armarse y gatillar. Que las dos últimas hipótesis sean 
    mucho más jugosas que la primera indica que Bowling For Columbine 
    va de menor a mayor, y esto es muy bueno para cualquier película. Pero 
    también demuestra la validez del "método de la confrontación"; sus frutos. 
    Por si fuera poco, ambas hipótesis, lejos de oponerse, se complementan y 
    enriquecen, con lo que están llamadas a enriquecer el punto de vista del 
    espectador. Por lo demás, esa especie de psicosis, y los "asesinatos 
    preventivos" a los que conduce, no pueden menos que asociarse con esta 
    segunda Guerra del Golfo, con este asesinato preventivo a gran escala al que esos 
    mismos medios oficiales hacen lo imposible por justificar. El film abona 
    deliberadamente estas y otras conexiones ya desde el comienzo, con esa voz 
    en off que  
    –tiene algo de Groucho Marx– describe indiferentemente un día 
    como todos en la vida de la gran nación: "... los niños van a la escuela 
    (...) los adultos hacen sus trabajos (...) el Presidente bombardea otro país 
    cuyo nombre es incapaz de pronunciar". Quiero decir que, por momentos, lo 
    que se ve en pantalla asume el rol de profecía y crítica de la masacre real, 
    más grande que el cine, a la que estamos asistiendo. Bowling For Columbine los hará 
    pensar durante pero también después, mucho después incluso, de proyectadas 
    las imágenes. Vayan, vean cómo trabaja Michael Moore. Guillermo 
    Ravaschino      
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