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LA CAJA MORTAL
(The Box)

Estados Unidos, 2009


Dirigida por Richard Kelly, con Cameron Díaz, James Marsden, Frank Langella, James Rebhorn, Holmes Osborne, Sam Oz Stone, Celia Weston, Gillian Jacobs.



Todo comienza como un mal sueño, como una pesadilla. El timbre despierta a la familia Lewis alrededor de las 5 de la mañana y se encuentran con un paquete en la puerta. “¿Santa Claus llegó antes de tiempo?” –pregunta irónicamente Walter, el hijo de esta pareja de treinta y pico formada por Arthur (James Marsden) y Norma (Cameron Díaz), uno aspirante a astronauta, otra maestra de escuela. En el paquete hay una caja con un botón rojo y una tarjeta que dice: “el Sr. Arlington Steward los visitará a las 5 de la tarde”. El Sr. Steward (Frank Langella) será recibido por Norma a la hora señalada, estupefacta ella ante la deformidad de su rostro (le falta casi una mitad de la cara debido a quemaduras). “No soy un monstruo, soy sólo un hombre con un trabajo que hacer”, explica este misterioso anciano, que le ofrece lo que él llama una oportunidad financiera. Norma escuchará atentamente la proposición: si ella y Arthur deciden apretar el botón rojo de la caja en cuestión, alguien que no conocen, en algún lugar del mundo, morirá... y ellos se harán acreedores a un millón de dólares en efectivo. Norma y Arthur tienen 24 horas para decidir si entran en el negocio. Por supuesto que, luego de varias reflexiones, lo harán. Y comenzará la tragedia.

Los protagonistas de La caja mortal son personas sin fé, inmaduras, llenas de angustia y debilidades. Mientras Arthur ve tambalear su sueño de convertirse en astronauta (“él todavía está viviendo en la luna”, se lamenta Norma) y se consuela manejando un auto deportivo cuando el dinero no les sobra, a Norma le rebajan el salario, reclama seguir siendo joven a los 35 –para vergüenza de su hijo ante sus amigos–, y aún cojea por un accidente de la infancia que le provocó la pérdida de cuatro dedos del pie derecho. Esta deformación, análoga a la del Sr. Steward, actúa en Norma como metáfora de una falta que, por supuesto, es espiritual. En casa de los Lewis no se cree ni en la Navidad. Las luces del árbol deben apagarse por las noches por seguridad, ya que son consideradas factor de riesgo de incendio. Santa es descripto por ellos como un intruso que invade la propiedad privada y un gordo que difícilmente quepa en el tubo de la chimenea. Semejante malicia para con el pobre Papá Noel no quedará impune (reaparecerá agitando una campana para perjuicio del protagonista) y el arbolito les regalará un buen susto cuando jueguen al “Secret Santa” –suerte de “Amigo Invisible” pero con regalos navideños– en una fiesta familiar. En el cine fantástico, semejante falta de fé puede ser fácilmente sustituible por dinero –un millón alcanza y sobra–, pero siempre con gravísimas consecuencias.

La bajeza moral de la pareja protagónica se insinúa desde el comienzo a través de la puesta en escena. Cuando reciben la caja en la puerta principal de la casa, en planta baja, su hijo se levanta de la cama y hace su primera aparición en la película, observándolos desde una baranda situada en el primer piso. Al preguntar quién tocó el timbre, será ignorado por primera, pero no por única vez. En el cine, mientras las historias avanzan de manera horizontal, los comportamientos de los personajes siempre se juzgan en vertical. Lo alto e inocente, arriba, en el primer piso. Lo bajo y corrupto, abajo, en el hall de entrada. El hijo representa para esta pareja el faro espiritual, algo que ignorarán sistemáticamente a lo largo del film. Este plano y contraplano ya nos permite inferir que van a apretar el botón, y su puesta en escena será repetida simétricamente en el desenlace, cuando les sea dada la última oportunidad de redención.

Aunque se trata de propuestas diametralmente opuestas, el director Richard Kelly parte aquí de la misma premisa que James Cameron en Avatar: la Humanidad no está espiritualmente preparada para evitar su posible extinción. Si en Avatar se apela a las mitologías arcaicas y al catolicismo, en La caja mortal lo religioso se confunde con el existencialismo sartreano. Norma Lewis cita y explica al filósofo ante sus alumnos, a poco de iniciado el film: “El infierno es otra gente, viéndote como realmente sos”. Más adelante aparecerán suficientes indicios como para confirmar que estamos ante la influencia de "A puerta cerrada", obra teatral de Jean-Paul Sartre en la que tres personas son acompañadas por un valet hacia el infierno, donde en vez de ser torturados físicamente, deberán juzgarse entre sí. Veremos a Arthur y a Norma presenciando una puesta en escena de la misma, y cuando la paranoia vaya in crescendo aparecerán otros valets que, como aquél, marquen el camino. Poco después, en el vidrio empañado del auto de los Lewis alguien escribirá con el dedo: “No Exit” (título de la obra en inglés). Oportunamente, el Sr. Steward volverá a citar a Jean-Paul durante su coloquio final.

La caja mortal desliza todas estas sugerencias mientras despliega su trama de suspenso con poderoso dramatismo, logrando que una premisa imposible a la que hay que sumar, por si fuera poco, la influencia de invasores marcianos vaya cobrando verosimilitud dentro del universo del film. Kelly sitúa la narración en 1976, año en que la NASA dio a conocer una foto de la superficie de Marte que parecía sugerir la forma de un rostro. La película rinde homenaje a los telefilms de terror de aquella época y a añejas series de ciencia ficción como "La dimensión desconocida" (que de hecho tiene un capítulo sobre la misma historia: “Button, Button”, de Richard Matheson, que es el cuento sobre el que se apoya el guión de la película) y hay unos cuantos tributos al género diseminados a lo largo del metraje. Lamentablemente, al promediar la narración todo pierde fuerza cuando el realizador, obstinado en autocitarse, complica el relato con portales a otras dimensiones y explicaciones innecesarias que acercan la historia a su sorprendente ópera prima, Donnie Darko (2001). Y lo que el film gana en sorpresa y vértigo, lo pierde en coherencia y consistencia. Por suerte, la última media hora retoma la senda estética propuesta desde el comienzo, y Kelly cierra su tercer largometraje con sobriedad. La caja mortal marca el regreso del director al cine fantástico luego de la indigerible comedia futurista Las horas perdidas (Southland Tales, 2006), esta vez con los suficientes aciertos como para abrigar nuevas esperanzas sobre sus futuros pasos.

Ramiro Villani      


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