HOMEPAGE
ESTRENOS
VIDEOS
ARCHIVO
MOVIOLA
FORO
CARTELERA
PRENSA
ACERCA...
LINKS















CINEISMORECOMIENDA

EL CALLEJON DE LOS MILAGROS

México, 1995



Dirigida por Jorge Fons, con Ernesto Gómez Cruz, María Rojo, Salma Hayek, Bruno Bichir, Margarita Sanz.



Hasta ahora sólo unos pocos títulos muy rimbombantes del llamado realismo mágico habían sido capaces de abrir el cerrojo de la distribución comercial en la Argentina para el cine latinoamericano. Así, al gran público vernáculo se le había hecho creer que un cóctel de fantasmas, doncellas que degluten flores y afelpadas voces literarias que acompañan relatando en off era el mejor reflejo cinematográfico –y lo que es más grave, el único– de las alegrías y pesares de Latinoamérica. Demostrar que no es así es uno de los muchos méritos de El callejón de los milagros, soberbia obra de un realismo crudo, trágico, poco amigo de las etiquetas, surgida de la veteranía del mexicano Jorge Fons, que ya tiene dirigida una docena de películas.

La novela del egipcio Naguib Mahfuz, ganador del Premio Nobel de Literatura, pasó por la pluma del guionista Vicente Leñero para aggiornarse, trasvasarse –de la ciudad de El Cairo en los años 40 al Centro Histórico de la capital mexicana actual– y convertirse en una de las pocas estructuras sólidas y a la vez originales que ha dado el cine del continente en los últimos tiempos. La trama de El callejón de los milagros es una suma de historias animadas por protagonistas múltiples. Y narradas por entregas: la primera está centrada en Rutilio, el jefe de familia cincuentón al que le pica imprevistamente el bichito de la homosexualidad. La segunda en Alma (Salma Hayek, la beldad que saltó a la fama con La balada del pistolero), amante conflictuada de Abel, un peluquero que le ruega que lo espere mientras junta plata en Estados Unidos. La tercera en una vieja propietaria de departamentos solterona, Susanita. Las tres historias están unidas por hilos geográficos (transcurren alrededor del mismo barrio) y dramáticos: a Rutilio le corta el pelo Abel, que es amigo de su hijo y alquila uno de los departamentos de Susanita; Alma vive en otro... Hay muchos más nexos y personajes. Lo que importa, en todo caso, es que a todos los cobija el mismo ambiente proletario y una cultura que, aun en su diversidad –los jóvenes hacen oír sus "carnal", "pinche", "chingada" y todas las constantes de un argot que va mermando con la edad–, los marca irreversiblemente. Fons recurre en este punto a un inusual abanico de matices: Rutilio, el flamante gay, no deja de pegarle como bruto macho a su mujer, pero llora como idishe mame cuando se le va su hijo, junto a Abel precisamente, para el Norte. Cierta gente fuma porros sin que eso implique artificiosas lápidas –ni consagraciones– para sus respectivos destinos. Apenas si se esboza que el dinero, o las redes del dinero, son las que tuercen, esclavizan y deforman hasta las intenciones del más tierno.

Jorge Fons es un realizador virtuoso. No sólo por el manejo de los tiempos, que vuelven a fojas cero con el final de cada historia (todas comienzan el mismo domingo, con lo que los "protagonistas" de cada una reaparecen como "secundarios" en las demás), sino por la formidable dirección de actores y por un criterio minucioso que descartó la profusión de cortes, otro rasgo televisivo, en favor de aquellos planos largos en tiempo, cortos en espacio, que tanto ayudan a los buenos intérpretes a traducir las emociones. De la mano de estas cámaras, Salma Hayek comiendo un clásico burrito en plena calle al mediodía se convierte en un inesperado espectáculo de sensualidad. A diferencia del realismo mágico, que busca seducir con vistas propias de postal turística, El callejón... surca el paisaje de los rostros. No es un film "más grande que la vida", ese viejo malentendido, pero es tan vivo como la vida misma. Por eso se deja ver en un sentido profundo: cuando pasan cosas se las palpita y cuando no, casi se desea que no sucedan, que ese delicioso costumbrismo se limite a transcurrir. Se ha dicho que es una película larga (dura 2 horas 20). No lo es: en ese lapso cuenta más que meses enteros de culebrones. Y lo cuenta mejor: es algo así como el tiempo útil, condensado y refinado de todas las telenovelas juntas. Si algo faltaba, retrata sin prejuicios ni piedades al machismo cavernario, a la crueldad impune, a las mil caras del proxenetismo que conviven junto a los más puros sentimientos en la aldea mexicana actual. Eso hace de El callejón de los milagros algo más que una gran película latinoamericana. La hace universal.

Guillermo Ravaschino