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CAMA ADENTRO

Argentina-España, 2004


Dirigida por Jorge Gaggero, con Norma Aleandro, Norma Argentina, Marcos Mundstock, Claudia Lapacó, Elsa Berenguer, Harry Havilio, Mónica Gonzaga.



Viene bien –cada tanto– recordar la fabulita que solía contar Hitchcock a los irredentos promotores del realismo: Una mucama que se la pasa fregando todo el día va por la noche al cine a olvidar sus labores diarias, pero en el cine dan una película en la que una mucama se la pasa fregando la ropa... Ya lo decía Aristóteles 2500 años antes: la tarea del poeta es describir no lo que ha acontecido, sino lo que podría haber ocurrido ("tanto lo que es posible, como probable o necesario"). De aquí colegía que la poiesis es mas filosófica y de mayor dignidad que la historia, puesto que sus afirmaciones son universales antes que particulares (el poeta nunca muestra al mundo como es, es decir, como el poder pretende que sea).

Valga esta pequeña digresión solo para decir que Cama adentro es una película que rinde tributo al realismo (aún dominante en el cine argentino). Y como buen film realista, es –antes que nada– una película sobre las apariencias. En dos sentidos: por un lado, porque pretende contar la historia de una mujer que no se resigna a dejar de ser lo que fue; por el otro, porque trae a la memoria una frase de Groucho Marx: "Este hombre puede parecer un idiota y actuar como un idiota. Pero no se dejen engañar: Es realmente un idiota". Y ese chiste de Groucho nos habla tanto del personaje como de la película misma... Pero vayamos por partes.

Una crítica centrada en la historia podría decir simplemente lo siguiente: Cama adentro narra la relación entre una mujer y su "empleada doméstica" en un momento de crisis. La crisis (como se adivina por algún audio radial) es la de fines de 2001. La mujer es una señora bien venida a menos, cuya única compañía es su fiel empleada. Esta, luego de casi treinta años de convivencia, parece haberse convertido en "parte" de la familia: El (único) problema entre ellas surge de la imposibilidad por parte de la Señora de sostener el vínculo económico que las une. Y ese conflicto –por supuesto– es la excusa para mostrarnos que hay entre ellas un vínculo humano más fuerte que el de la mera relación ama-sierva.

Eso es todo: con falsa modestia (acorde con su cándido humanismo), Cama adentro no quiere ser una película pretensiosa (sólo aspira a "contar una historia", como suele decirse para disculpar la miseria formal). Y en su notorio esfuerzo por no caer en la grandilocuencia, el precio que la película paga es caer en la negación de su tema (¿cómo obviar el tema de las relaciones sociales cuando se elige contar la historia de un sirviente y su amo?: no se trata sólo de no ignorar a Marx o a Hegel, sino de la larga lista de obras que esa relación ha engendrado, como –por ejemplo– "Jacques el fatalista y su amo" de Diderot, "El Sr. Puntilla y su criado Matti" de Brecht, o "El sirviente" de Pinter/ Losey).

También se puede caer –a fuerza de quitar capas de sentido– en la trivialidad de la forma. Esto suele suceder cuando los cineastas confunden lo mínimo con lo intrascendente y la "estética del hambre" con la pobreza de ideas. Pero en este caso sería excesivo decir que no hay ideas: el problema más bien es que las hay (aunque el director juegue –sin suerte– a esconderlas o a dejarlas caer como al descuido).

Se podría hacer un análisis de todo aquello que la película calla (y que es más interesante que aquello que dice, así como es en los silencios del personaje de la sirvienta donde el film encuentra su metáfora imposible). Pero eso requeriría adentrarnos en otra tradición –mas cercana–: la problemática visión de las "clases populares" en el cine argentino (que suele ser bastante reaccionaria). Como tal cosa excede también las posibilidades de esta reseña, baste decir que el personaje de la sirvienta parece estar dibujado desde el candor del "pobre-pero-honrado/sabio,etc." (opción especularmente opuesta al "pobre convertido en criminal" de Ojos de fuego, el corto previo de este director), que no es mas que otra muestra de paternalismo (disfrazado de respeto, como exigen las "buenas formas" a las que la película se pliega con total sumisión; porque de lo que se trata –como siempre en una perspectiva realista– es de reproducir un orden, no de cuestionarlo).

Cama adentro es una película de un clasicismo exasperante, de una corrección sintomática: nada perturba su diáfana linealidad, nada es disonante en su tranquilizador discurso, así como nada parece enturbiar esa idealizada relación inter-clases (a no ser por esa crisis externa impuesta por la "realidad": si el dinero mediara desaparecería el conflicto). Y el conflicto –con todo lo que podría implicar– está reducido a su mínima expresión: el problema no está en las relaciones sociales (alienadas en un sistema colapsado) sino en las relaciones humanas (y su bondad o maldad). La vida (y la pelicula) se reduce así a una serie de fragmentos discontinuos, y lo único que vale es el gesto que los rescata del olvido (sin pretender totalizarlos ni entenderlos, sino compartir la intimidad de la emoción).

Cama adentro pretende ser sólo una película de cámara: lo importante –nos dice– son los detalles (ligados, por supuesto, a la esfera de lo doméstico). Lo central –insiste– son los personajes (su relación fraternal frente a un afuera igualmente hostil para ambos). Pero ese afán microscópico no la salva del trazo grueso y el lugar común, que es, finalmente, lo que se esconde tras las apariencias: su propia superficialidad.

Eso se ve claramente en las situaciones (redundantes, previsibles, módicas) y, sobre todo, en las actuaciones: Norma Aleandro recurre a todo su oficio –y sus tics– para dotar de vida a un personaje que no la tiene (y que resulta tan esquemático como el resto de los personajes secundarios). Frente a ella está Norma Argentina, la empleada doméstica que se dedicaba a ese trabajo hasta filmar esta película (hoy tiene ya una carrera de actriz, aunque imaginamos que los papeles que le propondrán serán todos de la misma clase): ella le entrega a la película esa autenticidad vicaria que ésta no puede sostener por sí misma. (Y seguramente la película sería diferente si pudiera asumir ese punto de vista, pero puesta a elegir entre Normas no puede sino elegir a la actriz consagrada y no a la empleada consagrada como actriz. Y no sólo no es ella la que se roba la pelicula, sino la pelicula la que le roba a esta mujer su condición: como si para hacer suya esa autenticidad pagara el precio de acabar con ella.)

Lo único que parece salir de la regla es el final: digamos solamente (para quien pueda no imaginarlo) que la "cama adentro" del título se invierte para convertirse en moraleja, coronando con su impostada ingenuidad una película que a esa altura hace rato se ha hecho difícil de sostener (aunque solo dure 84 minutos).

No es que el director no sepa contar su historia (la película es técnicamente irreprochable, y hace un uso notable de la cámara en mano), sino que –una vez mas– la historia es insustancial. No por mínima –insisto– sino por insignificante: su punto de vista (su "visión del mundo", diría un filósofo) es de una indigencia preocupante. (Aunque más preocupante es que propuestas como esta encuentren productores dispuestos a financiarlas, críticos dispuestos a alabarlas, y –tal vez– un público dispuesto a aplaudirlas.)

No es casual que Jorge Gaggero sea uno de los últimos realizadores de Historias breves que accedan a la dirección de largometrajes: si aquel conjunto de cortos dio a conocer a una nueva generación de directores, de algún modo Cama adentro se constituye en un compendio de las promesas incumplidas del (ya no tan) "nuevo" cine argentino.

Lo que no es tan malo, después de todo, porque si su medido compendio del cine argentino de los '90 parece agotar todo lo que este tenía por decir, nos queda la esperanza de que algo realmente nuevo surja, por fin, de las ruinas del realismo (del pragmatismo, del menemismo: imposible no mencionar, finalmente, que Cama adentro ha recibido los polémicos fondos de la provincia de San Luis, cosa que –como este cronista pudo observar en la función a la que asistió– genera murmullos desaprobatorios en la platea, aun cuando la sala esté, como estaba, repleta de jubilados y pensionados, público ideal para una película como esta).

Nicolás Prividera      


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