Viene bien –cada tanto–
recordar la fabulita que solía contar Hitchcock a los irredentos promotores
del realismo: Una mucama que se la pasa fregando todo el día va por la noche
al cine a olvidar sus labores diarias, pero en el cine dan una película en
la que una mucama se la pasa fregando la ropa... Ya lo decía Aristóteles
2500 años antes: la tarea del poeta es describir no lo que ha acontecido,
sino lo que podría haber ocurrido ("tanto lo que es posible, como probable o
necesario"). De aquí colegía que la poiesis es mas filosófica y de
mayor dignidad que la historia, puesto que sus afirmaciones son
universales antes que particulares (el poeta nunca muestra al mundo como
es, es decir, como el poder pretende que sea).
Valga esta pequeña digresión
solo para decir que Cama adentro es una película que rinde tributo al
realismo (aún dominante en el cine argentino). Y como buen film realista, es
–antes que nada– una película sobre las apariencias. En dos sentidos: por un
lado, porque pretende contar la historia de una mujer que no se resigna a
dejar de ser lo que fue; por el otro, porque trae a la memoria una frase de
Groucho Marx: "Este hombre puede parecer un idiota y actuar como un idiota.
Pero no se dejen engañar: Es realmente un idiota". Y ese chiste de
Groucho nos habla tanto del personaje como de la película misma... Pero
vayamos por partes.
Una crítica centrada en la
historia podría decir simplemente lo siguiente: Cama adentro narra la
relación entre una mujer y su "empleada doméstica" en un momento de crisis.
La crisis (como se adivina por algún audio radial) es la de fines de 2001.
La mujer es una señora bien venida a menos, cuya única compañía es su
fiel empleada. Esta, luego de casi treinta años de convivencia, parece
haberse convertido en "parte" de la familia: El (único) problema entre ellas
surge de la imposibilidad por parte de la Señora de sostener el vínculo
económico que las une. Y ese conflicto –por supuesto– es la excusa para
mostrarnos que hay entre ellas un vínculo humano más fuerte que el de la
mera relación ama-sierva.
Eso es todo: con falsa
modestia (acorde con su cándido humanismo), Cama adentro no quiere
ser una película pretensiosa (sólo aspira a "contar una historia", como
suele decirse para disculpar la miseria formal). Y en su notorio esfuerzo
por no caer en la grandilocuencia, el precio que la película paga es caer en
la negación de su tema (¿cómo obviar el tema de las relaciones sociales
cuando se elige contar la historia de un sirviente y su amo?: no se trata
sólo de no ignorar a Marx o a Hegel, sino de la larga lista de obras que esa
relación ha engendrado, como –por ejemplo– "Jacques el fatalista y su amo"
de Diderot, "El Sr. Puntilla y su criado Matti" de Brecht, o "El sirviente"
de Pinter/ Losey).
También se puede caer –a
fuerza de quitar capas de sentido– en la trivialidad de la forma. Esto suele
suceder cuando los cineastas confunden lo mínimo con lo intrascendente y la
"estética del hambre" con la pobreza de ideas. Pero en este caso sería
excesivo decir que no hay ideas: el problema más bien es que las hay (aunque
el director juegue –sin suerte– a esconderlas o a dejarlas caer como al
descuido).
Se podría hacer un análisis
de todo aquello que la película calla (y que es más interesante que aquello
que dice, así como es en los silencios del personaje de la sirvienta donde
el film encuentra su metáfora imposible). Pero eso requeriría adentrarnos en
otra tradición –mas cercana–: la problemática visión de las "clases
populares" en el cine argentino (que suele ser bastante reaccionaria). Como
tal cosa excede también las posibilidades de esta reseña, baste decir que el
personaje de la sirvienta parece estar dibujado desde el candor del
"pobre-pero-honrado/sabio,etc." (opción especularmente opuesta al "pobre
convertido en criminal" de Ojos de fuego, el corto previo de este
director), que no es mas que otra muestra de paternalismo (disfrazado de
respeto, como exigen las "buenas formas" a las que la película se pliega con
total sumisión; porque de lo que se trata –como siempre en una perspectiva
realista– es de reproducir un orden, no de cuestionarlo).
Cama adentro
es una película de un clasicismo exasperante, de una corrección sintomática:
nada perturba su diáfana linealidad, nada es disonante en su tranquilizador
discurso, así como nada parece enturbiar esa idealizada relación
inter-clases (a no ser por esa crisis externa impuesta por la "realidad": si
el dinero mediara desaparecería el conflicto). Y el conflicto –con todo lo
que podría implicar– está reducido a su mínima expresión: el problema no
está en las relaciones sociales (alienadas en un sistema colapsado) sino en
las relaciones humanas (y su bondad o maldad). La vida (y la pelicula) se
reduce así a una serie de fragmentos discontinuos, y lo único que vale es el
gesto que los rescata del olvido (sin pretender totalizarlos ni entenderlos,
sino compartir la intimidad de la emoción).
Cama adentro
pretende ser sólo una película de cámara: lo importante –nos dice–
son los detalles (ligados, por supuesto, a la esfera de lo doméstico). Lo
central –insiste– son los personajes (su relación fraternal frente a un
afuera igualmente hostil para ambos). Pero ese afán microscópico no
la salva del trazo grueso y el lugar común, que es, finalmente, lo que se
esconde tras las apariencias: su propia superficialidad.
Eso se ve claramente en las
situaciones (redundantes, previsibles, módicas) y, sobre todo, en las
actuaciones: Norma Aleandro recurre a todo su oficio –y sus tics– para dotar
de vida a un personaje que no la tiene (y que resulta tan esquemático como
el resto de los personajes secundarios). Frente a ella está Norma Argentina,
la empleada doméstica que se dedicaba a ese trabajo hasta filmar esta
película (hoy tiene ya una carrera de actriz, aunque imaginamos que los
papeles que le propondrán serán todos de la misma clase): ella le
entrega a la película esa autenticidad vicaria que ésta no puede sostener
por sí misma. (Y seguramente la película sería diferente si pudiera asumir
ese punto de vista, pero puesta a elegir entre Normas no puede sino elegir a
la actriz consagrada y no a la empleada consagrada como actriz. Y no sólo no
es ella la que se roba la pelicula, sino la pelicula la que le roba a esta
mujer su condición: como si para hacer suya esa autenticidad pagara el
precio de acabar con ella.)
Lo único que parece
salir de la regla es el final: digamos solamente (para quien pueda no
imaginarlo) que la "cama adentro" del título se invierte para convertirse en
moraleja, coronando con su impostada ingenuidad una película que a esa
altura hace rato se ha hecho difícil de sostener (aunque solo dure 84
minutos).
No es que el director no sepa
contar su historia (la película es técnicamente irreprochable, y hace un uso
notable de la cámara en mano), sino que –una vez mas– la historia es
insustancial. No por mínima –insisto– sino por insignificante: su
punto de vista (su "visión del mundo", diría un filósofo) es de una
indigencia preocupante. (Aunque más preocupante es que propuestas como esta
encuentren productores dispuestos a financiarlas, críticos dispuestos a
alabarlas, y –tal vez– un público dispuesto a aplaudirlas.)
No es casual que Jorge
Gaggero sea uno de los últimos realizadores de Historias breves que
accedan a la dirección de largometrajes: si aquel conjunto de cortos dio a
conocer a una nueva generación de directores, de algún modo Cama adentro
se constituye en un compendio de las promesas incumplidas del (ya no tan)
"nuevo" cine argentino.
Lo que no es tan malo,
después de todo, porque si su medido compendio del cine argentino de los '90
parece agotar todo lo que este tenía por decir, nos queda la esperanza de
que algo realmente nuevo surja, por fin, de las ruinas del realismo (del
pragmatismo, del menemismo: imposible no mencionar, finalmente, que Cama
adentro ha recibido los polémicos fondos de la provincia de San Luis,
cosa que –como este cronista pudo observar en la función a la que asistió–
genera murmullos desaprobatorios en la platea, aun cuando la sala esté, como
estaba, repleta de jubilados y pensionados, público ideal para una película
como esta).
Nicolás Prividera
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