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CAMINO A LA PERDICION
(Road To Perdition)

Estados Unidos, 2002



Dirigida por
Sam Mendes, con Tom Hanks, Paul Newman, Jude Law, Jennifer Jason Leigh, Stanley Tucci, Daniel Craig, Tyler Hoechlin.



El británico Sam Mendes tuvo un auspicioso debut con Belleza americana, ganadora del Oscar a la Mejor Película en 1999. Amada por muchos, odiada por otros –estos últimos criticaban el conservadurismo que se ocultaba tras la fachada progre y transgresora del film–, lo cierto es que American Beauty sacudió un poco las polvorientas estructuras del cada vez más previsible cine norteamericano y generó grandes expectativas acerca del siguiente largometraje de Mendes, quien, entre película y película, dirige teatro y musicales en Broadway (El cuarto azul, protagonizada por Nicole Kidman, y el reestreno de Cabaret fueron sus últimos trabajos en este ámbito).

Camino a la perdición, su segundo film, no defrauda dichas expectativas. Presenta una narración sólidamente construida, grandes actuaciones, personajes difícilmente olvidables y un riguroso tratamiento de la imagen.

Toda la película está atravesada por la mirada del pequeño Michael Sullivan Jr., de trece años, quien, voz en off mediante, nos introduce en el drama. Su padre (Tom Hanks) es el protegido de la banda mafiosa que comanda el padrino John Rooney (Paul Newman). Sullivan padre guarda hacia su benefactor una devoción canina y un profundo respeto. No duda en ocuparse del trabajo sucio: extorsiones, amenazas, asesinatos... Para Michael, el suyo es un trabajo como otro cualquiera, una actividad que le permite alimentar a su familia (esposa y dos hijos) y darles un lugar para vivir.

El único que parece interrogarse acerca de las sospechosas actividades del jefe de familia es su homónimo hijo mayor, que involuntariamente desatará la tragedia al querer enterarse de quién es realmente su padre. Lo seguirá, lo espiará, verá lo que no debía y se convertirá en un testigo muy indeseado para el clan Rooney. Gente que, ya se sabe, nunca trepida en dejar las lealtades a un lado para asegurar el silencio de quien fuere (adulto o no).

El resto es la huida desesperada de padre e hijo del Infierno, dirigiéndose –paradójicamente– a Perdición, nombre del pueblo al que se encaminan cruzando medio Estados Unidos y que proporciona un inquietante doble sentido a su odisea.

La eficacia y el impacto de la película de Mendes están sustentados en tres pilares fundamentales: el guión de David Self, que posee una estructura dramática permanentemente in crescendo; las estupendas actuaciones de todo el elenco, que abarcan una amplia gama de matices, desde la sobria y contenida expresividad de Tom Hanks hasta el histrionismo con que Jude Law compone a su serial killer, igualmente eficaces y acordes a las características de sus personajes; y, fundamentalmente, el extraordinario trabajo fotográfico del genial Conrad Hall (que ya había trabajado con Mendes en Belleza americana). Hall transmite en cada plano del film una tensión de índole puramente visual, que aporta un plus de dramatismo a toda la narración. Sus claroscuros, dominantes en las escenas de interiores, ofrecen tanta o más información acerca de la vida non sancta de los gangsters que varias páginas de diálogos. Asimismo, los exteriores, tratados de manera casi monocromática (la paleta de Hall se sirve principalmente de tonos ocres y oscuros), tiñen hasta los más bellos paisajes de un melancólico tinte otoñal.

Resulta difícil encuadrar a Camino a la perdición dentro de un género determinado. Se trata evidentemente de un policial negro, de un film de gangsters, pero no solamente de eso. Es, además, una fábula moral, una tragedia griega ambientada en los años de la Depresión, una película de caminos, una historia de aprendizaje... Todo eso y, fundamentalmente, una historia de amor: el de un hijo por su padre, el de un padre por su hijo. Plena de contradicciones, rechazos, reproches, dolor y reconciliaciones. Como en la vida.

Ariel Leites      

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