Celuloide es uno de los pocos oasis que ofrece el árido cine italiano de los
últimos (¿cinco, diez, veinte...?) años. Y es bastante original. Contra los falsos
prejuicios que despierta su nombre, emparentado con Cinema Paradiso, Splendor
y otras evocaciones más o menos sensibleras del "Séptimo Arte", el film de
Carlo Lizzani se aparta de los clisés para concentrarse en un hito muy específico de la
historia cinematográfica: la gestación de Roma ciudad abierta, la película
más famosa de Roberto Rossellini. Cabe recordar que ésta data de 1946 y se trata del
primer largometraje de ficción que registra la actividad de los nazis en la capital
italiana durante la Segunda Guerra Mundial.Aquí
están, pues, el mismísimo don Roberto, su inseparable guionista Sergio Amidei (un
comunista amargo y de pocas pulgas), sus respectivas parejas (o ex), un par de
productores y los principales integrantes del elenco: la mítica y temperamental Anna
Magnani (la que caía ametrallada mientras corría tras el camión, ¿recuerdan?) y Aldo
Fabrizi (el curita resistente). Lo primero que hay que decir es que Celuloide
triunfa allí donde este tipo de recreaciones siempre fracasa: a todas las celebridades
las baja efectivamente del pedestal. Al principio le cuesta, es cierto, pero con
el correr del metraje impone la sensación de que Rossellini, Magnani y Cía. son esos
tipos que se pasean por la pantalla. No es una cuestión de rigor documental (que lo tiene
hasta cierto punto) como de calidad dramática.
Por supuesto que las actuaciones tienen mucho que
ver. Giancarlo Giannini, como el guionista Amidei, vuelve a obtener un rol a su altura
después de muchísimo tiempo. Lina Sastri no sólo evoca de maravillas a la Magnani sino
que resulta más sensual, y natural, sin sacrificar una pizca de carácter. El gordo que
hace de Fabrizi está insuperable, no sólo para el drama (que es el único talento
que le exprimió Roma...) sino para la comedia, ya que esa era la actividad más
habitual de Aldo.
Pero también tiene que ver el enfoque. Celuloide
exhibe pocas imágenes del film original, y nunca las utiliza para inflarse
sentimentalmente. Es mucho menos "emotiva" (¡y las comillas valen!) que Cinema
Paradiso, pero mil veces más sensible y franca. Lo de Celuloide no es
refritar viejos esplendores sino explorar las circunstancias reales, y ocultas,
que les tocó vivir a las criaturas de marras. Lo suyo es rearmar los entretelones de un
rodaje. No tanto en el plano técnico (nada que ver con Noche americana,
en la que Truffaut rendía homenaje a los oficios del cine) como de
producción. En este sentido, su materia prima son las cuestiones políticas.
Celuloide expone muchas de las innumerables
trabas que los prejuicios de producción, distribución y exhibición suelen interponer a
quienes realmente producen es decir, crean una película. En este
caso, a su director y a su guionista. Ejemplo: Roma ciudad abierta no es lo que
quiso Giuseppe Amato, el productor que le retiró los víveres cuando se cansó de
insistirle a Rosellini para que la convirtiera en una comedia... pero tampoco estuvo tan
lejos de serlo. Por lo menos a juzgar por el Rosseillini vacilante que vemos aquí. Lo que
importa es que un film tan lustroso y célebre como Roma ciudad abierta no haya
estado al margen, ni mucho menos, de todas esas miserias o, dicho de un modo más actual,
"imperativos de marketing". Esta evidencia opera como una novedad, como una
revelación, deslumbra casi. Y es curioso, porque por otro lado resulta perfectamente
lógico: para el '46 el capitalismo ya estaba bastante maduro, sino descompuesto, y hacía
muchos años que había sentado reales en el ¡por tanto! "negocio
cinematográfico". Pero no hay vuelta que darle: parte de ese mismo negocio es
sembrar la idea de que producciones como Roma ciudad abierta son obras puras,
intocadas... ¡e intocables!
En este contexto, el guionista tiende a desplazar al
realizador del centro del relato. Es que Amidei aparece como la parte intransigente del
equipo, mientras que Rossellini siempre se muestra dispuesto a transar (a veces,
incluso, con llamativa y algo bruta indiferencia). ¿Habrá sido así, o el rol que le
cupo a Roberto en Roma... está algo desdibujado aquí? Un poco de cada cosa,
arriesgo. En todo caso, este aspecto de Celuloide invita a la lectura de una de
sus fuentes: la voluminosa novela homónima en la que Ugo Pirro consigna los detalles de
lo acontecido en torno de la filmación. ¿Estará disponible en Internet?
Guillermo Ravaschino
|