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CHICOS RICOS

Argentina, 2000


Dirigida por Mariano Galperín, con Pepe Monje, Iván González, Victoria Onetto, Déborah del Corral, Divina Gloria, Sebastián Borenzstei
n.



Divina Gloria está drogada y acuchilla gente. Déborah del Corral se arrastra herida y riega el piso con su sangre. Iván González, pantalones bajos y brazos atados, es azotado por Victoria Onetto desnuda. No. Estas imágenes no pertenecen a las pesadillas de un beodo obsesionado con personajes de la farándula venidos a menos. Son escenas de la película Chicos ricos y brindan algunas pistas para identificar dos de sus elementos principales: la perversión y la violencia. Una violencia exagerada, una exacerbación de lo horrible que sólo encuentra justificación en la poca habilidad del director, Mariano Galperín, para salir con dignidad de los embrollos en los que aquí se mete. La idea ya fue desarrollada de muchas y mejores maneras por el cine local y extranjero: la hipocresía en la que vive, y la impunidad con la que opera, la "clase alta".

La película, filmada con una estética publicitaria, comienza cuando Andy y Tomás, publicistas, jóvenes y asociados (Pepe Monje e Iván González), reciben un premio por su labor. Exaltados por el acontecimiento, deciden organizar un festejo. La mansión de Andy es el lugar elegido para despilfarrar alcohol, drogas y perversiones sexuales.

Las primeras invitadas que arriban son las chicas: una puta fina (Onetto), vieja conocida de ambos, junto a una joven atractiva y confundida (del Corral). Rato después, cuando se empieza a animar el jolgorio y como respuesta a un pedido telefónico de Andy, llega el paranoico Tucán (Divina Gloria), portador de cocaína, ácidos y otras yerbas. Hasta ese momento todo funciona a la perfección, nada ensombrece el futuro de la merecida fiestita íntima de los chicos.

Sin embargo, sin invitación, una estúpida pareja de ladronzuelos tiene la mala idea de tocar a la puerta de ese paraíso de riqueza, que se les tornará en infierno. Los rateros (en realidad padre e hijo, acorralados por una deuda) amenazan a Andy con un arma y logran que les entregue unos pocos miles de pesos. Pero cuando intentan escapar con el dinero, notan a un patrullero estacionado frente a la mansión. No les queda otra que esperar que se vaya. Pero las horas pasan, y la ingenua prepotencia de los humildes ladrones va siendo socavada por su propio asombro ante la opulencia y el derroche que los rodea. En cierto punto (al que el film arriba sin haber redondeado una mínimamente respetable tensión dramática), la situación da un vuelco muy notorio que no vamos a revelar.

Antes de eso, y en paralelo, mientras ladrones, publicistas y puta "entran en confianza", en otro lugar de la mansión la sangre ya corre de lo lindo. Divina Gloria, acosada por su manía persecutoria, decide consumir toda la droga que trae encima. Poco después, las alucinaciones la desbordan. Recorre la casa con un cuchillo buscando a sus enemigos imaginarios y al abrir una puerta, ataca. Con precisión "hollywoodense", practica un corte en la garganta de Del Corral condenándola, de ahí en adelante, a arrastrarse durante toda la película para conseguir ayuda.

El guión de Chicos ricos es rebuscado y carente por donde se lo mire. Lo inverosímil, lo exagerado sin sustento argumental, lo contradictorio (sobre todo en el manejo de los tiempos dramáticos) y lo estereotipado de los personajes (incluidos los vecinos que nunca aparecen) y las situaciones lo convierten en una especie de juego en el que no parece importar ni pesar lo que se nos cuenta sino la intención de impresionar y escandalizar a cualquier precio. Pero esto no equivale a transgredir ni a innovar.

Sin hilar demasiado fino, cabría preguntarse: ¿cuáles son las drogas que consumió Divina Gloria? ¿Quién concibió esos efectos alla Ed Wood, infantiles y ridículos a la hora de mostrar el estado alucinatorio de un personaje e intentar transmitírselo al espectador? ¿Hay alguna razón, más allá de las comercialmente obvias, para tantos desnudos de Victoria Onetto?

Exceptuando a Sebastián Borenzstein y su compañero, los policías que aportan los únicos momentos simpáticos del film, y a Martín Ajdemian, las actuaciones resultan deplorables. En definitiva, Chicos ricos no es otra cosa que una variación del cantito que Galperín ya entonó en 1000 Boomerangs. Sólo que acá suena más desafinado.

Eugenia Guevara      


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