Paul Leduc, que
tenía cierto prestigio antes de su retiro de la pantalla grande (este mes
dan en la sala Leopoldo Lugones su película Frida, naturaleza viva),
regresa a la dirección luego de muchos años de ausencia, pero los resultados
no atestiguan su supuesto talento como director. Curiosamente, no estamos
ante un film que no tenga nada para decir, ni de esos que siguen el manual
escolar de la puesta en escena resignando cualquier decisión personal. La
película está plagada de ideas, pero no hay prácticamente una sola que
llegue a buen puerto.
Desde el
título bilingüe, Cobrador: In God We Trust introduce, por pertenencia
y por búsqueda estética, el tema de la globalización. Filmada en distintos
países, hablada en varios idiomas, con producción y elenco global –Argentina
aporta a Antonella Costa, la Capital Federal y la última crisis económica,
entre otras cosas–, Cobrador… intenta dar una mirada sobre la
violencia y la lucha de clases en medio de las transformaciones económicas
actuales. Está Peter Fonda como un empresario americano que disfruta de...
¡atropellar mujeres con su camioneta!, aparentemente como única manera de
satisfacer su apetito sexual. Está Lázaro Ramos (Madame Satã), un
negro que vive en la pobreza y que asesina a varias personas en pocos
minutos, aparentemente por causa de la desigualdad social y económica. Y
está Antonella Costa (Garage Olimpo), que no sólo es una argentina
viviendo en México y mandando dinero a su familia, sino que también sospecha
ser hija de desaparecidos. Tal vez desorientada por los conflictos que
acarrea el hecho de ser un pesado estereotipo en representación de la
historia nacional, decide –aun sabiendo que a él lo buscan por varios
homicidios– pasar varias noches con Lázaro y más tarde, luego de
experimentar el sexo en una hamaca paraguaya, unirse a este hombre en la
lucha armada contra los poderes multinacionales.
Aclaremos que Lázaro, el personaje principal, no habla en toda la película,
probablemente porque lo aqueja un grave dolor de muelas. Pero claro, desde
la propia sinopsis con la que se promociona el film, ya sabemos que todo es
un sueño suyo, y que su imaginación tira del hilo que cuenta todo el relato.
Lázaro imagina que va al dentista y ahí empieza todo el asunto. Al absurdo
de la frondosa imaginación del protagonista se agrega la confusión del
director desde la puesta en escena. Si llegáramos a aceptar que la mente de
Lázaro pueda ubicarnos en el punto de vista de los tres personajes
principales... igual nos faltarían razones narrativas para explicar la
mirada desde las cámaras de seguridad, que reaparece permanentemente en
diferentes lugares. La más obscena es una que parece ubicada en un balcón o
una terraza hacia la calle, siguiendo a los protagonistas a su antojo. Nunca
sabremos quien mira (o quien somos cuando miramos a través de ella), ni
porqué está ubicada allí. Tal vez Leduc quiera decirnos algo sobre la
imagen, sobre los medios, o sobre el Estado foucaultiano que nos
vigila y castiga. Si así fuera, más allá de la nula claridad en el mensaje,
la forma de llevarlo a cabo sería completamente anti-cinematográfica.
Cobrador... está
plagada de alegorías, otro recurso poco amigo del cine, ya que nos distrae
de la historia para obligarnos a soportar las opiniones del director,
exigiéndonos además que compartamos su capital cultural. Si los
símbolos en el cine provienen de la propia historia que se narra, las
alegorías se imponen desde afuera, por la fuerza, y no dejan nada librado a
la imaginación. Lázaro asesina súbitamente a su dentista pero no le roba;
antes de irse, rompe la vitrina que ostentaba el diploma del profesional. Al
salir del edificio, un automovilista yuppie le toca bocina al ver que
no se mueve del centro de la calle. Lázaro responde disparando primero a su
costoso automóvil y luego a su cuerpo. Finalmente despacha a dos estrellas
de cine lujosamente vestidas. No hay mayor justificación para sus actos que
la exposición de las ideas políticas del director sobre la lucha de clases,
ideas ilustradas que difícilmente un personaje como Lázaro, minero
brasileño, pueda llegar a intuir por cuenta propia.
Antonella Costa mira la crisis del 2001 desde México por TV y llora. "¿Es
culpa de los Bancos, no?", pregunta por teléfono a su familia, en lo que
debe ser la mirada más escueta que existe sobre nuestro presente político.
Este tipo de conversaciones telefónicas se repiten insoportablemente a lo
largo del relato. Por palabras –nunca por imagen– nos enteramos de quiénes
son los personajes de Costa y Fonda, y de qué piensa el director sobre el
mundo. Palabras que alcanzan el extremo de esas charlas de telenovela en las
que el personaje que vemos al teléfono repite todo lo que dice el otro
agregándole una interrogación, como si fuera sordo o incapaz de comprender a
quien está del otro lado (ej.: "¿Qué decís? ¿Qué papá no quiere que me haga
el test de ADN? ¿Pero yo qué tengo que pensar, que soy hija de
desaparecidos? Ah… vos decís que me calme… bueno… ", y así).
Cuando
se apela a las imágenes, se vuelve a la alegoría y al trazo grueso. Hay
marchas de protesta, noticieros y hasta el atentado a las torres gemelas,
insertado arbitrariamente por capricho de Leduc. También hay una secuencia
con música y montaje de imágenes fijas en la que la pareja de rebeldes se
prepara militarmente para un atentado, que parece filmada como una serie de
postales de vacaciones. Y un personaje secundario fundamental en el
desarrollo narrativo, del que no se nos da a conocer ni siquiera su voz
porque siempre está en secuencias sin diálogos –una marcha, un recital,
etc.– pero con quien, al morir, se nos pide que nos identifiquemos para
entender la decisión que toman los protagonistas.
La unión
de las distintas historias padece de la misma inconsistencia –por momentos
da la impresión de estar ante la versión bizarra de Babel, el gran
bodrio de González Iñárritu–, y unas y otras llegan en varias oportunidades
a abrazar el ridículo irremediablemente. Baste un ejemplo como frutilla del
postre: Peter Fonda ("el MALO", parece gritarnos Leduc) patea palomas en la
Plaza de Mayo mientras busca, en Buenos Aires, un feto negro (¡?) que le
permita, curandero mediante, recuperar su virilidad…
A veces
la Internet Movie Database (www.imdb.com) posee un involuntario sentido del
humor. Al final de la ficha de cada película se nos recomienda –si es que
nos gustó– ver películas que se supone son similares. En este caso, las
comparaciones hablan por sí solas. De gustarnos Cobrador… deberíamos
ver (además de El viaje, de Pino Solanas, entre otras) dos seriales
de Republic Pictures de principios de los años cincuenta llamados
Government Agents Vs. Phantom Legion (Agentes del Gobierno contra la
Legión Fantasma) y Jungle Drums Of Africa (Tambores de la
jungla de Africa). Algunos visitantes de la página dicen que también
valen la pena.
Ramiro Villani
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