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COSAS DE HOMBRES
(Roger Dodger)

Estados Unidos, 2002


Dirigida por Dylan Kidd, con Campbell Scott, Jesse Eisenberg, Isabella Rossellini, Elizabeth Berkley, Jennifer Beals.



El mundo se ha puesto difícil para los hombres. Después del feminismo, el avance de las minorías sexuales y la cuestión del género, el tablero sexual ha quedado tan movido que las piezas no terminan de encajar en la cosmovisión masculina. En la Argentina muchos de estos temas recién despuntan, pero en los Estados Unidos ya casi están de vuelta con la aparición de la nueva sensibilidad masculina.

Cosas de hombres es una comedia que pretende tener algo que decir a este respecto desarrollando, bajo la fachada de una especie de traspaso generacional, una mirada sobre el sexo que tiene su componente moderno en la estética visual.

Hombre de treinta y pico, inteligente, brillante, atractivo, ganador, Roger Swanson siente amenazada su autoestima por el abandono de su amante Joyce, mayor que él y jefa suya en la agencia de publicidad en la que trabaja como creativo. Su sobrino Nick, de 16 años, recién llegado de Ohio, resulta la mejor excusa para demostrarse, aún, capaz de ser el centro de atención, y lo lleva por una ronda nocturna en la Nueva York glamorosa, divertida y siempre dispuesta, en procura de enseñarle el “mundo verdadero” que él domina a la perfección. Mundo que obviamente tiene que ver con el sexo. Es una especie de descenso a los infiernos cuasidantesco que la puesta en escena subraya, y que alcanza su clímax en el nightclub (callejón oscuro, acceso que remite a un sarcófago, sordidez), otorgándole al sexo, entonces, una connotación negativa que, más que una interpretación, revela prejuicios.

La antítesis entre Roger y Nick es fuerte. Roger parece un cínico de la primera hora, que se pretende superado en el terreno de las conquistas sexuales y, a la vez, comprensivo de la posición de la mujer. Pero cuando abandona la teoría, un machismo que casi roza la misoginia le brota por los poros: las mujeres no saben orientarse, ni hacia dónde van, ni leer mapas (en fin: no saben), son contradictorias, engañosas, traicioneras y amantes del sexo anal (¡vaya espantoso pecado!). Nick, en cambio, es un cabal representante del “nuevo hombre”: hace meditación, prefiere las ensaladas, no bebe alcohol, no fuma ni toma café, quiere ser congelado cuando muera, es romántico, cree en el amor, es virgen… y tan naif que más que adolescente parece un extraterrestre en el mundo de hoy.

La película hace un culto de la palabra. Filosos, ácidos, sarcásticos, los comentarios que salen de los labios de Roger lo pintan de cuerpo entero y demuestran el oído agudo para las conversaciones de barras y happy hours del joven Dylan Kidd, director y guionista del film. La escena inicial ya anticipa lo que va a venir: el protagonista, en un bar, perorando sobre el sexo, la reproducción, el placer y el retroceso del hombre en su supuesto papel capital, asumiendo tal situación desde una evidente falsa modestia, festejado por sus compañeros de trabajo y “crucificado” por su amante-jefa. Para alejar la idea de teatro filmado que de cualquier modo tiñe al film, Kidd supuso que el movimiento de la cámara sería suficiente. Vemos a los personajes desde la vereda de enfrente, a través del ajetreado tránsito vehicular y peatonal –pero los oímos perfectamente–, o asomándose por detrás de nucas, cabelleras, codos, brazos, etc. Medias caras, medios cuerpos, medias verdades. Elusiones que remiten al título original: Roger Dodger podría traducirse como “Roger elusivo” (¡qué lejos de la versión local!). Y así el recurso que en un comienzo parece aportar vida y frescura a unos parlamentos que derrochan ingenio con demasiado artificio, a mitad de la proyección se torna tan insoportable como el mismísimo Dogma de Lars Von Trier.

A esta altura del partido, no reconocer que las mujeres son las que deciden en una relación es retrógrado, y a casi nadie se le ocurriría opinar en contrario. Pero ciertos hombres se resisten a aceptarlo. En todo caso, crear personajes femeninos que se ocupan de su aspecto y buscan la conquista sexual (Sophie y Andrea, pintadas como si estas cualidades sólo fuesen respetables en los hombres), que se exceden en el alcohol y se vuelven "fáciles" (Donna), que se aprovechan de la superioridad laboral (Joyce) o que son literalmente putas (las chicas del nightclub)... parece haber sido la venganza de Dylan Kidd.

Campbell Scott sabe cómo decir y hace de Roger Swanson un sólido personaje que no provoca adhesiones fáciles. Jesse Eisenberg, como Nick, da justo en el rol de tierno e ingenuo adolescente. Tienen química como pareja despareja. Isabella Rossellini impone su presencia y su belleza madura en un papel breve pero que contribuye a la credibilidad de la desesperación de Roger, y ayuda a aceptar que la ruptura con su amante-jefa provoca un quiebre en su vida.

Debemos agradecerle a Kidd que no nos haya tomado por estúpidos irredentos echando mano del abusado psicologismo para contarnos las causas familiares que dieron forma a la personalidad de Roger (que apenas quedan sobrevolando). Y cuestionarle esa coda con la que coronó a una película que, en su intento de rescatar al protagonista ante la mirada de los espectadores, no hace más que romper el verosímil y mostrar su verdadera intención: las mujeres nos hacen sufrir y, a la larga, nos volverán sus esclavos… hombres paranoicos del mundo, ¡uníos! Pero en eso, personaje y director vuelven a fallar: quedarse solo, no poder entablar relaciones sinceras, vivir actuando, en definitiva, no es algo que tiene que ver con un tiempo ni con un lugar ni con una cuestión de género. Como bien le dice Joyce a Roger, tiene que ver con elegir autohumillarse.

Javier Luzi      


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