El trabajo
de Rubén es vigilar día y noche a un ministro y, en ocasiones, también a los
miembros de su familia. Como los soldados de la estadounidense Jarhead,
de Sam Mendes, Rubén ha sido entrenado para actuar, para reaccionar
ante un ataque... y para creer que todo este trabajo es muy significativo.
Pero, en apariencia, la vida del hombre que debe proteger no corre demasiado
peligro. Su trabajo consiste más bien en una permanente espera, acompañada
de un conjunto regular de gestos mecánicos. En un pasillo del Ministerio,
una puerta se abre para que alguien le informe “el ministro se va a quedar
aquí por unas horas”. El permanece detrás de puertas cerradas, mientras la
vida transcurre para los demás.
Lo que alcanzamos a
ver de su vida personal es conflictivo. Apenas una hermana internada en un
psiquiátrico y una sobrina también desequilibrada. Rubén alterna entre la
preocupación –como una forma primaria de cariño– y la lástima por estas
mujeres.
El custodio
es una película austera, despojada de todo adorno, de todo rasgo no
indispensable. La cámara nerviosa de Rodrigo Moreno nos convierte en
testigos del día a día del impasible Rubén: a través de su punto de vista
somos también observadores. En las escenas en las que Rubén no se encuentra
trabajando, Moreno transfiere el punto de vista al espectador, con la
obscenidad que implica presenciar un vergonzoso momento privado. Existe un
juego entre lo que el protagonista ve, lo que nos es permitido observar, y
lo que pertenece al espacio off.
En esta economía, y
en el predominio de la interioridad que se convierte en acto en un momento
de quiebre, como también en la exaltación de la naturaleza, pueden
rastrearse ciertas influencias del cine oriental, en particular el de
Takeshi Kitano.
La composición que
Julio Chávez hace del protagonista es excepcional. Imposible no pensar en su
caracterización de Un oso rojo, la película de Adrián Caetano en la
que –como aquí– la expresión del personaje principal no pasaba por lo
verbal, sino por el control (y la explosión) de sus impulsos físicos.
Con un ritmo
deliberadamente pausado (que puede impacientar a algún desprevenido), El
custodio no pretende construir suspenso a través de una estructura
narrativa convencional; el film funciona por la acumulación de escenas que
marcan la insatisfacción creciente del personaje y la continua degradación
de su persona (su gradual transformacion en nada, en nadie) por medio de
operaciones mínimas: Rubén es ignorado la mayor parte del tiempo y, cuando
no, es casi un chiste para las visitas. Alguien cuya mirada no cuenta
porque, de todos modos, si relatara aquello que ve, su palabra no tendría
ningún valor.
María Molteno
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