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EL CUSTODIO

Argentina-Alemania, 2005


Dirigida por Rodrigo Moreno, con Julio Chávez, Osvaldo Djeredjian, Adrián Andrada, Osmar Núñez, Julieta Vallina, Elvira Onetto, Marcelo D'Andrea.



El trabajo de Rubén es vigilar día y noche a un ministro y, en ocasiones, también a los miembros de su familia. Como los soldados de la estadounidense Jarhead, de Sam Mendes, Rubén ha sido entrenado para actuar, para reaccionar ante un ataque... y para creer que todo este trabajo es muy significativo. Pero, en apariencia, la vida del hombre que debe proteger no corre demasiado peligro. Su trabajo consiste más bien en una permanente espera, acompañada de un conjunto regular de gestos mecánicos. En un pasillo del Ministerio, una puerta se abre para que alguien le informe “el ministro se va a quedar aquí por unas horas”. El permanece detrás de puertas cerradas, mientras la vida transcurre para los demás.

Lo que alcanzamos a ver de su vida personal es conflictivo. Apenas una hermana internada en un psiquiátrico y una sobrina también desequilibrada. Rubén alterna entre la preocupación –como una forma primaria de cariño– y la lástima por estas mujeres.

El custodio es una película austera, despojada de todo adorno, de todo rasgo no indispensable. La cámara nerviosa de Rodrigo Moreno nos convierte en testigos del día a día del impasible Rubén: a través de su punto de vista somos también observadores. En las escenas en las que Rubén no se encuentra trabajando, Moreno transfiere el punto de vista al espectador, con la obscenidad que implica presenciar un vergonzoso momento privado. Existe un juego entre lo que el protagonista ve, lo que nos es permitido observar, y lo que pertenece al espacio off.

En esta economía, y en el predominio de la interioridad que se convierte en acto en un momento de quiebre, como también en la exaltación de la naturaleza, pueden rastrearse ciertas influencias del cine oriental, en particular el de Takeshi Kitano.

La composición que Julio Chávez hace del protagonista es excepcional. Imposible no pensar en su caracterización de Un oso rojo, la película de Adrián Caetano en la que –como aquí– la expresión del personaje principal no pasaba por lo verbal, sino por el control (y la explosión) de sus impulsos físicos.

Con un ritmo deliberadamente pausado (que puede impacientar a algún desprevenido), El custodio no pretende construir suspenso a través de una estructura narrativa convencional; el film funciona por la acumulación de escenas que marcan la insatisfacción creciente del personaje y la continua degradación de su persona (su gradual transformacion en nada, en nadie) por medio de operaciones mínimas: Rubén es ignorado la mayor parte del tiempo y, cuando no, es casi un chiste para las visitas. Alguien cuya mirada no cuenta porque, de todos modos, si relatara aquello que ve, su palabra no tendría ningún valor.

María Molteno      


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