Estamos ante una comedia romántica prosaica, anodina y políticamente
correcta, cuya única virtud escapa un tanto a la voluntad de los
realizadores, pero aun así justifica la visión del film. Esa virtud, ese
elemento, esa intensidad, esa vibración se llama Juliette Binoche, la
protagonista, la actriz de El viaje del globo rojo (Hou Hsiao-hsien),
Mary (Abel Ferrara), Caché (Michael Haneke), Un diván en
Nueva York (Chantal Akerman), Blue (Kieslowski), Una vez en la
vida (Louis Malle), Rendez-Vous (André Techiné) y un largo
etcétera de películas que las más de las veces justifican su visión tan sólo
por ella. A esta selección habrá que agregar su participación en la primera
emisión desde el extranjero de “Inside Actor’s Studio”, el programa de
entrevistas patrocinado por la famosa institución pedagógica actoral que
puede verse por cable, y en el que la increíble sensibilidad de la actriz se
impuso a la zalamería envarada de su conductor. Es que no parece haber nada
más alejado del Método que el método Binoche de ser siempre ella misma, sin
impostura, sin esfuerzo, orgánicamente. Y ese modo de ser es lo que capta
cuanta cámara tenga la suerte de filmarla. Así que si hay un mérito de los
creadores de Dani, un tipo de suerte, corresponde menos al director
que a los encargados del casting. Son este tipo de películas las que
permiten comprender de forma inmediata qué se quiere decir con aquello de
que todo film es un documental, incluso los de ficción, ya que documentan un
rodaje. Dani... es una película fallida como ficción de género, pero
se alza como testimonio único de una mujer –de su presencia física, de la
energía que se desprende de ella, de la forma en que su cuerpo ocupa el
espacio, de su luminosidad, de su estar en el mundo– tanto más cuanto menos
autosuficiente resulta como comedia romántica.
El protagonista es uno de esos tipos que escriben en un diario consejos
sobre cómo vivir con la sola autoridad del sentido común así que, como
podrán imaginar, la película derivará por la pendiente de un cuento moral en
nada parecido a los de Rohmer. Además de su trabajo, tiene a tres hijas en
edades que van de los 8 a los 16 años y carga con el recuerdo de la muerte
de su esposa –madre de las nenas– que le impide comenzar una nueva relación
amorosa. La posibilidad de revertir esa situación se presentará cuando
acudan a la reunión anual de toda la familia en casa de sus padres y allí
conozca a la Binoche pero... como ya se habrán imaginado surgirá un pequeño
contratiempo que complicará la concreción de lo que ambos sienten por
el otro. No develaremos cuál es ese obstáculo pero sí debemos aclarar que el
mismo, sumado a otras decisiones del guión, sirve para constatar que una
familia numerosa americana es en el mejor de los casos promiscua, y en el
peor opresivamente siniestra. Pero más allá del tono político-ideológico del
film, lo verdaderamente reprensible es su chatura televisiva, la
preponderancia del primer plano ni siquiera concebido como arte del retrato,
sino como mero transporte de diálogos tampoco trabajados literariamente.
Algún que otro gag físico que no provoca risa alguna hace pensar en la
posibilidad perdida de trabajar la dramaturgia corporal de Steve Carell, lo
que no hace otra cosa que acentuar la enojosa sensación de que estamos ante
una materia prima potente pero desperdiciada. Nos queda, eso sí, el recuerdo
de Binoche, quizá la única actriz del cine contemporáneo capaz de parecer
misteriosa en jogging.
Marcos Vieytes
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