Es tiempo
de vampiros. Vienen cada tantas temporadas, y esta es una de ellas. True
Blood y The Vampire Diaries en el cable. La saga Crepúsculo
se los donó al mundo juvenil y los volvió castos y puritanos. Batman
resucitó con la figura del caballero de la noche. Y en diciembre se estrenó
(mal y a las apuradas, aunque tardíamente) una de las mejores películas del
2008: Criatura de la noche, que combina sutilmente niñez, vampirismo
y primer amor. Daybreakers, vampiros del día aparece en este contexto
como un entretenimiento que asume su condición de tal y no reniega de ese
cine clase B que ha (con)formado los gustos cinéfilos de una generación a la
que pertenezco y pertenecen los directores: The Spierig Brothers. Y eso la
realza.
Estamos en un
futuro (2019) donde el mundo es de los vampiros. Ellos dominan todo y son
mayoría. Los humanos, en peligro de extinción, huyen y se esconden y los más
valientes buscan agruparse para dar batalla ante la cacería de la que son
objeto. Los vampiros tienen que alimentarse, la sangre humana empieza a
escasear y el sustituto del plasma sanguíneo sigue sin aparecer a pesar de
los intentos de los investigadores. Edward (un exacto Ethan Hawke) es un
hematólogo que trabaja en una corporación que financia esas investigaciones
aunque también es un reservorio de cuerpos humanos y cuyo líder, Charles
Bromley (un maravilloso Sam Neill), oculta ciertas obvias intenciones poco
sanctas. El doctor está evitando consumir sangre humana (pero esta
abstinencia empieza a provocarle consecuencias que se vuelven notorias
marcas corporales) y hay decisiones éticas y morales del poder con las que
no está nada de acuerdo. Cuando la casualidad lo cruce con un grupo humano
en peligro, su vida empezará a cambiar inevitablemente. Malos tiempos y
supuestas pésimas decisiones resultarán en una cadena de persecuciones y
muertes y últimos actos menos heroicos que pagadores de culpas.
Con una estética
retrofuturista que le sienta más que bien, tanto el vestuario como la música
y la escenografía (la ciudad nocturna) acercan el film a un policial negro
donde abundan los sombreros, los trajes y los pilotos, donde se fuma sin
medida, donde la traición puede asomar en cualquier rincón oscuro.
Un mundo
apocalíptico no puede sino traer aparejada una humanidad del sálvese
quien pueda y algo de eso desarrolla la película, además de aquellos
extraños vericuetos de la enfermedad y la salud o los diferentes y la
posibilidad de asimilarse, o poder repensar la medida de la normalidad, todo
sin perder el hilo conductor del entretenimiento donde, como dijimos, el
ritmo es vertiginoso. También abunda el toque gore. Sangre,
canibalismo y descuartizamientos con una mirada política flotando entre el
humo de la neblina citadina y los bajo fondos del subte, o en los espacios
marginales donde el sol es seguridad y vida.
El elenco cumple con creces su cometido (además de los nombrados se destaca
el Elvis de Willem Dafoe, líder del grupo de resistencia humana) y nos hace
sostenible un guión que requiere suspender creencias y pensar en un mundo al
revés del que estamos habituados. Somos minoría, y qué difícil resulta el
trato que nos dispensan las mayorías. ¿Aprenderemos?
Javier Luzi
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