Desafío al tiempo es una de esas gratas sorpresas que el cine
americano de primera línea y esto incluye a directores, actores y empresas nos depara de vez en cuando. Tan de vez en cuando que la mayor
parte de la crítica suele dejarlas pasar, advertirlas a medias o, como
ahora sucede con esta, castigarlas con miopía.
El film de Gregory Hoblit nos asoma
a dos historias distanciadas en el tiempo. Ambas transcurren en la
barriada neoyorquina de Queens, y hasta en la misma casa. Ambas arrancan
un 10 de octubre y se prolongan por unos días. Una está
ambientada en 1969 y tiene por protagonista a un bombero valiente y
aguerrido llamado Frank Sullivan (Dennis Quaid). La otra ocurre en el '99,
y gira en torno de su hijo, John
Sullivan (Jim Caviezel, el de La delgada línea roja), un policía de 36 años. Como ya habrán
deducido, en la trama del '69 John también está: es un niño de seis años mimado por
su padre y madre. Esta última es una anciana joven en el '99, pero
el papá de John no forma parte de la historia del presente, ya que murió un
par de días después de aquel 10 de octubre del '69, mientras combatía un
incendio.
El asunto se empieza a mover cuando
el hijo quien habita la vieja casa familiar desempolva el equipo de
radio con el que su padre se comunicaba antaño. Entre el silencio de la
noche y las consabidas "frituras" del éter analógico, a poco de
encender el aparato John se topa con el interlocutor menos pensado. Sí: su
propio padre. No se trata solamente de la "magia del cine",
sino de un raro fenómeno cósmico del que dan cuenta módicos efectos
especiales y los noticieros que en una y otra época oír se dejan en
segundo plano. Se trata de la Aurora Boreal, un accidente solar que
ocurrió dos veces en 30 años, y entre cuyas consecuencias
figuran estos saltos y yuxtaposiciones en el tiempo. Más allá de la Teoría de las
Cuerdas y sus 10 u
11 dimensiones aludidas por algún viejito trasnochado, el film hace con la ciencia lo que corresponde; le
abre una puerta, como para que nadie se distraiga con preguntas en torno de la
verosimilitud de estos hechos, pero no pierde el tiempo en
explicaciones cientificistas (esas que conllevan el riesgo seguro de caer en el
ridículo).
De lo que Desafío al tiempo
sí se ocupa es de lo que verdaderamente interesa: ahora que establecieron
contacto, ¿podrá John evitar que su padre muera (o "vuelva a
morir") unas horas después en
ese fatídico incendio? Digamos que lo intentará. Pero atención: cada
cambio operado sobre el pasado tendrá sus consecuencias, reescribiendo
la historia a partir de allí. Si por ejemplo Frank graba un graffiti con
el soldador sobre la mesa del living, John, treinta años después aunque
"en vivo y en directo", verá cómo una versión envejecida de
ese grabado cobra forma bajo sus narices (recordemos que la brecha sólo es temporal; padre e hijo se
encuentran en la misma casa, ante la misma
mesa). Claro que habrá consecuencias mucho más tremendas, y mucho menos
buscadas, que un simple graffiti sobre una mesa.
Es hora de establecer que Desafío
al tiempo dista de contentarse con una nueva incursión en tópicos de
la ciencia ficción que ya fueron visitados varias veces, y no sólo por
largometrajes sino por cortos, episodios televisivos y obras literarias de
diverso pelaje. Antes bien, lo que hace el film de Hoblit es
combinar la veta cientoficticia con otras que la
igualan o superan en espesor. Una de esas vetas es policial: hay un asesino en serie que es un dato del '69 y el '99
(ya que permanece
impune), y por lo tanto conecta a ambas épocas. La otra es bien dramática, y
hasta sentimental, pero en el buen sentido: exprime lágrimas de las que
nadie debería arrepentirse a partir del vínculo de un
padre con su hijo. Cada una de estas vertientes, considerada por separado,
tiene la inteligencia y el rigor que suele faltarles a la mayor parte de las películas de
los respectivos rubros. La emoción del drama está subrayada, y hasta
resulta falsa, sobre el final, pero es muy saludable durante el grueso del
metraje. Y cabe destacar la buena química entre Quaid, de una ternura y
bonhomía virtualmente innatas, y Caviezel, cuya aparente rudeza se
ablanda puntual y oportunamente. El policial tiene algo fundamental:
coherencia (sí, más allá de nimios goofs, como cuando John y
Frank se hablan sin oprimir el correspondiente botón de la radio). La
ciencia ficción explora casi todos los recovecos
que una situación como esta ofrecía. Y son muchos. Algunos, como la conversación de
John consigo mismo, están expuestos con magistral economía: un brillo en la
mirada, un breve silencio preliminar, dos palabras las justas
y a otra cosa. Pero lo mejor no son las
cualidades específicas de lo policial, dramático o fantástico, sino la
habilidad del guión
para imbricar estos filones, de modo que cada uno acreciente
el interés, y decididamente la originalidad, de los restantes.
A esta altura del texto no cabe más que lamentar las comparaciones con Volver al futuro
(entre tantas otras), que ya empezaron a fluir y van a seguir oyéndose. Porque Desafío al tiempo está muy cerca de las tradiciones opuestas a las de la saga inaugurada por Robert Zemeckis. Me refiero
a las que privilegian la especulación intelectual sobre los efectos
especiales. A las que prefieren los ambientes íntimos (y escasos) a los decorados
despampanantes. A las que optan por la espectacularidad interior en
lugar de la del fuego de artificio.
Estas son las
mejores tradiciones de la Clase B y, en cuanto tales, las de ese hito en la
materia que fue "La dimensión desconocida" (The Twilight Zone), una memorable teleserie de Rod Serling
muy elogiada pero no tan vista, y mucho menos escuchada, por estos
días.
Guillermo
Ravaschino
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